"Crearemos literatura, no conversando continuamente de nuestra
literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran
la violencia de un ‘cross' a la mandíbula". Este mes se cumplen 73 años
de la muerte del primer escritor que supo denunciar una cruda verdad: la
literatura no es de todos. Encierra, en modo silencioso, una violencia,
una apropiación del poder.
Roberto Arlt fue hijo de una familia humilde de inmigrantes que se
asentó en el barrio porteño de Flores. En su obra, de este modo, se
encuentra constantemente latente una privación cultural de origen que se
busca revertir con otra cultura, la del folletín, la de las
traducciones españolas de autores rusos, la cultura de la calle. En 1929
escribe: "Yo tengo esta debilidad: la de creer que el idioma de
nuestras calles, el idioma en que conversamos usted y yo en el café, en
la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero" (Aguafuertes
porteñas). A lo largo de su vida, Arlt persiguió encontrar, para él y
sus lectores, un punto de acceso a la cultura desde la "incultura"
(Sarlo, Guerra y conspiración de los saberes). Fue el primero en
introducir el lenguaje "verdadero"
, el de la calle, en la literatura, y eso le costó duras críticas.
, el de la calle, en la literatura, y eso le costó duras críticas.
Roberto Arlt se definió siempre como un escritor sin estilo. A pesar
de tener una rápida inserción en el campo literario con la publicación
en 1926 de su primera novela, El juguete rabioso, fue una figura
polémica. Basta leer el análisis que hace acerca de él la revista Sur.
En ella, José Bianco, secretario de redacción de la revista, sostiene
que Arlt "hablaba el lunfardo con acento extranjero" y lo define, no
como un escritor, sino como un periodista que ignoraba las reglas
ortográficas y sintácticas del castellano. "Se dice de mí que escribo
mal. Puede ser. [...] Para hacer estilo son necesarias comodidades,
rentas, vida holgada" (Prólogo a Los Lanzallamas). Para Arlt, el estilo,
en un sistema económico donde la única relación es entre explotados y
explotadores, es un lujo que sólo puede permitir el poder que otorga el
dinero.
Es así que el acceso a la literatura, al estilo cristalizado en su
mejor forma, en Arlt siempre aparece de la mano del delito. Un caso
paradigmático es el robo a la biblioteca en El juguete rabioso. A sus 14
años, el protagonista y narrador Silvio Astier, junto a otros dos
jóvenes con los que forma el "Club de los Caballeros de la Media Noche",
entra por la fuerza a una biblioteca. Sin embargo, no se trata de
defender el hecho delictivo en sí mismo, sino dejar al descubierto los
mecanismos alienadores del sistema capitalista. Se irrumpe en un espacio
que se dice público porque, en verdad, la biblioteca es una ficción. La
biblioteca esconde las relaciones de producción detrás de la existencia
del libro que, en un sistema económico como el capitalismo, ya no vale
por su valor estético, sino económico. La intrusión en la biblioteca,
así, es el expresión que denuncia la alienación de la cultura (el libro,
en este caso) por el mercado.
La obra arltiana luchó para develar todo aquello que el lenguaje
esconde con la misma violencia de un cross a la mandíbula. Pero esto no
implica en modo alguno una superioridad literaria, sino la puesta en
evidencia de un sistema y la construcción de un lenguaje propio. No hay
búsqueda de conciliación entre clases porque tal como sostiene “el
Astrólogo”, el cerebro de la revolución social en Los siete locos, en
nuestra sociedad existe una "desproporción monstruosa". Roberto Arlt fue
un escritor sin estilo porque ese fue el estilo que le permitió
denunciar los mecanismos silenciosos de apropiación, por parte de la
clase dominante, de un capital particular, la literatura.
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