La leyenda de Sleepy Hollow, por Washintong Irving


Era una tierra plácida de inquieta y dulce fantasía,
en la que brotaban sueños ante los ojos entornados
y fantásticos castillos en las nubes que pasaban,
las que jamás huyen de un cielo de verano.
Castillo de la Indolencia[2]
En lo más profundo de una de las inmensas ensenadas de playas que el Hudson acaricia en sus orillas orientales, se produce un enorme ensanchamiento al que los viejos marinos holandeses llamaron en tiempos Tappan Zee; para navegarlo, recogían las velas prudentemente mientras invocaban a San Nicolás. Justo allí se alza una pequeña aldea con su puerto recoleto, a la que algunos dan el nombre de Greensburg, pero a la que la mayoría de la gente llama Tarry[3] 

La leyenda del soldado encantado, por Washington Irving



Todo el mundo ha oído hablar de la cueva de San Cipriano, en Salamanca, donde en tiempos remotos enseñaba astronomía, nigromancia, quiromancia y otras artes ocultas y condenables un viejo sacristán, o por lo que decían muchos, el Diablo en persona… Hace años que la cueva quedó cerrada, hace años que incluso olvidaron las gentes su localización, mas, según la tradición, la entrada estaba donde hoy se alza una cruz de piedra, en la plazoleta del Seminario de Carvajal; una tradición, en cualquier caso, que parece corroborada por las circunstancias de la siguiente historia.