El cambio climático no es un fenómeno distante ni ajeno a nuestra vida diaria. Muchas veces creemos que se trata de un asunto reservado para los científicos o los gobernantes, pero lo cierto es que sus consecuencias ya se sienten en todas partes. El aumento de la temperatura promedio del planeta provoca la desaparición de glaciares, eleva el nivel del mar y favorece la aparición de tormentas más intensas. Las sequías se prolongan, los incendios forestales arrasan con miles de hectáreas y millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares.
Aunque estas situaciones parecen gigantescas, cada una de ellas está vinculada con nuestras acciones cotidianas. El consumo de energía, el uso excesivo del automóvil, la compra innecesaria de objetos que pronto desechamos y la enorme cantidad de plásticos que producimos contribuyen al problema. Frente a esta realidad, es común escuchar frases como “yo solo no puedo cambiar nada” o “da lo mismo lo que haga”. Sin embargo, esa manera de pensar nos paraliza y nos impide asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde.
Cuidar el medioambiente no significa realizar sacrificios imposibles. Implica, más bien, tomar pequeñas decisiones conscientes: separar los residuos, reutilizar materiales, reducir el consumo de envases descartables, apagar las luces que no necesitamos o elegir caminar y andar en bicicleta cuando es posible. Ninguna de estas acciones, por sí sola, resolverá el cambio climático, pero juntas forman una cadena de transformaciones capaces de modificar el rumbo.
La responsabilidad individual no reemplaza la necesidad de políticas públicas firmes, pero la complementa. Los gobiernos deben comprometerse con la reducción de emisiones y la transición hacia energías renovables, pero la participación ciudadana resulta indispensable. Si millones de personas cambian un hábito, el efecto se multiplica. Si, en cambio, millones repiten la excusa de que “su aporte no vale nada”, lo único que se multiplica es el daño.
Pensar en el futuro significa comprender que no se trata de un problema de “otros” ni de “mañana”. La calidad del aire que respiramos, la seguridad de los alimentos que consumimos y el agua que bebemos dependen directamente de cómo actuemos hoy. Cuidar el ambiente no es un gesto de buena voluntad, sino una urgencia que marca la diferencia entre la indiferencia y el compromiso. Y esa diferencia, tarde o temprano, se reflejará en la vida de todos nosotros.
Actividades de comprensión/reflexión
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Toma como referencia las siguientes peguntas y elabora un texto propio que dé cuenta de tu recorrido sobre el tema trabajado.
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¿Qué ejemplos concretos de cambio climático aparecen en el texto?
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¿Qué excusas suelen dar las personas para no actuar?
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¿Qué pequeñas acciones cotidianas menciona el texto como posibles soluciones?
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¿Por qué el texto insiste en la relación entre responsabilidad individual y políticas globales?
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