La
Eneida
es, entre otras cosas, un poema de ciudades. Por lo pronto, ya desde
el comienzo se nos revela como una etiología remota de la urbe por
antonomasia y capital del Imperio, Roma (vv. 5-7):
...dum
conderet urbem inferretque déos Latió; genus unde Latinum Albanique
paires atque altae moenia Romae1,
y
con igual rotundidad y explicitud en pocos versos más adelante (v.
33):
tantae
molis eral Romanam condere gentem2.
La
fundación de Roma es, en efecto, el remoto objetivo de este largo
viaje del héroe; pero, como sabemos, en el poema de Virgilio dicha
realidad no dejará nunca de ser un futurible > el argumento sólo
llegará a contarnos el establecimiento de los troyanos en el Lacio
Habrá de mediar la fundación de Lavinio por el propio Eneas, y la
de Alba Longa por su hijo Ascanio, antes que, como colonia de Alba,
se sienten por Rómulo los cimientos de la Urbe. No obstante, Roma es
ya un proyecto del destino al que intermitentemente se alude a lo
largo de la epopeya; el propio héroe tiene visiones y promesas
acerca de esta realidad venidera que, por designio de los dioses,
será consecuencia de sus hechos: así, concretamente, las
revelaciones de Anquises en el Hades o los relieves del escudo que su
madre le regala, sin contar las múltiples profecías y envíos que
se le hacen rumbo a una tierra de promisión situada en Occidente. De
manera que Roma como realidad prevista y meta de toda la
andadura
heroica es un elemento esencial de la obra, el punto de mira, la
causa final.
Pero
Troya es el origen, el otro extremo, el punto de partida, la ruina de
la que nace la fundación de Roma, la muerte necesaria -digámoslo
así- para la regeneración.
-
he ahí, como prueba y muestra de su honda significación en el poema, el nombre de la antigua ciudad de Eneas y Príamo ya en el primer verso: Troiae qui primus ab oris.
La
distancia espacial entre Troya e Italia, así como la distancia
temporal entre la destrucción de Troya y la fundación de Lavinio es
el marco que sirve de límite a Virgilio para su argumento, como
paladinamente confiesa en los primeros versos. Lo señala,
espacialmente, en ese contraste de circunstancias de origen y de
dirección Troiae...ab
oris/
Italiam...
Laviniaque.../ litora.
Lo señala, en cuanto al tiempo, en esa oposición de pretéritos de
indicativo iactatus,
passus,
compendiados en la forma participial, y la subordinada de tiempo con
dum\
dum conderet urbem,
"hasta fundar la ciudad", ciudad que, como se sabe, no es
propiamente Roma sino Lavinio, aunque el poeta juega en cierto modo a
la ambigüedad y apunta secundariamente en esa expresión a la
etiología más remota del poema, a la fundación de la magna Urbe.
El
presente de la Eneida
se desarrolla, pues, entre la Troya del pasado y la Roma del futuro.
Ninguna de las dos ciudades son reales en el poema. Ninguna entra a
formar parte en el decurso de los hechos. Son únicamente objeto de
evocación retrospectiva o prospectiva. Esa frecuencia en la epopeya
de prospecciones y retrospecciones no es sólo una técnica narrativa
a la que el poeta recurre por afán exclusivo de variación, sino que
está precisamente motivada en buena parte por esta necesidad de
apuntar a su doble referente troyano y romano, ausentes ambos del
tiempo mítico-histórico en el que transcurren las aventuras
poetizadas por Virgilio, y que es precisamente el tiempo que media
entre ambos polos.
La
retrospección o lo que es lo mismo, el signo de Troya, predomina en
la primera parte del poema, hasta la llegada de Eneas a Italia en el
libro VI, con el desarrollo amplio del tema en el libro segundo. El
encuentro con Héleno y Andrómaca en el Epiro3
, que han construido su propia ciudad a imagen de la antigua patria,
prolonga esta dimensión troyana de la epopeya. Y en realidad casi
todas las escalas de Eneas que se mencionan en ese libro tercero
tienen alguna vinculación con la ciudad destruida: en Tracia se
enteran del crimen cometido por Polimnéstor en la persona de
Polidoro, el hijo de Príamo4;
en Délos el rey Anio recuerda la antigua hospitalidad que le unía a
Anquises y descubre los presuntos lazos culturales entre Creta y
Troya5;
en Creta se le aparecen a Eneas los Penates de la ciudad para
orientarle en su camino6;
en el promontorio de Accio celebran su evasión de las comarcas
griegas con unos juegos ilíacos7
; y el encuentro en Trinacria con
Aqueménides,
compañero de Ulises, es ocasión para rememorar la contienda
grecotroyana8.
Del mismo modo el libro quinto, el de los juegos, está salpicado de
recuerdos troyanos, y cuando, tras la quema de las naves por las
matronas, decide Eneas fundar allí una ciudad para los cansados de
tanta peregrinación, manda que al lugar se le llame con el nombre de
Ilio y Troya9.
El nombre y la realidad de Troya, cuyo desarrollo extenso se produce
en el libro segundo, reverbera desde ese núcleo en esta primera
parte de la obra y proyecta sus ondas en derredor como piedra tirada
en un estanque.
Por
el contrario, la segunda parte del poema, a partir del libro VI, con
las revelaciones en Anquises desde el Hades, está teñida
predominantemente de romanidad, de una romanidad anunciada y
venidera. Predomina la prospección. La larga lista de personajes
célebres de Roma, que esperan su tiempo para ascender a la luz10,
es acaso la muestra más notable de ello. Las enseñanzas de Evandro
a Eneas sobre los lugares en los que más tarde se alzaría Roma11
siguen haciendo visible ese acercamiento progresivo a la meta final
de la epopeya, como también el compendio de historia romana grabado
en el escudo fabricado por Vulcano para Eneas12
.
Se
habla con pleno fundamento a propósito de la Eneida
de una primera parte viajera u odiseica y de una segunda iliádica o
guerrera. Pero creo, a tenor de lo dicho, que también, en líneas
generales, podríamos hablar de una parte troyana y una parte
itálico-romana.
A
la par que esta distancia bien medida entre los dos puntos
geográficos y temporales, y a la par de ese predominio de lo troyano
y lo itálico-romano en la primera y segunda parte respectivamente,
hay a lo largo de la Eneida
una progresiva metamorfosis de Troya en Roma, una evolución, que no
llega a consumarse en el poema, pero cuya definitiva consumación se
anuncia repetidamente. Constancias de esta mutación brotan
salpicadamente por los libros y versos de la obra: ya el citado
pasaje inicial de vv. 6-7 incide en ello (genus
unde Latinum! Albanique paires atque altae moenia Romae),
ya lo encontramos en la promesa de Júpiter, recordada por Venus en I
234 ss. (certe
hinc Romanos olim volventibus annis),
ya en las palabras subsiguientes de Júpiter a Citerea13
. Precisamente en el seno de esa alocución14,
veo realizado ostensiblemente el encuentro y frontera de lo troyano y
lo romano, su neutralización -podríamos decir-, cuando el dios
pronostica el nacimiento de Rómulo, fundador de Roma, a partir de
una madre que en su nombre lleva escrito el origen ilíaco: Ilia, que
bien podríamos traducir por "troyana":
...doñee
regina sacerdos Marte gravis geminam partu dabit Ilia prolem.
Inde
lupae fulvo nutricis tegmine laetus Romulus excipiet gentem et
Mavortia condet moenia Romanosque suo de nomine dicet15.
Si,
como hemos dicho, toda la Eneida
puede entenderse como epopeya etiológica de Roma, menudean además
las etiologías a escala más concreta: así, el conflicto de índole
amorosa entre la reina de Cartago y el troyano fugitivo aparecerá
como prefigura del enfrentamiento bélico entre cartagineses y
romanos16;
el pequeño Atis, niño troyano, será, según Virgilio17,
el antepasado de la familia romana de los Atios; el juego hípico
practicado en Trinacria por los muchachos troyanos, con ocasión de
los funerales de Anquises, será transmitido a Roma18;
el monte Miseno, en la costa de Italia, recibe su nombre del timonel
troyano de igual nombre que murió y fue enterrado allí19
; el puerto de Cayeta, igualmente, fue llamado de ese modo por la
nodriza de Eneas que murió y fue allí sepultada; y así podríamos
seguir con toda una larga lista de vinculaciones causativas en las
que lo troyano se coloca como fundamento de lo romano o itálico.
Pero
Troya, aparte de tema disperso en toda la epopeya y en especial en su
primera parte, es, de un modo más concreto todavía, el argumento
del libro segundo, aquel en el que Eneas rememora, en la sobremesa
del banquete ofrecido por Dido, el Troiae
supremum...laborem.
Precisamente
este libro II es, junto con el IV y el VI, el tradicionalmente más
leído, aquel con el que se han batido generaciones de escolares y
preuniversitarios, el que, junto con los otros dos ya dichos libros
pares de la primera mitad, fue recitado por Virgilio, como primicia
de la epopeya, ante Octavio y Octavia poco después del año 23, tal
vez a comienzos del 22, según nos informa la Vita
donatiana.
-
sobretodo, uno de aquellos en los que se ha reconocido sin ninguna sombra la insuperable maestría poética de Virgilio. Y, sin embargo, esto que decimos hay que compaginarlo con ciertas huellas de inacabamiento y provisionalidad en algunos puntos, como veremos.
Un
problema sin resolver del todo y seguramente insoluble ya es el de
las fuentes y modelos de este libro. Podría haberse inspirado en la
Iliupersis
de Arctino de
Mileto,
en la Pequeña
Iliada de
Lesques de Mitilene, en la Iliupersis
de Estesícoro, en el Sinón
de Sófocles, en las numerosas alusiones a la caída de la ciudad en
muchas tragedias de Eurípides, en las dos piezas que con el título
de Equos
Troianus escribieron,
al parecer, Livio Andronico y Nevio, en el relato inicial del Bellum
Poenicum
sobre ese tema (pero los fragmentos supérstites nos hacen ver
sensibles diferencias entre ambos tratamientos), en la Helena
de Teodectes y el Deiphobus
de Accio, que presentaban la traición de Helena y la muerte de
Deífobo; pero de la mayoría de esas obras, casi todas perdidas o
fragmentarias, no sabemos a ciencia cierta el contenido y no es
posible hacer deducciones fiables. Sí parece inadmisible la noticia
de Macrobio20
sobre la deuda en este punto de Virgilio con un tal Pisandro, porque
de entre los varios autores griegos con ese nombre el único que
escribió sobre tema troyano, Pisandro de Laranda, es del siglo III
después de Cristo, de modo que ha de tratarse de una confusión de
Macrobio. En opinión de Heinze21,
no obstante, habría que suponer la existencia de una perdida
Iliupersis
en la que se inspiraría no sólo Virgilio, sino también este
Pisandro de Laranda, Quinto de Esmima, Trifiodoro, Dictis y Dares, es
decir, Virgilio y todos aquellos autores griegos posteriores a él
que guardan paralelismo con su relato, negándose a admitir sobre
ellos el crítico alemán la influencia de Virgilio.
No
hay que silenciar tampoco el testimonio de Servio ad
Aen. II
486, según el cual todo el trozo relativo a la toma del palacio de
Príamo estaba inspirado en el saqueo de Alba Longa, y aunque no
añade nada más hemos de suponer que se refería el escoliasta al
pasaje correspondiente de los Annales
de Ennio. No tenemos de este episodio enniano ningún fragmento que
nos permita la comparación y nos dé ocasión de asentir al juicio
de Servio, pero sí conservamos el pasaje de Tito Livio22
correspondiente a ese suceso (la destrucción de Alba Longa por el
rey Tulo Hostilio y el traslado a Roma de toda su población).
Ogilvie23
considera que aquellos elementos comunes del pasaje de Livio y del
libro II de la Eneida
han de remontarse a la misma fuente enniana, pero Fontán24
puntualiza que "si pensamos que Livio pudo haber asistido a
lecturas o declamaciones parciales de la Eneida
en el curso de la elaboración de esta obra", Livio habría
podido inspirarse directamente en Virgilio. Norden25,
por su parte, remonta el patetismo de ciertos tópoi presentes en los
vv. 486-495 del texto virgiliano a la historiografía helenística,
de la cual Ennio también podría haber recibido influencia26.
Pero, aunque, como se ve, contamos con ciertos indicios de probable
dependencia enniana, no hay tampoco a este respecto nada
seguro.
Una
cosa sí es evidente: entre las versiones múltiples sobre la salida
de Eneas de Troya, recogidas por Dionisio de Halicamaso27,
Virgilio rechaza tajantemente, como contraria a sus fines
glorificadores del héroe, ancestro de Roma y de los Julios, la
versión de que fue gracias a la traición que hizo Eneas a los suyos
como logró, con el beneplácito de los griegos, escapar sano y salvo
de la ciudad conquistada. El poeta le hace jurar a su personaje de
esta manera28:
"Ilíacas cenizas y llama postrera de los míos, os pongo por
testigos de que, en vuestra ruina, no evité ni los dardos ni lance
alguno y que hice méritos para caer a manos de los dáñaos, si mi
sino hubiera sido que cayera".
Pasando
al análisis de los aspectos formales, repasemos brevemente la
implicación de este libro en la arquitectura de la Eneida.
Si atendemos al conjunto de la obra, es uno de esos llamados libros
"intensos", como el IV y el VI, que rodeado por libros
predominantemente "distensos" (el I, en su segunda parte,
con el sosiego después de la tempestad y la acogida amistosa
dispensada por Dido a los náufragos, y el III, con el relato de las
distintas etapas previas en el viaje), conforman una alternacia
significativa en lo que a la composición total del poema se refiere.
Por
otra parte, el relato de la ruina de Troya funciona estructuralmente
como contraste y contrabalance con ciertos elementos o conjuntos de
la segunda mitad del poema. Según explica Coleiro29,
el libro II es paralelo al libro XI quiásticamente (el segundo
frente al penúltimo): Eneas en el II lucha en vano contra los
griegos vencedores y el mismo Júpiter está en contra de los
troyanos, mientras que en el XI, cierto ya de su destino Eneas, lucha
y vence a los latinos, y cuenta con el favor del dios supremo.
Pero
hay otro lazo aún más fuerte entre el libro II y la segunda parte
del poema, señalado también por Coleiro30.
La ruina de Troya, contemplada como pasado doloroso por Eneas en su
discurso retrospectivo, contrasta poderosamente con la mirada
prospectiva del héroe en el libro VIII hacia su glorioso futuro: por
una parte, contemplación de los propios lugares donde más tarde
surgiría Roma; por otra, visión de los relieves histórico-romanos
del escudo, don de su madre (aunque en ninguno de los dos casos el
héroe reconoce como futuro suyo aquellos lugares ni aquellos
personajes). Hay contraste también por cuanto que Eneas en el libro
II se enfrenta a los griegos como enemigos, mientras que en el libro
VIII traba alianza con un griego, Evandro; y por cuanto que la
fastuosa hospitalidad de Dido (de la que se da constancia sobre todo
a fines del libro I, pero se mantiene en el banquete prolongado en el
II) se corresponde con la austera y sobria hospitalidad de un rey más
pobre,
Evandro.
Pero sobre todo existe una correspondencia contrastiva en el cuadro
final de ambos libros: la última imagen del II nos presenta a Eneas
llevando sobre los hombros a su padre -y podríamos, como Perret31,
entender aquí simbólicamente que Eneas carga con su pasado- ,
mientras que el héroe a fines del libro VIII levanta el escudo en el
que van figurados sus descendientes (v. 731: attollens
umero famamque et fata nepotum)
-y podríamos seguir entendiendo, con un somero simbolismo que casi
no lo es, que Eneas carga con su futuro32-.
Dentro
de este múltiple entramado entre los dos libros, quiero reseñar por
mi parte un vínculo temático más, que no veo expuesto en la
bibliografía a mi alcance: en el libro II, mediante una visión en
sueños, Héctor revela al héroe el estado ruinoso de la ciudad y le
manda huir33
y buscar otra tierra allende el mar, donde fundar una ciudad nueva;
en el libro VIII es el río Tíber el que, también en sueños, se le
aparece para anunciarle que ha llegado ya a la tierra que el hado le
prometía34
y que allí debe fijar su residencia y levantar unas murallas; he
aquí, pues, frente a la orden de huir, la orden de quedarse, ambas
expuestas en un mismo marco y en un paralelismo claro de
circunstancias.
De
manera que entre ambos libros, segundos de cada una de las dos partes
en que se divide la epopeya, hay una vinculación querida y planeada
por el poeta, un reflejo invertido, según el cual Troya y Roma, en
el pasado la una, en el futuro la otra, funcionan como los dos polos
entre los que peregrina el héroe. Ambas realidades son asumidas por
Eneas, como memoria consciente -Troya-, como destino ignorado y sólo
apenas vislumbrado -Roma-; y reincidimos así de nuevo en esta polar
dualidad que ya habíamos presentado al principio.
Hay
otra razón, no obstante, para ponderar la singularidad del segundo
libro de la epopeya de Eneas, y es su carácter cronológicamente
preliminar de toda la obra, puesto que, sólo por un artificio de
técnica narrativa, que tiene su base en la imitación homérica,
concretamente de la Odisea,
la obra comienza in
medias res.
No se cuentan las cosas desde el principio, de modo que es necesario
volver hacia atrás para referir la génesis de la aventura; y eso
sucede en el libro II (y en el III), donde se emplea la técnica del
flash
back,
mediante la cual el personaje principal descarga al poeta épico de
su labor como narrador, toma él la palabra y cuenta a otros
personajes las acciones que preceden a la circunstancia de su
encuentro. Consigue así el poeta una variación en las voces, que
juega a favor de la armonía total de su obra. Además esa variación
de voces conlleva una variación del punto de vista, concepto éste,
como se sabe, bien estudiado y aquilatado por la crítica literaria
moderna. Virgilio nos presente el relato de la conquista de Troya en
boca de alguien que lo sufrió y que puede dar así un testimonio más
veraz y compenetrado con los hechos. Ni que decir tiene que es ésta
una ocasión inmejorable para que Virgilio despliegue esa simpatía y
empatia con los personajes de su poema que es una reconocida
característica de su técnica narrativa.
La
estructura interna del libro parece articularse en tres segmentos que
configuran una triple y alternante sucesión de movimientos:
anticlímax-clímax-anticlímax. Después del inicial alborozo de los
troyanos por la presunta marcha de los griegos, y después de la
entrada del caballo en la ciudad, una vez que las mentiras de Sinón
y el suceso de Laoconte han infundido confianza (anticlímax inicial:
hasta el v. 249), viene el relato propiamente dicho de la conquista y
saqueo, con la aparición de Héctor en sueños a Eneas, con la
salida y lucha de Eneas en compañía de algunos resistentes, con la
contemplación por el héroe de las muertes de Polites y Príamo y la
toma del palacio real; sigue el regreso a su casa, convencido ya de
la inutilidad de sus esfuerzos y afianzado en esa idea por la
aparición de su madre, y, una vez en casa, la renuencia de su padre
Anquises a seguirlo en la fuga (clímax: vv. 250-649), y por fin, el
prodigio celeste que convence al anciano, la huida, la pérdida de
Creúsa, el regreso y la búsqueda inútil, la aparición de la
sombra de la esposa, que confirma la misión del héroe (ya
manifiesta en las apariciones de Héctor y Venus, que junto con ésta,
van orientadas a un mismo mensaje y están colocadas estratégicamente
a lo largo del libro como tres avisos o llamadas), el regreso de
Eneas a su punto de encuentro, el hallazgo allí de una multiplicada
muchedumbre dispuesta a seguirlo, y por fin el camino hacia los
montes (anticlímax final: vv. 650-804).
El
protagonismo de Eneas en este libro se va progresivamente afirmando a
partir de la segunda parte, desde el momento de la aparición de
Héctor al héroe. Deja por un poco tiempo de ser el centro de la
acción para ser testigo de ella en el caso de la muerte de Polites y
de Príamo y demás sucesos en el palacio del rey. Y por fin todo lo
demás, es decir, la que hemos llamado parte tercera, es
protagonizado por él. De modo que este protagonismo ascendente del
héroe (ausente en la primera parte, predominante en la segunda y
total en la tercera), como línea estructural del libro, se conjuga
con la ya vista partición en tres segmentos.
Hay
un detalle del relato de Eneas a Dido en el que convendría hacer
hincapié. El informe que el héroe da a la reina de la conquista de
Troya es verdaderamente minucioso y abarca un gran número de
escenas, personajes y lugares, cuya captación conjunta por una sola
persona hubiera parecido difícilmente posible. Pero Virgilio tiene
buen cuidado de dar a su poema la conveniente verosimilitud. De una
parte de las acciones referidas por Eneas fue él mismo el agente y
puede, en consecuencia, informar con toda minuciosidad; de otra parte
fue espectador y retuvo en la memoria aquello que vio. Lo dice no de
modo casual sino programático para su relato en el preámbulo de su
narración: quaeque
ipse misérrima vidü et quorum pars magna fui35.
Eneas, en efecto, estaba entre la muchedumbre gozosa que salió a ver
los lugares, ya libres de enemigos, en que habían acampado los
griegos, contempló la mole del caballo y la disensión a propósito
de si debían pasarlo dentro de la ciudad o no. Pero no nos dice en
qué bando se alineó él. Calla de momento acerca de sus posibles
intervenciones. Habla alternativamente en tercera o primera persona
de plural, según que él se implique más o menos directamente en
las acciones comunes de la muchedumbre troyana. Retransmite los
discursos de Laoconte y Sinón. Y en el progreso de su relato abundan
cada vez más las primeras personas de plural, cada vez el héroe se
integra más en aquello que cuenta (v. 74: hortamur,
105: ardemus-,
145: damus,
miserescimus;
234: dividimus,
pandimus;
245: sistimus;
249: velamus).
Hasta que, de pronto, todo se centra ya en su persona: Héctor en
sueños se le aparece para anunciarle el desastre y darle el encargo
de huir. Y para convertir al héroe en un testigo fidedigno y bien
informado acerca de todo lo que ocurrió en aquella noche fatal, el
poeta recurre al expediente de presentárnoslo subido a los tejados.
Así, desde tan privilegiado y seguro observatorio, pudo captar
perfectamente las diversas estampas de la ciudad en su ruina. Y ello
sucede por dos veces. Primera vez, cuando, enterado por el fantasma
de Héctor de la catástrofe, decide subirse a lo alto para comprobar
la verdad de lo que se le anunciaba (vv. 302-303: excutior
somno et summi fastigia tecti! ascensu supero atque arrectis auribus
asto), y
contempla desde allí cómo cae abatida por el fuego la casa de
Deífobo, cómo arde la morada próxima de Ucalegonte, cómo
relumbran por los incendios las aguas del Sigeo. Y a continuación,
baja y toma las armas enloquecido. Segunda vez, cuando llega al
palacio de Príamo, que estaba siendo tomado. Se introduce por un
pasadizo secreto (por el que solía Andrómaca entrar para llevar a
su hijo Astianacte a ver a su abuelo, nos comenta el poeta en una
pincelada de realismo y ternura), y sube hasta el tejado (v. 458:
evado
ad summi fastigia culminis),
con el fin de unirse a los de la resistencia, y desde allí puede ser
testigo del ataque de Pirro, del miedo de Hécuba y sus hijas, y de
la muerte del viejo rey; el narrador insiste particularmente en su
testimonio ocular (vv. 499-501: vidi
ipse furentem/ caede Neoptolemum geminosque in limine Atridas,
/ vidi
Hecubam centumque nurus Priamumque per aras..).
Es desde tan apropiada atalaya desde donde Eneas puede ver también
esa escena sumamente familiar entre Hécuba y Príamo: cuando la
esposa anciana, al ver a su longevo cónyuge revestir las armas y
prepararse para la lucha, lo agarra decidida increpándole con más o
menos estas palabras: "¿adonde vas con esas armas? Ven aquí;
tú ya no estás para combates", y lo sienta junto a ella,
reteniendo con autoridad de reina al débil y titubeante rey, incapaz
ya de réplica. Una escena de interiores en medio del fuego y de la
sangre. Una buscada variación del poeta. Eneas sólo dice abandonar
su puesto de observación en el verso 632 (descendo),
una vez que desde él ha visto morir a Polites y a Príamo a manos
del cruel Neoptólemo.
Pero
si esto es así, como el texto nos certifica, hay algunos pormenores
en el relato de Eneas que no se comprenden bien y que tal vez sean
muestras de esa falta de acabamiento y necesidad de una última
revisión con que se nos legó la epopeya.
En
primer lugar, a propósito de la muerte de Príamo. Cuenta el poeta
por boca de su personaje-testigo que Príamo murió degollado a manos
de Neoptólemo dentro del palacio, más concretamente en un patio
interior en el que había un altar protegido por las ramas de un
laurel36.
Y, sin embargo, nada más morir, comenta el poeta37:
...iacet
ingens litore truncus avulsumque umeris caput et sine nomine
corpusiS.
Dos
interrogantes nos asaltan ante estos versos. Primero: ¿cómo es que,
habiendo sido asesinado el rey en el palacio, se dice sin ninguna
explicación y tan a renglón seguido que su cuerpo yace en la playa?
Y segundo: ¿cómo es que Eneas desde su elevado mirador en el casco
de la ciudad puede distinguir el cadáver del rey sobre la playa
lejana? Sobre tales cuestiones la respuesta que nos dio el escoliasta
Servio38
es bien clara, aunque nos deja un tanto perplejos: Virgilio habría
seguido fundamentalmente una de las dos versiones existentes sobre la
muerte del rey -la de que Pirro lo mató dentro del palacio, junto al
altar-, pero habría aludido de pasada a la otra versión, que es la
de Pacuvio en una de sus tragedias -la de que lo capturó en el
palacio pero lo arrastró hasta la playa y allí lo mató junto a la
tumba de Aquiles, en el promontorio Sigeo-. Servio parece conformarse
con esa explicación que conlleva una estruendosa incongruencia
narrativa; aunque, en apoyo de su tesis están algunos otros casos en
que el poeta procede de modo semejante conjugando dos versiones
míticas inconciliables. Pero nos remite además al testimonio de
Donato, que quiso resolver dicha supuesta incongruencia aduciendo
otro razonamiento: es, a saber, que en este pasaje litus
no significaba propiamente "playa", sino lugar próximo al
altar, así llamado por su relación con el verbo lito
("propiciar con sacrificios"). Pero no encontramos otros
ejemplos en que tal palabra tenga ese significado, de modo que la
propuesta de Donato no parece sino un fallido intento de salvar el
escollo, resultando, en mi opinión, menos creíble aún que la de
Servio. Una hipótesis más, para mi gusto la mejor, avanza el Servio
danielino, que dice así: quod
Priami corpus ad litus tractum, aut "litus" pro solo
accipiamus, ut <1 225>
litoraque et latos populos, aut
ideo "litore" ut ostendat litus iam esse, ubi fuerat Troia,
ut <111
//> et
campos ubi Troia fuif0.
Y en efecto, esto nos parece algo más convincente. Continuando el
razonamiento del comentarista antiguo, el presente iacet
no sería entonces un presente histórico, sino que expresaría
contemporaneidad de la acción con el relato que Eneas está haciendo
a Dido; sería una reflexión, un comentario de los hechos narrados,
de los muchos que Eneas inserta en su discurso; y además con el uso
de litore
trataría de marcar el poeta la total destrucción de la ciudad hasta
el punto de ya no ser sino litoral, culminándose con este vocablo
una gradado
cuyos términos precedentes serían Troiam
incensam...prolapso Pergama,
y formándose un contraste paralelo entre, por una parte, el rey de
Asia convertido en cadáver anónimo, y la capital del reino
convertida en playa. En suma: o bien damos por buena esta conjetura,
o tendremos que decidir entre las opciones arriba mencionadas
(desechada la explicación donatiana de que litus
aquí signifique "lugar próximo a un altar"): que aquí
Virgilio proceda según esa técnica literaria de síntesis de
versiones, o que nos hallemos frente a un pasaje incongruente con su
contexto que, presumiblemente, Virgilio arreglaría en una revisión
final, si le hubiera dado tiempo. Añade Servio que aquí Virgilio
estaba aludiendo a la muerte de Pompeyo, producida asimismo sobre la
playa, pero esa noticia -hipotética, en todo caso- no da tampoco
congruencia al pasaje, y por otra parte, no dejaría de ser
sorprendente que Virgilio aludiera simbólicamente con la muerte de
un rey a la muerte de un defensor acendrado del republicanismo.
Otro
lugar tradicionalmente problemático es aquel, versos 567-588, en el
que el héroe encuentra a Helena, escondida en el templo de Vesta, y
ha de reprimir su ira e impulsos de acabar con ella como culpable de
tanta desgracia. Sabido es que tales versos no se encuentran en los
más antiguos y fiables manuscritos, pero Servio asegura su autoría
virgiliana y dice que fueron Tuca y Vario quienes los suprimieron de
la edición. Todas las modernas ediciones, no obstante, los
incorporan. En todo caso, encierran una grave dificultad de
interpretación en el erranti
del v. 570, en la que a veces los comentaristas no reparan y los
traductores no explican:
Tyndarida
aspicio; dant clara incendia lucem
erranti
passimque oculos per cuncta ferentf1.
La
dificultad consiste sencillamente en que si Eneas nos ha dicho en el
verso 458 que se ha subido al tejado y hasta el verso 632 no nos dice
que desciende de él, no se comprende cómo puede en el intervalo
hablar de su deambular por la ciudad. Paratore en su comentario39
nos remite a la ingeniosa interpretación de Page, Rostagni y Austin,
para quienes el verdadero significado de erranti
está desarrollado en la frase siguiente de participio coordinada con
su precedente: passimque
oculos per cuncta ferenti;
a saber. Eneas desde lo alto iba paseando su mirada por los distintos
lugares. "Incluso -dice Paratore40-
dant
clara incendia lucem
indica que Virgilio ha sentido ki nec esidad de explicar cómo Eneas
había podido distinguir desde lo alto a Helena acurrucada en el
templo de Vesta". Porque no se olvide que estamos de noche y que
toda Ij ruina
de Troya, abarcada en el libro II, transcurre en una sola noche (y
recordemos, de paso, la topicidad de estos nocturnos de la Eneida,
que tienen otra muestra célebre en la aventura de Niso y Euríalo en
el libro IX, también desastrosa). Tal explicación nos resulta, no
obstante, escasamente verosímil. Por otra parte la escena en su
conjunto es incongruente también con las palabras que pronuncia
Deífobo en el libro VI (511-530), en las que informa cómo fue
Helena la que, estando con él, había introducido en casa a los
griegos: ¿qué motivos tenía ya, pues, para esconderse? En fin,
todo nos lleva a pensar que verdaderamente el pasaje estaba esperando
una revisión para hacerlo congruente con el contexto, y seguramente
Virgilio lo habría marcado de alguna forma para indicar su estado
provisional. Vario y Tuca, obedeciendo a tal indicación, lo habrían
apartado del texto que editaron. Esta parece, desde luego, la más
aceptable explicación.
Pero
dejemos estos menudos análisis parciales y miremos otra vez el libro
en su conjunto. Subámonos de nuevo al tejado, como Eneas.
El
libro II es el libro de Troya, pero también es el libro de la
vocación de un héroe. Consta ahí no sólo la destrucción de un
imperio, de una patria, sino la promesa de un imperio nuevo y de una
nueva patria. Como la Eneida
parte de una destrucción, así también apunta a una regeneración.
Y estos dos hitos distantes y enfrentados se conjugan y alian en el
segundo libro. El progresivo mayor protagonismo de Eneas, que hemos
señalado en este libro, coincide con su cada vez más acuciante
solicitación y llamada por parte de los dioses. Son tres las
llamadas que recibe Eneas para cumplir su destino más allá de la
ruina de Troya: la llamada de Héctor, con las palabras célebres:
"heu,
fuge, nate dea"41;
la llamada de Venus en el mismo sentido: "eripe,
nate, fugam"A5\
y por último la llamada de Creúsa, con promesas más concretas:
"Largos destierros te esperan y la vasta llanura del mar para
atravesarla, y llegarás a la tierra de Hesperia, donde el lidio
Tíber fluye con plácida corriente entre feraces campiñas de
hombres. Allí te están aguardando días felices, un reino y una
esposa de sangre real"42.
Este providencialismo de la Eneida
es un elemento diferenciador de la epopeya virgiliana con respecto a
sus modelos, ejemplares en tantos otros aspectos, las epopeyas
homéricas.
Teodoro
Haecker43,
subrayando la superación, en Eneas, del heroísmo homérico, lo
ponía en parangón con el bíblico Abraham, padre de pueblos,
peregrino en pos de una tierra de promisión y caracterizado, como
Eneas, por su confianza ciega en la divinidad: lo que los romanos
definían como pietas
y los hebreos como fé. También Abraham, en efecto, tuvo que salir
de su patria y buscar una tierra nueva, y como Eneas, fue objeto de
promesas en relación con su posteridad, según consta paladinamente
en el capítulo 13 del Génesis:
"Dijo Yavé a Abraham: "Salte de tu tierra, de tu
parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré;
yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu
nombre..." Y en efecto, una de las mayores novedades de la
Eneida
es la de ser vehículo de una nueva heroicidad, de un mayor intimismo
y espiritualidad, de una valoración distinta de lo humano. La
consideración de un Virgilio pre-cristiano no sólo se apoya en el
anuncio en la bucólica cuarta del nacimiento de un niño prodigioso
y divino, sino también en el nuevo carácter y heroísmo de Eneas,
vecino ya en muchos sentidos del santo cristiano, especialmente en
esa negación de sí mismo, en su abandono en manos de la divinidad y
en la aceptación abnegada de los planes de la Providencia. Para
Rostagni, en efecto, la modernidad de la Eneida
radica sobretodo en esta canalización de corrientes de una nueva
espiritualidad, desde el estoicismo a las religiones mistéricas, que
preanuncian y preparan el cristianismo44.
Jacques
Perret45
subraya muy certeramente la distancia que media entre los héroes de
Homero y el de Virgilio: "El héroe de Homero vive en el
instante; es un ser de espontaneidad y de impulsos. Eneas, al
contrario, no tiene un instante para sí, no tiene presente, sino
únicamente un pasado, Troya, del que guarda un recuerdo fiel, y un
futuro, Roma, que le está esperando. Entre estas dos realidades
inmensas él mismo, aunque indispensable, no puede atribuirse más
importancia que la que se da a un trazo de unión...Esta espera del
porvenir, esta tensión permanente tiene como secuela el vaciar de su
realidad a la acción presente". Hasta aquí las palabras del
crítico francés, quien poco después, como idea subordinada a esta
que hemos destacado, considera que "un relato como el del libro
II, todo repleto de una nostalgia tan penetrante, no es concebible en
Homero", por más que Ulises en la isla de Circe tenga también
lágrimas para la patria lejana. En efecto, cuando en el libro IV
Dido le reclama un presente a su lado, el héroe le responde diciendo
más o menos que su patria es Troya en el pasado e Italia en el
futuro y que no es dueño de su destino: "A mí, si los hados
consintieran que condujera mi vida según mis deseos y crearme a mi
arbitrio mis propias preocupaciones, habitaría en primer lugar la
ciudad de Troya y el dulce rescoldo de los míos, permanecería en
pie la elevada casa de Príamo y habría edificado con mis manos para
los vencidos una Pérgamo renaciente. Pero ahora Apolo Grineo me
ordena ir en pos de la gran Italia, en pos de Italia me ordenan ir
los oráculos de Licia. Aquí está mi amor, aquí mi patria"46.
Al hilo de estas palabras, recuerdo -como equivalentes- aquellas
otras del gitano que habla en el romance sonámbulo de Lorca:
"Pero
yo ya no soy yo,
ni
mi casa es ya mi casa".
Eneas,
como subraya Perret, es un héroe vacío de presente, un héroe
ausente de sí y lejos de sus dos patrias.
Cuando
el héroe, a fines del libro II, regresa junto a los suyos, después
de buscar a la extraviada Creúsa, después de recibir su mensaje de
despedida y de saberla perdida para siempre, al igual que su patria,
se encuentra -nos dice Virgilio- con una muchedumbre innumerable,
mujeres y hombres, de gente que no esperaba, miserabite
vulgus.
De todas partes habían confluido dispuestos a seguirle adonde
quisiera llevarlos. El poeta no ha yuxtapuesto caprichosamente estas
dos escenas, la de la pérdida de Creúsa y la del encuentro con la
turba de seguidores. Eneas ha encontrado después de haber perdido.
Como si los dioses quisieran vaciarle de amores para ser más capaz
de la misión que le estaba destinada.
-
en esta situación, obediente a los ángeles y mensajes de Júpiter, emprende Eneas su viaje. El viaje que Virgilio cuenta de su héroe a través del Mediterráneo coincide en líneas generales con el itinerario del mismo expuesto en obras historiográficas como las de Livio y Dionisio de Halicamaso, más prolijo el segundo, más esquemático el primero, con la radical diferencia virgiliana, con respecto a los dos historiadores, de hacerlo pasar por Cartago, aventura que obedece a condicionamientos de varia índole, cuyo análisis rebasa nuestro propósito47. Pero el viaje más largo que Virgilio hizo emprender a Eneas es su travesía desde la Troya homérica a la nueva Troya de tiempos augústeos, su traslado desde un ámbito heroico basado en virtudes eminentemente físicas a un nuevo ámbito de heroicidad, fundada ya más bien en la virtud del espíritu. Troya renace así y renacen sus héroes con nuevos rostros.
"Y
ya en las cumbres del alto Ida asomaba el Lucífero trayendo el día.
Los dáñaos ocupaban, asediándolos, los umbrales de las puertas y
no se ofrecía esperanza alguna de recibir ayuda. Me alejé de allí
-dice Eneas- y cargando con mi padre emprendí el camino de las
montañas". Así termina el libro segundo. Con imágenes de
estrella y de montaña. La estrella de Venus con la que -al decir de
Varrón- la diosa madre indicaba al hijo la ruta hacia Italia.
También los mitos antiguos tienen estrellas que sirven de guía. Y
la montaña en el horizonte, como al fin de la bucólica primera48.
Como si el poeta quisiera simbolizar así lo providencial y lo arduo
de la empresa que el héroe acababa de aceptar.
El
libro II contiene, por tanto, la nostalgia de Eneas y su vocación
hacia el futuro: ambos elementos son indispensables y nucleares del
poema. Como la Eneida
es la historia de una destrucción, así también es la historia de
una regeneración. Y no sólo de ciudades, sino de un héroe que,
muriendo a sí mismo, nace no ya para sí mismo (sic
vos non vobis).
La vieja Troya sucumbe para dar origen a la nueva. Y cuando muere
Troya y Creúsa, muere también Eneas para renacer convertido en
otro, en un caudillo, en una nueva personalidad con honda memoria
pero sin ataduras, en un instrumento de ese destino llamado Roma49.
38 "...Yace sobre la playa su enorme tronco, la
cabeza arrancada de los hombros y un cuerpo sin nombre".
40 "En cuanto a que el cuerpo de Príamo haya sido
arrastrado hasta la playa, hay que explicarlo o bien entendiendo que
litus significa "suelo”, como en <1 225> "los
suelos y anchos llanos", o bien que ha dicho "litore"
para mostrar que era ya playa el lugar donde existió Troya, como en
</// 11>
"y los llanos donde Troya existió".
41 "Veo a la hija de Tindáreo; los claros incendios
me dan su luz mientras deambulo y llevo mis ojos en derredor a través
de todo".
4SII
619.
1"...Hasta
fundar una ciudad y llevar los dioses al Lacio,
de
donde procede el linaje latino, los padres albanos y las murallas de
la excelsa Roma".
2"De
lanía importancia era fundar la nación romana".
3III
294-505
4III
49-68.
5III
80 ss.
6III
147-171
7III
280.
8III
595.
9V
755-756: hoc
Ilium et haec loca Troiaml esse iubet.
10VI
756-886.
11"
VIII 314-361.
12n
VIII 626-728.
13I
257-296.
141
273-277.
15"...Hasta
que una princesa Vestal, Ilia, grávida de Marte, dé a luz en su
parto una prole gemela. Luego Rómulo, ufano con la cobriza piel de
la loba, su nodriza, dará asilo a una muchedumbre y fundará las
murallas de Marte llamando a los romanos con su propio nombre".
16,6
IV 622-629.
17n
V 568.
18¡s
y 596-603.
19VI
232-235.
20Sat.
V 2, 4-5.
21Vergils
Epische Technik,
Stuttgart 1982 (=Leipzig-Berlin 1903), 3 ss.
22I
29.
23Comm.
ad loc.
2523
Ennius
und
Vergilius,
Leipzig-Berlin 1915,
154-158.
26Cf.
P. Parroni, "Ennio" Enciclopedia
Virgiliana,
II, 312-315.
27I
47 ss.
28II
431-434.
29En
un reciente libro, lúcido y sintético -Tematica
e struttura dell'Eneide di Virgilio,
Amsterdam 1983, 90 ss.-, que repasa la
cuestión de la estructura parcial
y total de la obra, y
avanza propuestas novedosas.
30Op.
cit.,
p. 88.
31Virgile.
Paris 1967, 121.
32Cf.
Perret, ibidem.
35II
5-6.
36II
512 ss.
37II
557-558.
38Ad
Aen.
II 506 y 557.
39Virgilio.
Eneide,
voi. I. libri I-II,
a cura di E. Paratore, trad. di L. Canali, Verona
1978, 341.
40Op.
cit., ibidem.
41II
289.
42II
780-782.
43
Virgilio, padre de Occidente,
trad. esp. Madrid 1945, 119-121.
44
Storia della Letteratura Latina
II, Turín 1964, 84.
45Vir
gilè,
136-137.
46IV
340-346.
57
Remitimos
para ello a nuestra introducción a la Eneida,
en Gredos, Madrid 1992.
52 Contamos con un estudio monográfico del motivo en la
poesía virgiliana: el de F. Vázquez Muñera "La montaña en
la obra de Virgilio", Helmantica
39, 1988, 153-173.
47El
presente estudio es el texto de una conferencia que, con el título
"Virgilio y Troya; el viaje de Eneas",
fue dictada por el autor en diciembre de 1992 en el Museo
Arqueológico, en el marco de
48un
ciclo de conferencias que, bajo el lema de Troya.
Historia y Leyenda,
organizó la Delegación
49madrileña
de la SEEC en colaboración con el Museo Arqueológico.
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