Franky y yo, por Raquel Garzón



No presumas ya de cicatrices,
que cada quién tiene su rosario de costuras
y para terror, querido monstruo,
sobran las nubes de gritos y anís,
que dibujan los vecinos
cuando ella amenaza con irse
y él la eclipsa en la enésima tunda:
Pan y prontuario ofrece el cine de su barrio.
No te quejes, Franky.
Tu miseria paga con literatura,
se esmera en celuloide
sin goteras ni escorpiones masticándose tu cama
y te ahorras ver
cómo muta el testigo en cómplice
con cada silencio.

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