Dice Delfina Muschietti de la obra de Alfonsina Storni:
Quien se enfrente con el periodismo y la poesía que
Alfonsina escribió durante las primeras décadas del siglo en Argentina, por
ejemplo, se hallará ante un problema por resolver: dar cuenta de una
discontinuidad, de un corte, que habla de dos posiciones de sujeto, enfrentadas
entre sí” (Muschietti 1999:9-10) [1]
Completa esta perspectiva
compleja hablando de la
“duplicidad de la voz, clara y evidente en la confrontación del periodismo y la
poesía”. Y afirma que tal duplicidad se reconoce también en el interior de la
obra poética propiamente dicha . Es como si pudiéramos hablar de dos Alfonsina.
Una, de voz doblegada al modelo genérico y a su retórica, resignada a sus
propias limitaciones: “Capricho” (1918), “Miedo” (1919). Otra, batalladora, que
asume la voz de sujeto textual desligada de estereotipos para defender derechos
del género en una sociedad que la discrimina: “Tú me quieres blanca” (1918),
“¿Qué diría?”(1918):
“¿Qué diría la gente, recortada y vacía, /Si en un día
fortuito, por ultra fantasía,/.../Cantara por las calles al compás de violines,
/O dijera mis versos recorriendo las plazas, /Libertado mi gusto de vulgares
mordazas?”, “Qué diría”
Indicios tempranos de esta Alfonsina escindida y
contestataria se manifiestan en un sujeto que, al decir de Francine Masiello
(1986:15), “no es un concepto fijo definido dentro de límites y fronteras que
no cambian, sino un ser que toma su identidad de discursos que se hallan en
constante desplazamiento en el texto”, de una Alfonsina, sujeto textual, que se
define como transgresora y declara la guerra a los prejuicios y
convencionalismos:
Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley, /que yo no
pude ser como las otras, casta de buey/Con yugo al cuello;¡libre se eleve mi
cabeza! /Yo quiero con mis manos apartar la maleza. “La loba” (1916).
El sujeto textual, en su ficcionalización de la realidad
contextual se imagina una loba apartada de la jauría dispuesta a defender lo
suyo:
Yo soy como la loba. Ando sola y me río/Del rebaño.../ Ibid.
Pero también a través de esa voz convoca a sus congéneres
para que imiten su gesto y se emancipen del hombre y sus egoísmos:
La que pueda seguirme que se venga conmigo, /Pero yo estoy
de pie, de frente al enemigo, /La vida, y no temo su arrebato fatal /porque
tengo en la mano siempre pronto un puñal. Ibid.
En otro momento de la creación poética, dicho sujeto destaca
enfáticamente el don procreador de las mujeres entendiéndose que reivindica esa
“riqueza” exclusiva del género:
¡Mujeres! Sobre el grito de lo bello/Grite el impulso fuerte
de la raza. /¡Cada vientre es un cofre! “Fecundidad” (1916).
A Alfonsina debemos leerla, como nos propone Muschietti,
desde un ángulo diferente. No alcanza con juzgarla por su adhesión temprana a
los ecos becquerianos, postmodernistas o sencillistas; a formas métricas y
versificación acorde a una retórica tradicional, que convive junto a los nuevos
aires vanguardistas. Algunos textos suyos en verso, otros en prosa o teatrales,
junto a los de Oliverio Girondo, despiertan polémica, molestan, son censurados
en nuestro país por su marginalidad. Pero, indudablemente, abren puertas para
la poesía de vanguardia en Latinoamérica.
El lenguaje descarnado y audaz de Alfonsina aplicado al
tratamiento de ciertos temas tabús como “Fecundidad” (1916), “Tú me quieres
blanca” (1918), “Oveja descarriada” (1918); o la experimentación cubista en un
poema temprano como “Cuadros y ángulos” (1918), son el anuncio de un nuevo
discurso femenino que en la Argentina verá sus frutos en los ’50 y se
prolongará con fuerza nueva en los ’80.
Factores psicobiográficos, patográficos, socioculturales y
de género sustentan no sólo la duplicidad de la voz sino los diversos rostros
que adopta la condición de “lo femenino” en su escritura, causa y razón de su
lucha diaria, en un mundo pensado para las muchachas que florecen en las
quintas (Borges dixit).
Las huellas autobiográficas de la infancia y adolescencia
signadas por estrecheces económicas forman parte de su mundo poético.
Más adelante, las experiencias de un intelecto puesto a
prueba le permiten ganar nuevos espacios junto a escritores contemporáneos que
admiran su coraje, su agudo sentido crítico y su firme rechazo de hipocresías e
injusticias.
Durante su existencia, Alfonsina Storni dará batalla en dos
frentes: al cuerpo social y sus convenciones institucionales por un lado,
“Veinte siglos” (1919); y a su propia naturaleza femenina, constreñida en un
cuerpo vulnerable y un espíritu soñador, “Pecho blanco” (1920), “Bien pudiera
ser” (1919), que la condenan a la amorosa presencia del varón.
Frente al cuerpo social se mantuvo firme, y su hacer
periodístico y participativo dieron acabadas muestras de una labor sin claudicaciones
y de una firme vocación por la solidaridad y la justicia social. Durante las
primeras décadas del siglo XX, las ideas de José Ingenieros, de marcado corte
positivista, formaron ideologías y conductas en hombres y mujeres que, como
Alfonsina, frecuentaban el círculo de artistas y escritores donde su palabra
comenzó a ser aceptada y a circular en sus textos. Fue él quien expuso -según
B. Sarlo (1985:77)-, “una versión laica y mundana de las pasiones y dedujo de
ella los principios de una moral antidogmática de aire naturalista”. Si bien
estas ideas aún no configuraban una moral hegemónica en el ámbito social
porteño, fuertemente tradicionalista, sus conferencias, libros, artículos y
publicaciones de alcance popular -como el Tratado del amor [2]-
, pusieron en circulación profusamente un contradiscurso de la moral más
conservadora, otra versión “psicológico-moral”. Indudablemente Alfonsina Storni
debió sentirse reafirmada en sus convicciones personales frente a ese nuevo
discurso que proponía abandonar el prejuicio anti-physis, que priva al hombre
de seguir sus instintos, sus deseos y sus impulsos, y postulaba una nueva moral
sexual, fluctuante entre el positivismo y la ética.
Si bien se mira, complejo panorama éste de discursos y
contradiscursos. De lo legítimo y lo admisible en una sociedad tradicionalista
de marcado corte católico y, a la vez, cosmopolita y agnóstica. Que defiende
abolengos sustentados en el pasado y se proyecta constantemente hacia Europa.
Tanto en los usos y costumbres como en la literatura y el arte, se reconocen
centros y márgenes; hegemonías y periferias. El sistema cultural en estas tres
décadas de comienzo del siglo XX manifiesta, en consecuencia, gran dinamismo,
desplazamiento de centros hegemónicos que son ocupados por nuevos núcleos de
elementos dominantes con aires de vanguardia.
Alfonsina tuvo leales amigos entre los escritores y artistas
coetáneos que la apoyaron con su afecto y no sólo valoraron la obra, sino a la
mujer valiente que militaba en pos de mayor equidad y justicia en una sociedad
de hombres resistiendo en un medio hostil y discriminador [3].
Cuando nadie se hubiera atrevido a levantar la voz para enjuiciar las normas
impuestas por la sociedad a las mujeres, en ocasiones adoptando un
seudónimo, Tao-Lao, ella se permitió escribir, con derroche de
ironía, artículos en revistas de amplia difusión, cuadros, pinceladas,
bosquejos de la sociedad, intentando despertar conciencias, poniendo al desnudo
tales situaciones en donde dejaba expuestas las circunstancias limitativas y
mezquinas de la gente [4]. No obstante eso, su vida personal y su
conducta social siempre estuvieron bajo la lupa. También su creación poética
fue objeto del prejuicio. Borges y otros como Leopoldo Lugones, veían en ella
sólo una fiel representante de los “poemas de amor”, género literario
profusamente producido por mujeres, para dar cuenta del énfasis pasional y del
erotismo romántico pasado de moda.
Alfonsina, necesitada de afecto y contención, no escapó del
juicio impiadoso de quienes nunca pudieron separar su vida de su obra, viendo
en ella a la transgresora, ejemplo pernicioso de desprevenidas “muchachas en
flor”.
Para quienes la desvalorizaban, la suya es creación menor,
producto de una hacedora de poemas de amor, una poetiza de los márgenes [5].
Sin embargo, y a pesar de estos juicios, vastos sectores
dentro y fuera de la Argentina reciben sus versos con respeto y admiración.
Juntas las voces de Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou,
Gabriela Mistral y la suya propia, renovarán el pacto de una escritura
inaugurada por Sor Juana Inés de la Cruz (siglo XVII), instaurando en
Latinoamérica un discurso poético desde la mirada femenina, de tono íntimo y
apasionado, pero no por eso menos comprometido con la realidad.
Frente a su propia naturaleza femenina, su rebeldía
-explicitada en discursos poéticos opuestos al discurso hegemónico de una
sociedad conservadora e hipócrita respecto a las mujeres-, puso en emergencia
el derecho a disponer del propio cuerpo y a hacer uso de la voz silenciada y
censurada por generaciones, “Oye...” (1919), “Fiesta” (1925).
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido/No fuera más
que aquello que nunca pudo ser, /No fuera más que algo vedado y reprimido/De
familia en familia, de mujer en mujer./.../A veces en mi madre apuntaron
antojos/De liberarse, pero, se le subió a los ojos/Una honda amargura, y en la
sombra lloró./.../Y todo eso mordiente, vencido, mutilado/Todo eso que se
hallaba en su alma encerrado, /Pienso que sin quererlo lo he liberado yo. “Bien
pudiera ser” (1919)
Consecuentemente, opciones como tener un cuerpo o tener un
cerebro, ser inteligente o soñadora, asoman en un espacio transfigurado en
poesía, dentro del cual el sujeto textual convoca a otras voces que participan
polémicamente, entendiendo que la alternativa siempre mutila. O se es dueña de
un cuerpo sin velos ni mistificaciones para ocultar la mortal carnadura, “Una”
(1925); o se impone un pensamiento que temple la personalidad, y encare la vida
con filosofía:
Las mujeres mentales/Perdedoras salimos en negocios de
amores/.../.../ piensan que las mejores/Son aquellas plegadas a sus modos
carnales/ “La otra amiga” (1925)
/.../Todo cerebro activo lleva un alma quebrada /Y el hombre
en las mujeres, busca un poco de fiesta/ “Y agrega la tercera” (1925)
El mundo construido para las mujeres solteras de clase media
en el que vive Alfonsina rezuma falsedades. La literatura que ellas leen y que
las moldea son novelas sentimentales, folletines por entrega, revistas
femeninas que ofrecen poemas de amor junto a artículos que hablan de la moda y
dan consejos para organizar mejor el hogar.
Dichas lecturas incitan al ensueño y a la idealización de
mundos posibles, fuente de erotismo que despierta y exacerba los deseos
íntimos; que educa la mirada para disimular la pasión sorprendida por el varón.
La mujer que se perfila en este medio -entretejido por discursos del melodrama
y el folletín, cine mudo y radioteatro- es sensual, reprimida y de limitado
horizonte cultural. Su vida se proyecta junto al hombre que la llevará al
altar, a quien amará y para quien ella prodigará su cuerpo, proporcionándole
placer y procreando hijos. Sabe también que junto al hombre, por su propia
felicidad, cuanto menos ponga a funcionar su capacidad intelectual, más logrará
armonizar con él (Sarlo, 1985-78) [6].
Con ácida ironía en “La ronda de las muchachas” (1920) se
denuncia esta realidad. En el poema, el sujeto textual en un plural inclusivo,
“formemos”, exhorta a bellas muchachas a formar una ronda y cantar, los cuerpos
velados a la mirada libidinosa del fauno, sumisas y agradecidas por el trato
recibido de los dioses:
“Desde viejas edades/¿Quién se puede quejar?/Nos crían
muy rosadas/ Para el buen gavilán .
Se intertextualiza el motivo popular del gavilán ladrón y la
paloma: “Palomita,palomita/cuidado con el pichón/ mira que rondando el nido/
está el gavilán ladrón”, motivo que también Rubén Darío incorporara en su
poema “Anagke” (Azul, 1888).
Así ve el sujeto de la enunciación lo que la voz expresa a
través del sujeto textual; la sociedad hace de las jóvenes mujeres casaderas,
indefensas palomas, víctimas propiciatorias para algún “buen gavilán”.
J. Gabriel (1921) se lamentaba de “la uniformidad que campea
en la literatura femenina sudamericana” debido al único interés de ese mundo,
la temática amorosa, idílica o pasional, y al horror por llamar a las cosas
como se muestran en la vida real y común. Hace responsable de esta conducta a
la naturaleza femenina, que sólo atiende a su “infantil imaginación” y a la
“actitud espiritual primitiva en lo subjetivo puro” [7]. Muschietti
(1999:13), en su enfoque sobre la obra total de Alfonsina Storni, disiente con
este juicio. La monotonía infantil y subjetiva del “verso de amor” no respondía
a una cualidad esencial de lo femenino. Tenía que ver con un estereotipo que se
debía imitar para escribir este género, no pudiendo hacer otra cosa sin que
ello signifique salirse del mundo femenino.
En un poema de El dulce daño (1918),
planteada la situación de diálogo entre amantes, el sujeto textual intenta
explicar cómo son las mujeres:
“Las mujeres lloramos sin saber, porque sí”/.../ Sí, vanas
mariposas sobre jardín de Enero, /Nuestro interior es todo sin equilibrio y
huero./.../Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:/Movilidad absurda de
inconsciente coqueta/Deseamos y gustamos la miel de cada copa/ Y en el cerebro
habemos un poquito de estopa”, “Capricho”
La voz enunciadora constituye el sujeto textual bajo la
máscara de la mujer sumisa y dependiente del hombre, hueca y caprichosa. Se
apropia así del discurso que sobre las mujeres sostiene el imaginario masculino
de la época. Y asumiéndose como una de ellas, no sin sarcasmo, despliega ese
perfil que equipara el natural femenino con algo más que una muñeca de lujo,
coqueta y vana. Ni asomo de un signo positivo; nada que rescatar. Volubles e
impredecibles, emocionalmente inestables, incapaces de otro esfuerzo que no sea
revolotear en pos de su placer y dejarse llevar. “Así somos, ¿no es
cierto?” En la pregunta se oculta la sutil ironía que busca en la
respuesta asertiva del amante el desenmascaramiento de un pensar prejuicioso. E
implícitamente debajo de la pregunta podría leerse el reproche encubierto:
“-No. No es cierto que somos así”; o bien: “-Es así como ustedes creen que
somos” o “-Es así como ustedes nos obligan a ser”.
Su poemario es un ejemplo vivo de todas estas experiencias.
Según Muschietti (1999:13), “pensar cómo escribir alejándose del estereotipo,
significaba un estigma y una forma de apartamiento que Alfonsina conoció bien”.
Hasta aquí hemos intentado mostrar cómo influyeron en su
escritura aspectos autobiográficos, su relación con el medio sociocultural y su
condición de mujer. Cómo se dejó ganar por corrientes del pensamiento que
reafirmaban su condición de mujer independiente y luchadora. De qué manera su
poesía adhirió aproximadamente hasta los años ‘25 a poéticas y fórmulas
retóricas que privilegiaban la mirada desde lo subjetivo. Cómo tempranamente
buscó emanciparse, arrojando lejos la armadura que aprisiona el cuerpo y
arrancando la mordaza que silencia la palabra liberadora, metáforas que ayudan
a entender su experiencia de mujer enfrentada al poder que desde el sistema
social se ejerce sobre lo femenino y por ende sobre su escritura. Cómo esa
lucha no sólo dejó profundas huellas en la psiquis sino en el proyecto
escriturario que, a partir del ’35, se afianzó en la intención explícita de
cambios e innovaciones.
El inicio del camino hacia el final
Veamos ahora cómo se entiende el hiato que toda la crítica
marcó entre ese primer período productivo y lo que constituiría su etapa final,
sin considerar su producción dramática, que ocupó parte de esos años. Después
de nueve años de silencio, desde sus Poemas de amor (1926) en
prosa, la escritora experimenta con nuevos modos de plasmar la realidad en el
poema.
A partir de 1928 Alfonsina da muestras de inestabilidad
emocional, con deseos de permanecer aislada. Comienza a padecer una seria manía
de persecución. Las obsesiones la atormentan. “Se cree perseguida y observada
por todos los que la rodean, por los mozos de los cafés, por los guardas de los
tranvías” [8].
Cuando en 1935 aparece publicado Mundo de siete
pozos muchos le dan la espalda. Piensan que Alfonsina ha perdido su
capacidad lírica porque ya no escribe poemas de amor como los de antes. La
acusarán de aplicar ingenio donde antes brilló la pasión. Dirán que su verso se
ha vuelto complejo. El público que la seguía desde La inquietud del
rosal (1916) hasta Ocre (1925) siente que esta Alfonsina
de Mundo de siete pozos es otra, diferente, más cerebral.
Evidentemente ella ya no es la misma, así como el mundo no es el mismo.
Para B. Sarlo (1988:85) “el cambio poético en la obra de
Alfonsina, sobre todo en la posterior a mediados de 1930, marca los progresos
de un aprendizaje literario: después de la consagración en el público más
amplio al que podía esperar un poeta, los giros estéticos de Mundo de
sietepozos y Mascarilla y trébol”.
Acostumbrados al verso encendido, al reproche airado, a la rebeldía
desde su condición de mujer sometida al deseo del varón, ella les ofrece ahora
un complejo escenario que se resuelve en simbolizaciones y alegorías de mundos
y universos que escapan de la pura intimidad. La ciudad de Buenos Aires, sus
barrios, el Río de la Plata, la tristeza y la soledad de sus calles grises, de
su cielo plomizo, sus edificios, etc., ocupan espacio de interés entre los
poemas del libro. Igualmente los paisajes con fondo marino. El mar, uno de los
temas y motivos recurrentes en todo el poemario de Alfonsina Storni no está
ausente aquí. Es anhelo de horizonte, de abarcar con la mirada lo profundo de
la inmensidad y es deseo de fusión cósmica y transustanciación de la materia
corpórea en otra materia:
“Mis brazos:/saltan de mis hombros; /mis brazos: alas./No de
plumas: acuosas.../Planean sobre las azoteas,/más arriba...entoldan./Se vierten
en lluvias;/aguas de mar,/lágrimas,/sal humana.../Mi lengua:/madura.../Ríos
floridos/bajan de sus pétalos/. Mi corazón: / me abandona./circula/por invisibles
círculos/elípticos./Mesa redonda, pesada,/ígnea.../Roza los valles,/quema los
picos,/seca los pantanos.../ Sol sumado a otros soles.../Tierras nuevas/danzan
a su alrededor:/ Mis piernas:/crecen tierra adentro,/se hunden, se
fijan;/curvan tentáculos/de prensadas fibras: /robles al
viento,/ahora:/balancean mi cuerpo /herido.../Mi cabeza: relampaguea.../Los
ojos, nomeolvides,/se beben el cielo,/tragan cometas perdidos,/estrellas
rotas,/almácigos.../Mi cuerpo :estalla./Cadenas de corazones/le ciñen la cintura./
La serpiente inmortal/se le enrosca al cuello…” , “Ecuación”
Mundo de siete pozos se compone de poemas de
versos en metro libre. Este conjunto de poesías ofrece un cambio en el hacer
poético que se reconoce a partir no sólo del contenido sino de la estructura de
los poemas. En cuanto al enfoque temático, las primeras poesías centran la
atención en el hombre, como “Mundo de siete pozos” que da nombre al libro.
Otros conjuntos abordan “Motivos del mar” y “Motivos de la ciudad” finalizando
con diez sonetos que reeditan temas significativos, de lucha y empecinamiento
con la palabra, “Haz de tus pies”; de indiferencia del mundo frente a su
soledad, “Soledad”; de apetencias del hombre y el destino, “El hombre”; de
anhelos de una pasión total y perfecta, “Pasión”; de la biología de la mujer
que la esclaviza, “Canción de la mujer astuta”, etc.
Cuando Alfonsina publicaba Languidez en
1920 expresaba allí su intención de abandonar la poesía subjetiva. Pero será
recién en Mundo de siete pozos donde podrá notarse el esfuerzo
por emplear nuevos modos de decir el mundo poético, aunque ello no signifique
dejar totalmente de lado preferencias que forman parte de lo más íntimo de su
voz lírica.
Es característico de Mundo de siete pozos su
gran imaginación y aguda captación de lo esencial de las cosas, proyectado en
paisajes naturales y urbanos ricamente concebidos con aciertos metafóricos y
símbolos de original belleza plástica:
“El mar inmóvil/desprendido de sus mandíbulas, /exhala un
alma nueva.//No tiene fondo ,/ buqueshundidos,/almas, abrazadas/a sus
algas.//Recién nacido,/la cara de Dios,/pálida,/lo mira”, “Crepúsculo”
“Cálida, morada, viva, / la carne fría del mar/.../ Para mi
carne/ que se acaba, / tu terciopelo/ de coral”, “Trópico”
En Mundo de siete pozos Alfonsina resigna
la pasión desbordada de libros anteriores y la escritura autorreferencial, para
dar espacio a la meditación sobre la frustración de la palabra y la escritura
de cara a la cercanía de la muerte:
“Ya en opacas orillas se avizoran/manadas negras, ya mi
lengua atrae/betún de muerte; y ya no se distrae /de mí, la espina: y sombras
me devoran”, “Paisaje del amor muerto”
Tal vez, más que nunca, Alfonsina, la agnóstica y
positivista, desea creer en la existencia de un Dios que la sostenga y ampare,
presencia intangible que se presiente proyectándose en el silencio nocturno:
“A pico/la luna/caía/sobre el cenáculo.//Negra /bordeaba el
mundo/el perfil /de una sierra.// Una mano/ deseaba // No la tuya: / la de
Dios. // A su lado/caminar/ en la noche/ por las cuchillas/ nevadas”, “Camp -
Fire”
Metáforas de cuño expresionista se destacan en “Motivos de
ciudad”. Visiones angustiosas y opresivas de un paisaje urbano que la asfixia
remedan cementerios:
“Unaciudad hecha de huesos grises/se abandona a mis pies.//
Como tajos negros,/las calles,/separan el osario, lo cuadriculan, /lo ordenan,
lo levantan.// En la ciudad, erizada de dos millones de hombres,/no tengo un
ser amado...// El cielo, más gris aún /que la ciudad,/ desciende sobre mí,/ se
apodera de mi vida,/traba mis arterias,/apaga mi voz...//Como un torbellino,/
no obstante,/al que no puedo sustraerme,/ el mundo gira alrededor/de un punto
muerto:/ mi corazón” , “Momento”
En la ciudad, se siente presa de las miradas que la
desintegran, y es sólo un cuerpo desmembrado, un caleidoscopio sin voluntad ni
sentimientos:
“Un callejón abierto/entre altos paredones grises./A cada
momento/la boca oscura de las puertas,/los tubos de los zaguanes,/trampas
conductoras/a las catacumbas humanas./ ... /Todo ojo que me mira/ me multiplica
y dispersa./Un bosque de piernas,/un torbellino de círculos/rodantes,/una nube
de gritos y ruidos,/me separan la cabeza del tronco,/las manos de los brazos,/
el corazón del pecho,/los pies del cuerpo,/la voluntad de su
engarce./Arriba,/el cielo azul/aquieta su agua transparente:/ciudad de oro/ lo
navega”, “Calle”
A estos “Motivos de ciudad” se suman otros poemas de extraña
y sobrecogedora belleza, por los aciertos metafóricos y el aguzado sentido
lírico de sus imágenes. Podríamos mencionar “Hombres en la ciudad”, “Una
paloma”, “Selva de ciudad”, “La hora 19”, en donde aflora la abrupta confesión
de una vuelta a la cordura:
“La vieja hoz de la luna/miserable, tímida,/luna que no sé
cómo/pudo trastornarme un día/hasta entregar mi corazón.”
1935 se constituye en un año de alta significación en la
existencia de la escritora. Se produce finalmente la ruptura anunciada en la
poética de Alfonsina. Con la incorporación de recursos vanguardistas y un
abandono -relativo- de la poesía subjetiva. Pero también es el año en que se
sabe condenada por un mal incurable. Le descubren un tumor en un pecho y la
operan para extraérselo.
Si bien no tenemos datos puntuales del alcance de esta
intervención quirúrgica, por los efectos físicos testimoniados por familiares
de la escritora que hablan de una parálisis cada vez más aguda de su brazo
derecho, suponemos que Alfonsina había sido sometida a una mastectomía total y
a radiaciones, considerando la época y los limitados recursos oncológicos con
que la medicina contaba en las primeras décadas del siglo XX. Para casos
extremos, la extirpación total del pecho afectado se imponía como un único
recurso para garantizar la sobrevida de la paciente. En otras palabras, la
mutilación sin atenuantes era la solución prescrita para asegurar,
relativamente, la cura y la sobrevivencia [9].
Términos léxicos tales como pozo, pantanos, agujero,
caverna, fondo oscuro, pozo del vacío, catacumba, torbellino, recurrentes
en Mundo se siete pozos, podrían marcar en su simbología, o
tal vez en un nivel inconsciente, la profunda angustia, los miedos que
desvelaban a la poetiza y que anticipaban su deseo de dilución total del cuerpo
en la inmensidad del mar.
Cabe destacar algunos poemas que ponen en emergencia la
palabra, la voz. Como si la voz enunciadora hubiera llegado al límite de su
tolerancia. En “Voz” y en “Contravoz” apela para que la palabra y la voz se
apliquen a cosas de mayor trascendencia. Porque duele el atender a “cosas
estultas”. Es momento de profundizar en lo esencial. De decir verdades
fundamentales para el hombre, de destacar el poder de la palabra:
“La palabra arrastra limos, /pule piedras,/y corta selvas
imaginarias./Piden los hombres/ tu lengua,/tu cuerpo,/tu vida”, “Voz”
Aquí se advierte que “lengua” se conjuga con voz, palabra y
poesía. Cuando el sujeto textual proclama que los hombres piden “tu lengua, tu
cuerpo, tu vida”, está diciendo que la palabra poética es un compromiso con
todo el cuerpo, y por ende, con la vida misma. Porque dar la palabra, darse en
el verso, es entregar juntamente el cuerpo y el espíritu.
En otro poema muy significativo dentro del conjunto,
“Palabras degolladas”, se presenta la inutilidad absoluta de articular palabras
que abortan antes de nacer:
“Palabras degolladas,/ caídas de mis labios/sin nacer;/estranguladas
vírgenes/sin sol posible;/pesadas de deseos,/henchidas.../”.
La palabra y la escritura son esfuerzos estériles, no
comunican nada trascendente, están condenadas a la mudez, a la disgregación, al
igual que el cuerpo que está en íntima relación con la escritura. No sólo el
cuerpo está agotado, también la escritura frente a la emergencia del
agostamiento de la palabra.
Entregada en los años juveniles a la experiencia lacerante
del rigor de la pasión, en lucha desigual por alcanzar el derecho al uso del
cuerpo propio fructificado en el hijo fuera del matrimonio, y objeto de la
censura impuesta por la sociedad, Alfonsina transferirá esa libertad alcanzada
a muy alto precio al proceso de la escritura. Y ahora su visión se dirigirá
preferentemente hacia los objetos y paisajes que componen su entorno. Esos
objetos cobran vida y relieve. El cuerpo vibrante de pasión y sensibilidad, de
urgencias y deseos, ha dejado paso a ojos que ven, orejas que se independizan
de la totalidad de un cuerpo y adoptan la entidad de un objeto en sí mismo.
Ese “mundo de siete pozos o puertas”, es el hombre que mira,
oye, huele y habla por cada una de esas puertas (ojos, orejas, nariz, boca). Un
mundo atomizado y recompuesto en metáforas poéticas. Y a partir de allí, todo el
mundo poético de Alfonsina se repliega, se transmuta, viaja desde ese canon
modernista y romántico hacia otras dimensiones de rupturas y búsquedas de
vanguardia. Pero no violentamente. Va poco a poco matizando su verso. Se deja
ganar por la originalidad de las comparaciones, las metáforas e hipérboles
cultistas, la síntesis poética donde se sustituye el todo por las partes, las
asociaciones de dos ideas vinculadas de modo sorpresivo, las contraposiciones
del microcosmos al macrocosmos, haciendo de la cabeza humana, un mundo. Y del
mundo, una cabeza que piensa.
La lisura de la rima y el verso regulares dan paso al verso
libre y desprendido. La sintaxis se hace rebelde y el verso suena rotundo y
áspero.
En Mundo de siete pozos, etapa de transición y rupturas,
Alfonsina, que ha venido padeciendo algunos trastornos emocionales y psíquicos,
manifiesta en su escritura el efecto de su nueva lucha por salir de sus estados
de aislamiento, de caída en el silencio, de la página en blanco. Todo esto,
síntoma de angustia y pesimismo plasmado en imágenes que registran estados
anímicos fluctuantes.
Después de su encuentro en Montevideo con Gabriela Mistral y
Juana de Ibarbourou al comienzo del año 1938, Alfonsina regresa a Buenos Aires
y cae presa de un desasosiego creciente, del cual deseaba escapar sin
conseguirlo, torturada por una angustia compleja [10].
Así como le obsesionaba el mar hasta hacerla estremecer,
igualmente le obsesionaba la idea de producir. Y en los dos últimos años
escribía diariamente. Quería crear sin descanso. Su espíritu estaba en una
constante tensión, pronto para recoger estímulos y sugerencias poéticas. La
escritura compulsiva a la que se entrega de día y de noche, según testimonios
próximos a ella, hablarían de la necesidad de llenar, de cubrir el espacio-
página en blanco en remisión directa a ese lugar dejado por la ablación del
pecho, carencia que no se termina de completar.
Podemos entender que el intento de una escritura compulsiva
tiene que ver con su cuerpo estigmatizado, mutilado. La escritura quiere cubrir
espacios, lugares que en el cuerpo han dejado la huella de una falta. La
mutilación de su pecho dos años antes agudiza en la escritora su sensibilidad,
así como su marcado pesimismo. La huella en el cuerpo por el cirujano, es la marca
que deja el puño sobre la escritura. Esa plenitud tan buscada durante toda la
primera etapa de producción en el dominio del cuerpo sin veladuras, y en el
desborde de una escritura de lo erótico, sin borramientos, sufre un quiebre.
En el poema “Agrio está el mundo” se ofrece un paisaje
cargado de elementos que hablan de soledad. La presencia de la muerte se
presiente en ese mundo detenido, aún no en sazón; de ahí que sea agrio.
Imágenes apocalípticas de tumbas que emergen sobre las aguas, de océanos que
acunan “casas de espanto” mientras el hombre está sobre el mundo, balanceándose
sobre sus piernas, en medio de dos paisajes desoladores.
Alfonsina experimenta con el verso libre y ensaya diversos
tonos, métricas y contenidos. Pero en lo que respecta a la voz textual adopta
una postura de reflexión y crítica implícita hacia la realidad del siglo xx, un
mundo que avanza en los campos de la técnica, que ha extraviado la palabra y ha
puesto silencio a la voz por “el dolor de servir/ a cosas estultas”, y
acusa:
“Hemos dormido, todos/demasiado” (,,,)¿Cuánto/los jardines
del cielo/echarán raíces/en la carne de los hombres,/en la vida de los
hombres,/en la casa de los hombres?/No hay que dormir,/hasta entonces”. “Voz”
El tono pesimista puede alcanzar niveles mayores aún, como
en el poema “Sierra”, donde leemos:
“Tendida en el filo ocre/de la sierra,/una helada/ mujer de
granito/aúlla al viento/ el dolor de su seno desierto”
Y se oye la voz que clama, Cristo resucitado en cuerpo
femenino:
“sobre la cruz del tiempo/clavada estoy/.../Ríos de
sangre/bajan de mis manos/ a salpicar el rostro/de los hombres”(...)/ Mis ojos,
faros de angustia, /trazan señales misteriosas/en los mares desiertos” .
En “Luna de marzo sobre el mar” el sujeto textual dialoga
con la luna, metaforizada en un polluelo recién nacido, que termina contagiando
los versos con una ternura que recuerda las nanas infantiles. Y además, evoca
la renuncia al contacto amoroso y la esterilidad de la mujer madura:
“Pequeña,/recién nacido polluelo,/tibia de vellón
dorado,/no, no corras/.../Me cabrías en las manos,/luminoso polluelo;/en las
manos/ya muertas/ para las caricias humanas/.../¡No, no corras!/Sarmiento es mi
cuerpo,/pardo y seco,/clavado en la fría/flor del mar/cuyo fondo de hielo
esmeralda,/desea.” Mascarilla y Trébol
Como dijimos, este libro se compone de cincuenta y dos
poemas cuya estructura adopta los catorce versos del soneto clásico. Pero he
aquí que estos no son sonetos sino una forma que imita aspectos formales del
soneto, y a la vez, adopta su propio ritmo y no arrastra la rima. Los versos
cumplen como endecasílabos. De manera que todo hace pensar en el soneto, sólo
que Alfonsina los denominó “antisonetos”.
El último terceto, en otros sonetos de Ocre de
contundente final, se abre y deja en suspenso algo no resuelto.
Nuevamente podemos decir aquí que la falta en el cuerpo de
Alfonsina reflejará en la escritura la necesidad de restitución de una forma
completa y unitaria. Donde todo acuerda perfectamente bien, forma y fondo. Como
supuestamente debió sentir su propio cuerpo en la plenitud del goce y el
sufrimiento.
La enfermedad psíquica primero, que la trastorna
emocionalmente y la vuelve introvertida y solitaria; y el cáncer seguidamente,
hacen que su mirada sobre el mundo y sobre su propia persona, mente, y cuerpo,
sufran cambios. Y ellos serán factores determinantes en los nuevos rumbos que
adopte su escritura.
Mientras Alfonsina luchaba por emancipar su cuerpo para
sentirse libre de corsés que aprisionaban no sólo la carne sino el cerebro, eso
se reflejaba en el cuerpo de su escritura, liberando la voz y la palabra de
inútiles mordazas.
Ahora que aquél muestra la mella dejada por el bisturí, su
esquema corporal sufre el efecto de lo fragmentario, que indudablemente debió
conmocionar profundamente su identidad femenina. La pregunta que se impone es
qué efectos causó en Alfonsina -y en su escritura-, ver de ese modo mutilado su
cuerpo; cómo afectó a su narcisismo la privación de un atributo relevante en la
figura de mujer. Si no podía exponer libremente el cuerpo -no estaba íntegro
para la mirada del otro-, había que buscar algo con qué sustituir la falta,
recomponer la mella, pues si su físico llevaba la marca indeleble de la
enfermedad que la signaba para la muerte, su fuerza espiritual, guiada por la
razón y un exquisito sentido poético, no estaban mutilados.
La capacidad reflexiva elevada a instancias metafísicas será
el resultado de estos antisonetos que fluctúan entre la retórica neocultista y
vanguardista, y la contención emocional que en más de una ocasión desborda.
Eso mismo, pudo causar en Alfonsina una inclinación
voluntaria hacia la parte más racional de su persona. Sin embargo, de ningún
modo desaparece la presencia del yo enunciador, identificable en muchas
ocasiones con la voz poética, capaz de una mirada crítica hacia atrás, “Eros”.
Pero ya no es posible escribir sonetos en su forma pura y
acabada, como aquellos diez que cierran Mundo de sietepozos.
Entonces halla una forma que es simulacro del cuerpo sano y entero, un poema
que se pone “mascarilla” de soneto pero es un “antisoneto”.
El nombrarlo de este modo, el pensarlo así, nos permite leer
la rebeldía manifiesta en la práctica de la escritura. Rebeldía hacia una
tradición literaria que ha quedado atrás, junto con su vida pasada y sus expectativas
vitales. Junto con otra Alfonsina, que escribía poesías que ahora desprecia y
desecha. Rebeldía por no poder acudir más al soneto como lo hiciera por última
vez en 1935. Entonces expresa la imposibilidad empleando el prefijo de
oposición. Si no hay sonetos habrá “antisonetos”. Modificar la forma canónica
de algún modo implica tener presente el modelo, rescatarlo y conservarlo,
aunque sólo sea como la contracara de este poema que ahora es capaz de
producir; y que le permite poder imitar esa cuasi plenitud del cuerpo de la
escritura -y de su propio cuerpo-, para salvarse de la disgregación total, para
poder sostener una identidad del orden de lo femenino en el nuevo esquema
corporal, transformado, fragmentado.
Mascarilla y trébol está compuesto por cincuenta
y dos “antisonetos”. La estructura de cada uno de ellos imita la de los catorce
versos endecasílabos del soneto clásico. Un cuarteto inicial es expositivo, el
segundo oficia de nudo, mientras el desenlace queda para los tercetos. La rima
de los versos es libre, aunque mantiene un ritmo propio. Debemos decir que la
rotundidad del último terceto, desaparece en estas composiciones. En cambio,
nos ofrece un final que deja en suspenso la resolución, que se diluye en
interrogantes sin respuestas.
El primer poema que inaugura el libro está dedicado “A
Eros”, divinidad que rigió su destino de mujer y que ahora, arrojado a las
olas, no podrá ejercer más el engaño del sexo con la complicidad de la Luna. Y
el último que lo cierra, “A Madona poesía”, donde el sujeto textual adopta el
tono confesional, testamentario, podríamos agregar, ya que la escritora sabe
que su fin está próximo y hace un “mea culpa” de sus desbordes líricos en el
pasado: “un río de lujurias” la apartó involuntariamente de la verdadera
y pura poesía. Promete “pecar menos” ya que no puede prometer dejar de
hacer versos, porque confiesa: “vivir cortada de tu sombra/ posible no me
fue, que me cegaste/ cuando nacida contus hierros bravos”.
Una serie de antisonetos abordan temas de lo minúsculo y particular,
“Una lágrima”, “Una oreja”, “Un diente”, “Un lápiz”, “Una gallina”, poniendo en
guardia al lector por este viraje de ciento ochenta grados con relación a otros
temas amorosos y eróticos anteriores. El yo poético observa en la playa la leve
huella que va dejando una gallina en la arena, una huella en forma de lirio que
hace reflexionar al sujeto textual sobre hechos de mayor trascendencia como la
eternidad:
¿Por qué persigo sus pisadas solas// que marcan lirios en el
polvo de oro?/ ¿Estaarena, subida de los mares, / guardará fósil la inocente
huella? “Una gallina”
Alfonsina sabe que se muere. Y en cada pequeño objeto que su
mirada captura encuentra algo de esa esencia de vida que ella siente que se le
escapa a cada instante.
El cansancio de sobrellevar la angustia de un fin próximo se
expresa líricamente en el antisoneto “Palabras manidas a la luna”, donde el
tono intimista y confesional supera todo intento de objetividad cuando se clama
por un poco de paz en medio de tanto dolor y miseria humanas:
“Quiero mirarte una vez más (...) aligerada de la angustia
mortal y su miseria//...Baja: mi corazón te está pidiendo. / Podrido está; lo
entrego a tus cuidados./ Pasa tus dedos blancos suavemente// sobre él; quiero
dormir, pero en tus linos,/ lejano el odio y apagado el miedo;/ confesado y
humilde y destronado”.
De sus experimentos más audaces podemos rescatar “Aeroplano
en un espejo”, que representa en imágenes surrealistas un estado onírico del
sujeto textual:
“/.../ Altas paredes negras me rodeaban/ que derivaban
lentas con mi lecho/ y por algún costado de la tierra/ caíamos sin peso y
balanceantes./ .../.”
O “Ultrateléfono”, donde Alfonsina pone gran dosis de
imaginación en el diálogo imaginario con su amigo Horacio Quiroga,
recientemente muerto, y con su padre:
“/.../ -Ya sé que en la vejiga/ tienes ahora un nido de
palomas/ ytu motocicleta de cristales/ vuela sin hacer ruido por el cielo./
.../”.
Y expresa, en una identificación autobiográfica con el
sujeto textual:
“Iré a veros muy pronto; recibidme/ con aquel sapo que maté
en la quinta/ de San Juan ¡pobre sapo! Y a pedradas. / .../”.
La escritura reflejará la necesidad de restituir a ese
cuerpo de mujer la forma completa. Si el soneto clásico, perfecto, no responde
ya a su nuevo esquema corporal, esta otra forma sí, que siendo como un soneto,
tiene la soltura necesaria para que el pensamiento fluya en libertad.
El antisoneto, forma negada del paradigma pleno, da cuenta
de ese otro cuerpo enfermo, que se niega a la escritura por la progresiva
parálisis del brazo derecho. La compulsiva urgencia de llenar páginas en blanco
remite al pecho ausente, a la carencia que se maquilla para ocultar lo que
falta. Y el maquillaje denuncia la máscara que dice algo de lo que no se quiere
saber nada. Es decir, la pulsión de muerte. Es en la máscara donde se explicita
la pulsión de muerte (L. Israël 1979:28). ¿Será azaroso, entonces, que para
titular su último libro Alfonsina haya escogido un derivado de “máscara”?
Cirlot manifiesta que “todas las transformaciones tienen algo
de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y
ambiguo se produce en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser
ya “otra cosa”, pero aún sigue siendo lo que era. Por ello, las metamorfosis
tienen que ocultarse, de ahí la máscara” [11].
Junto a la mascarilla, el trébol. Y ¿por qué el trébol? El
trébol es “emblema de la Trinidad” [12].
¿Sería demasiado arriesgado considerar que Alfonsina, ante
esta metamorfosis física y psíquica que la coloca frente al misterio de la vida
y de la muerte, pensó ponerse bajo la triple protección, cubriendo la vergüenza
de su descreimiento de antaño bajo esta mascarilla, porque “las metamorfosis
tienen que ocultarse”?
Su estado de inquietud espiritual, en relación a su
enfermedad que había recrudecido y le deparaba dolorosas crisis, la lleva a la
conclusión de que no estaba dispuesta a soportar en el cuerpo el dolor que pudo
sobrellevar en su alma durante tanto tiempo. Y con esa firme convicción,
llegará la determinación de adelantar su propio fin. Hecho que acontece un 25
de octubre de 1938 en la ciudad de Mar del Plata, Argentina.
Notas
[1] Delfina Muschietti ha realizado la ardua tarea de
recopilar en dos volúmenes toda aquella obra que había permanecido inédita,
especialmente lo relativo a su actuación periodística y ensayística.
[2] J. Ingeniero (1983: 231-2) [1970] se refería a la
institución del matrimonio, que pautaba la sexualidad y el amor, oprimiendo el
instinto. En relación a todo esto, imaginaba una sociedad futura, con una moral
más natural, donde los transgresores de la tiranía social, serían los
“adelantados”,
[3] Participó en agrupaciones que lucharon por la defensa de
los derechos de la mujer y del niño. Fue feminista, como expresa Federico de
Onís, “la más feminista de las poetisas mayores de nuestra época: todas ellas
como mujeres expresan inevitablemente cada una a su modo, sentimientos
femeninos, pero la Storni ve además su feminidad como problema, no solo
individual sino social. Es la más intelectual de todas, la más abierta a todo
género de emociones, la más rica en variedad de tonos y matices”, en Antología
de lapoesía española e hispanoamericana (1934) Madrid, p. 932. Y
también de “idealismo militante”, según manifestó el senador Alfredo Palacio en
sus exequias (Revista Nosotros, noviembre de 1938, pp.488-9).
[4] En D. Muschietti 1999:23 se mencionan secciones como
“Feminidades” o “Vida Femenina” en el periódico La Nota (1919);
o en “Bocetos femeninos” en La Nación; numerosas colaboraciones
en Fray Mocho, Atlántida, Caras yCaretas,
etc., donde Alfonsina Storni es audaz o sarcástica para desnudar hipocresías.
[5] Jorge Luis Borges, en Proa, año 2, núm.14,
1925, alude a sus versos como “chillonería de comadrita que suele inferirnos la
Storni”.
[6] De ello da testimonio Beatriz Sarlo (1985) al referirse
a los relatos por entregas en las revistas de moda.
[7] “La literatura femenina en Sud América”, en El
Hogar, núm. 588,1921, en Muschietti (1999:12-13).
[8] Ver Josefina Delgado (1991): Alfonsina Storni.
Una biografía. Planeta, Buenos Aires, p.134.
[9] “La certeza de que no viviría más de tres meses
condenada a sufrimientos indecibles, fue la determinante única de su decisión”,
expresó una pariente suya. Alfonsina Storni, tan valiente para enfrentar al
mundo, tan segura de sí misma, vacilaba frente al dolor físico. Años
anteriores, después de someterse a una operación que detuvo por un tiempo su
mal, manifestaba que de reproducirse aquél (eventualidad que no esperaba) no
habría de sobrellevar iguales padecimientos. Los ataques sufridos en los
últimos meses y la parálisis cada vez más avanzada de su brazo derecho, le
dieron el valor de morir”, en “Recuerdos personales de la Srta. Blanca Storni”,
prima de la escritora, en María Teresa Orosco (1940): Alfonsina
Storni. Instituto de Literatura Argentina, Imprenta de la Universidad
Nacional de Buenos Aires, Buenos Aires, p.249.
[10] Este estado de inquietud anímica se manifestará en
otras ocasiones, como sucedió en una función del teatro Colón, a donde había
asistido para un concierto de música de Wagner en setiembre de 1938. Según
amigos de la escritora, “dominada por una nerviosidad atormentadora se
levantaba, salía, volvía a entrar en la sala”. En cierto momento dijo a su
acompañante: “Esta vida me resulta insoportable, necesito tomarme unas
vacaciones. ¡Cómo desearía cambiar todas las cátedras, por un consulado en
cualquier sitio cerca del mar; en María Teresa Orosco (1940:215).
[11] Juan-Eduardo Cirlot (1979), Diccionario de
Símbolos. Ed. Labor S.A., 3ª ed., Barcelona, s.v. ‘máscara’.
[12] Ibid., s.v. ‘trébol’.
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María Esther Silberman de Cywiner. Profesora
Titular (full time) en la Cátedra de “Introducción a la Literatura”, del
Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Tucumán, Rep. Argentina. Cargo obtenido por concurso de
Antecedentes, méritos y clase pública. Por extensión de funciones dicta “Medios
de comunicación social” de la Carrera de Trabajo Social.
Ha publicado libros como El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos, De textos y autores argentinos,Estudios hispánicos I, Estudios hispánicos II, ¿Es tan conocida la ruda?,La Asociación israelita sefaradí de beneficencia de Tucumán. Memoria y testimonios de su fundación y evolución.1921-2006 (co-autoría), Estudios hispánicos IV. En soporte Cd rom, Estudios hispánicos III, Estudios hispánicos IV, De textos y autores hispanoamericanos y argentinos (en co.autoría), Literatura y violencia. El matadero como metáfora; Cultura, medios y literatura (en co.autoría).
Es investigadora del Programa de Incentivos de la Secretaría de Ciencia y Técnica del Consejo de investigación de la U.N.de Tucumán, Argentina. Ha dirigido y dirige Proyectos de investigación vinculados a los inmigrantes de diferentes etnias residentes en la provincia de Tucumán, y ha publicado en forma individual y en equipo numerosos documentos de trabajo vinculados a esta temática.
Ha publicado libros como El Rinconete y Cortadillo en la encrucijada de dos siglos, De textos y autores argentinos,Estudios hispánicos I, Estudios hispánicos II, ¿Es tan conocida la ruda?,La Asociación israelita sefaradí de beneficencia de Tucumán. Memoria y testimonios de su fundación y evolución.1921-2006 (co-autoría), Estudios hispánicos IV. En soporte Cd rom, Estudios hispánicos III, Estudios hispánicos IV, De textos y autores hispanoamericanos y argentinos (en co.autoría), Literatura y violencia. El matadero como metáfora; Cultura, medios y literatura (en co.autoría).
Es investigadora del Programa de Incentivos de la Secretaría de Ciencia y Técnica del Consejo de investigación de la U.N.de Tucumán, Argentina. Ha dirigido y dirige Proyectos de investigación vinculados a los inmigrantes de diferentes etnias residentes en la provincia de Tucumán, y ha publicado en forma individual y en equipo numerosos documentos de trabajo vinculados a esta temática.
© María Esther Silberman de Cywiner 2009
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad
Complutense de Madrid
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