El secreto de Bosque Viejo (capitulo X), de Dino Buzzati


Fue el 15 de junio cuando el coronel ordenó que comenzaran las talas en el Bosque Viejo. Evitado definitivamente el peligro de Matteo, Sebastiano Procolo mandó que se talara una franja de árboles por en medio del bosque. Se abría así un paso útil para el eventual transporte de otros troncos desde lo alto del valle.
Los obreros comenzaron por un gran abeto rojo, de unos cuarenta metros de altura, situado en el límite del bosque. Hacia las tres y media de la tarde, el coronel, acompañado del viento Matteo, salió de casa para ir a ver la operación.
A medida que se acercaba, oía cada vez más claro el ruido de la sierra. Cuando llegó al sitio le sorprendió ver a un gran número de hombres situados en semicírculo alrededor del árbol.
Matteo se dio cuenta de que eran genios venidos para asistir al final de su compañero. No estaban todos, sólo se habían reunido los de la zona. Entre ellos, Procolo reconoció enseguida a Bernardi.
Eran altos y delgados, con los ojos claros, la expresión franca y el rostro curtido por el sol. Vestían trajes de paño verde confeccionados según la moda del siglo anterior, sin pretensiones pero muy limpios. Todos llevaban en la mano un sombrero de fieltro. La mayoría eran imberbes y tenían los cabellos canos.
Ninguno pareció darse cuenta de que había llegado el coronel, que aprovechó para acercarse por detrás y ver mejor lo que estaba sucediendo. Cuando llegó junto a los genios, tocó con mucha circunspección el faldón de la chaqueta de uno de ellos, pudiendo comprobar así que se trataba de tela verdadera y no de una simple ilusión.
Los leñadores continuaban su trabajo con una total indiferencia, como si no hubiera nadie observándolos. Entre cuatro de ellos manipulaban la sierra, con la que ya habían cortado la mitad del tronco. El quinto había subido al árbol para atar la soga con la que lo harían caer.
Sentado sobre una gran piedra, cerca de la base del árbol, estaba uno de los genios, muy parecido a todos los demás: era el genio del abeto que estaban talando. Observaba el trabajo de los leñadores con gran atención.
Todos estaban en silencio. Sólo se oía el ruido de la sierra y el rumor de las ramas movidas involuntariamente por Matteo. El sol aparecía y desaparecía detrás de las numerosas nubes. El coronel notó que sobre el abeto que estaban abatiendo no había un solo pájaro, mientras que los de alrededor estaban repletos de ellos.
De pronto Bernardi se separó del semicírculo, avanzó por el terreno despejado, se acercó al genio que estaba sentado solo y le dio un golpecito con la mano en el hombro.
—Hemos venido a saludarte, Sallustio —dijo en voz alta como para dar a entender que hablaba también en nombre de todos los demás compañeros. El genio del abeto rojo se puso de pie, sin dejar de mirar la sierra que roía su tronco.
—Lo que está ocurriendo es muy triste, no estamos en absoluto acostumbrados a ello —continuó Bernardi con voz calmada—. Pero tú sabes que he hecho todo lo posible para tratar de impedirlo. Sabes que nos han traicionado y que nos han robado el viento.
Y mientras decía esto dirigió su mirada, quizás por pura casualidad, hacia el coronel Procolo, escondido detrás de los genios.
—Hemos venido a despedirte —continuó Bernardi —. Esta misma noche te irás lejos, a la grande y eterna floresta de la que tanto oímos hablar en nuestra juventud. La verde floresta que no tiene límites, donde no hay conejos selváticos, ni lirones, ni alacranes cebolleros que coman las raíces, ni barrenillos que excaven la madera, ni gusanos que devoren las hojas. Allá arriba no habrá tormentas: no se verán rayos ni relámpagos ni siquiera en las cálidas noches de verano.
»Te reunirás con nuestros compañeros caídos, que han comenzado a vivir de nuevo, pero esta vez de una forma definitiva. Han vuelto a ser plantitas que crecen a ras del suelo, han vuelto a aprender a florecer y han ascendido lentamente hacia el cielo. Buena parte de ellos ya deben de haber crecido mucho. Saluda de mi parte a Teobio, si lo ves, dile que no ha vuelto a haber un abeto como él, y eso que han pasado más de doscientos años. Tal vez le agrade saberlo.
»Sí, es un poco duro que te vayas así. Nos habíamos tomado cariño el uno al otro y todo esto nos resulta extraño. Pero algún día volveremos a encontrarnos. Nuestras ramas se volverán a tocar, reanudaremos nuestras conversaciones y los pájaros nos escucharán. Allá arriba hay aves grandes y bellísimas, de muchos colores, como no existen en estos lugares.
»Te confieso que me había preparado un gran discurso, pero es mejor que hable así, de forma sencilla. Dentro de unos días, quizás mañana mismo, alguno más de nosotros se reunirá contigo; puede ser que sean muchos y puede que incluso entre ellos esté yo.
»Encontrarás pronto tu sitio; con paciencia volverás a tener un tronco mucho más bello que éste. Los abetos de esa floresta alcanzan incluso los trescientos metros de altura y traspasan las nubes. En el fondo allí te encontrarás bien: mucho me temo que dentro de dos o tres meses te olvidarás incluso de tus hermanos del Bosque Viejo y no volverás a acordarte siquiera de los buenos momentos que hemos pasado juntos.
Bernardi calló. El otro le estrechó la mano diciendo:
—Gracias, ahora vete con los demás, porque me parece que el tiempo se está poniendo muy feo. No es el momento de andarse con ceremonias.

No hay comentarios: