Dakar por Borges y Girondo



Fiesta en Dakar, por Oliverio Girondo
La calle pasa con olor a desierto, entre un friso de negros sentados sobre el cordón de la vereda.
Frente al Palacio de la Gobernación:
                                                      ¡Calor! ¡Calor!
Europeos que usan una escupidera en la cabeza.
Negros estilizados con ademanes de sultán.

El candombe les bate las ubres a las mujeres para que al pasar, el ministro les ordeñe una taza de chocolate.
¡Plantas callicidas! Negras vestidas de papagayo, con sus crías en uno de los pliegues de la falda. Palmeras, que de noche se estiran para sacarle a las estrellas el polvo que se les ha entrado en la pupila.
¡Habrá cohetes! ¡Cañonazos! Un nuevo impuesto a los nativos. Discursos en cuatro mil lenguas oscuras.
Y de noche:
                            ¡ILUMINACIÓN!
                                                        a cargo de las
                                                        constelaciones.




Dakar, por Jorge Luis Borges
Dakar está en la encrucijada del sol, del desierto y del mar.

El sol nos tapa el firmamento, el arenal acecha en los caminos, el mar es un encono.

He visto un jefe en cuya manta era más ardiente lo azul que en el cielo incendiado.

La mezquita cerca del biógrafo luce una claridad de plegaria.

La resolana aleja las chozas, el sol como un ladrón escala los muros.

África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos,

Reinos, arduos bosques y espadas.
Yo he logrado un atardecer y una aldea.

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