Siete noches

Jorge Luis Borges


Dice Cansinos-Asséns: Antonio Galland es el descubridor de ese Oriente literario que Las mil y una noches nos revelan. La primera impresión que su libro produjo es de sorpresa y perplejidad. El traductor no señala como fuente de su labor sino un manuscrito que encontró en un viaje por Siria. Su versión, sin embargo, tuvo éxito ruidoso, fulminante, debido, sobre todo, a sus méritos literarios.


Jorge Luis Borges
Un acontecimiento capital de la historia de las narraciones occidentales es el descubrimiento del Oriente. Sería más exacto hablar de una conciencia del Oriente, continua, comparable a la
presencia de Persia en la historia griega. Además de esa conciencia del Oriente —algo vasto, inmóvil, magnífico, incomprensible — hay altos momentos y voy a enumerar algunos.


Lo que me parece conveniente, si queremos entrar en este tema que yo
quiero tanto, que he querido desde la infancia, el tema del Libro de las mil y una noches , o, como se llamó en la versión inglesa —la primera que leí— The arabian nights: Noches árabes . No sin misterio también, aunque el título es menos bello que el de Libro de las mil y
una noches.


En el siglo quince se recogen en Alejandría, la ciudad de Alejandro
Bicorne, una serie de fábulas. Esas fábulas tienen una historia extraña, según se supone. Fueron habladas al principio en la India , luego en Persia, luego en el Asia Menor y, finalmente, ya escritas en árabe, se compilan en El Cairo. Es el Libro de las mil y una noches.


Quiero detenerme en el título. Es uno de los más hermosos del mundo, tan hermoso, creo, como aquel otro que cité una vez, y tan distinto:
Un experimento con el tiempo.


En éste hay otra belleza. Creo que reside en el hecho de que para nosotros la palabra "mil" sea casi sinónima de "infinito".


Decir mil noches es decir infinitas noches, las muchas noches, las
innumerables noches. Decir "mil y una noches" es agregar una al
infinito. Recordemos una curiosa expresión inglesa. A veces, en vez
de decir "para siempre", for ever , se dice for ever and a day, "para siempre y un día".


Se agrega un día a la palabra "siempre". Lo cual recuerda el epigrama de Heine a una mujer: "te amaré eternamente y aún después".


La idea de infinito es consustancial con Las mil y una noches.


En 1704 se publica la primer versión europea, el primero de los seis
volúmenes del orientalista francés Antoine Galland. Con el movimiento
romántico, el Oriente entra plenamente en la conciencia de Europa.
Básteme mencionar dos nombres, dos altos nombres. El de Byron, más
alto por su imagen que por su obra, y el de Hugo, alto de todos modos. Vienen otras versiones y ocurre luego otra revelación del Oriente: es la operada hacia mil ochocientos noventa y tantos por Kipling: "si has oído el llamado del Oriente, ya no oirás otra cosa".


Volvamos al momento en que se traducen por primera vez Las mil y una
noches . Es un acontecimiento capital para todas las literaturas de Europa. Estamos en 1704, en Francia.


Esa Francia es la del Gran Siglo, es la Francia en que la literatura está legislada por Boileau, quien muere en 1711 y no sospecha que toda su retórica ya está siendo amenazada por esa espléndida invasión oriental.


Pensemos en la retórica de Boileau, hecha de precauciones, de prohibiciones, pensemos en el culto de la razón, pensemos en aquella
hermosa frase de Fenelón: "de las operaciones del espíritu la menos
frecuente es la razón". Pues bien, Boileau quiere fundar la poesía en la razón.


¿Qué es el Oriente? Si lo definimos de un modo geográfico nos encontramos con algo bastante curioso, y es que parte del Oriente sería el Occidente o lo que para los griegos y romanos fue el Occidente, ya que se entiende que el Norte de África es el Oriente.


Tal es el primer sentido que tiene para nosotros y ello es obra de Las mil y una noches. Hay algo que sentimos como el Oriente, que yo no he sentido en Israel y que he sentido en Granada y en Córdoba. He sentido la presencia del Oriente, y eso no sé si pueda definirse;
pero no sé si vale la pena definir algo que todos sentimos íntimamente.


Las connotaciones de esa palabra se las debemos al Libro de las mil y una noches . Es lo primero que pensamos; sólo después podemos pensar en Marco Polo o en las leyendas del Preste Juan, en aquellos ríos de arena con peces de oro. En primer término pensamos en el Islam.


Veamos la historia de ese libro; luego, las traducciones.


El origen del libro está oculto. Podríamos pensar en las catedrales malamente llamadas góticas, que son obras de generaciones de hombres.
Pero hay una diferencia esencial, y es que los artesanos, los artífices de las catedrales, sabían bien lo que hacían. En cambio Las mil y una noches surgen de modo misterioso. Son obra de miles de
autores y ninguno pensó que estaba edificando un libro ilustre, uno de los libros más ilustres de todas las literaturas, más apreciados
en el Occidente que en el Oriente, según me dicen.


Uno tiene ganas de perderse en Las mil y una noches ; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos.


En el título de Las mil y una noches hay algo muy importante: la sugestión de un libro infinito. Virtualmente, lo es. Lo árabes dicen que nadie puede leer Las mil y una noches hasta el fin. No por
razones de tedio: se siente que el libro es infinito.


Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad de Las mil y una noches del Oriente.


Vienen las otras traducciones. La de Lane está acompañada por una enciclopedia de las costumbres de los musulmanes.


La traducción antropológica y obscena de Burton está redactada en un curioso inglés lleno de arcaísmos y neologismos, un inglés no desposeído de belleza pero que a veces es de difícil lectura. Luego
la versión licenciosa, en ambos sentidos de la palabra, del doctor Mardrus, y una versión alemana literal pero sin ningún encanto literario, de Littmann. Ahora, felizmente, tenemos la versión castellana de quien fue mi maestro, Rafael Cansinos-Asséns. El libro ha sido publicado en México; es, quizá, la mejor de todas las versiones; también acompañada de notas.
Hay un cuento que es el más famoso de Las mil y una noches y que no se halla en las versiones originales. Es la historia de Aladino y la lámpara maravillosa .
Aparece en la versión de Galland y Burton buscó en vano el texto árabe o persa.
Hubo quien sospechó que Galland había falsificado la narración. Creo que la
palabra “falsificar” es injusta y maligna. Galland tenía derecho a inventar un
cuento como lo tenían aquellos confabulatores nocturni . ¿Por qué no suponer que después de haber traducido tantos cuentos, quiso inventar uno y lo hizo?


La historia no queda detenida en el cuento de Galland. En su Autobiografía De Quincey dice que para él había en Las mil y una noches un cuento superior a los
demás y que ese cuento, incomparablemente superior, era la historia de Aladino.
Habla del mago del Magreb que llega a la China porque sabe que ahí está la única
persona capaz de exhumar la lámpara maravillosa. Galland nos dice que el mago era un astrólogo y que los astros le revelaron que tenía que ir a China en busca del muchacho. De Quincey, que tiene una admirable memoria inventiva, recordaba un hecho del todo distinto.
Según él, el mago había aplicado el oído a la tierra y había escuchado las innumerables pisadas de los hombres. Y había distinguido, entre esas pisadas,
las del chico predestinado a exhumar la lámpara.
Esto, dice De Quincey que lo llevó a la idea de que el mundo está hecho de
correspondencias, está lleno de espejos mágicos y que en las cosas pequeñas está la cifra de las mayores. El hecho de que el mago mogrebí aplicara el oído a la
tierra y descifrara los pasos de Aladino no se halla en ninguno de los textos.
Es una invención que los sueños o la memoria dieron a De Quincey. Las mil y una noches no han muerto. El infinito tiempo de Las mil y una noches prosigue su camino. A principios del siglo dieciocho se traduce el libro; a principios del diecinueve o fines del dieciocho De Quincey lo recuerda de otro modo. Las noches tendrán otros traductores y cada traductor dará una versión distinta del libro.
Casi podríamos hablar de muchos libros titulados Las mil y una noches . Dos en
francés, redactados por Galland y Mardrus; tres en inglés, redactados por
Burton, Lane y Paine; tres en alemán, redactados por Henning, Littmann y Weil; uno en castellano, de CansinosAsséns. Cada uno de esos libros es distinto, porque Las mil y una noches sigue creciendo, o recreándose.


En el admirable Stevenson y en sus admirables Nuevas mil y una noches (New Arabian Nights) se retoma el tema del príncipe disfrazado que recorre la ciudad, acompañado de su visir, y a quien le ocurren curiosas aventuras. Pero Stevenson inventó un príncipe, Floricel de Bohemia, su edecán, el coronel Geraldine, y los hizo recorrer Londres. Pero no el Londres real, sino un Londres parecido a Bagdad; no al Bagdad de la realidad, sino al Bagdad de Las mil y una noches.


Hay otro autor cuya obra debemos agradecer todos: Chesterton, heredero de Stevenson. El Londres fantástico en el que ocurren las aventuras del padre Brown y de El hombre que fue Jueves no existiría si él no hubiese leído a Stevenson. Y Stevenson no hubiera escrito sus Nuevas mil y una noches si no hubiese leído Las mil y una noches. Las mil y una noches no son algo que ha muerto. Es un libro tan vasto que no es necesario haberlo leído, ya que es parte previa de nuestra memoria, y es parte de esta noche también.


Fragmentos de la conferencia ofrecida por Jorge Luis Borges en el teatro Coliseo
de Buenos Aires en 1977, y que se reúne, con otras seis, en el volumen titulado 
Siete noches (FCE, 1998).

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