Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las
remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de
fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del
empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas
partes:
—Soy un ladrón, he robado… he robado todo lo que he podido y siempre.
ENTERNECIMIENTO
Así se expresa un aspirante a diputado en una novela de Octavio Mirbeau, El jardín de los
suplicios.
Y si usted es aspirante a candidato a diputado, siga el consejo. Exclamé por
todas partes:
—He robado, he robado.
La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos
los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas
extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro,
tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos «eran
honestos». «Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta». Hablaron
tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se
quisiera escupir, que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y
empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en
la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama
que «el país necesita gente honesta». No hay prontuariado con antecedentes de
fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de «honradez». En
definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no
se encuentra un solo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo.
No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público,
harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias. Ahora, yo que conozco
un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les
propondré el siguiente discurso. Creo que sería de un éxito definitivo.
DISCURSO QUE TENDRÍA ÉXITO
He aquí el texto del discurso:
«Señores:
»Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a “acomodarme” mejor.
»Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las
anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no, señores, no es ese
mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al
trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que
ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el
corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.
»Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones
que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto,
y yo lo soy, no lo duden, señores. En segundo término, se necesita ser un
traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no
desvergonzadamente, sino “evolutivamente”. Me permito el lujo de inventar el
término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos
tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo,
porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición
del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento
histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de
vender el país por un plato de lentejas, créanlo…, prefiero ser honrado.
Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto
candidato a diputado.
»Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién
es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese
hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren
robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso
es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las
arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para
satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien
mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré el
Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de
alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo
cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva
efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al
habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros,
ladrillos y adoquines… ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no
robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola
materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura…
»Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado.
Soy un gran ladrón. Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento
de Policía y consulten mi prontuario. Verán qué performance tengo. He sido
detenido en averiguación de antecedentes como treinta veces; por portación de
armas —que no llevaba— otras tantas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de
grupí, rematador falluto, corredor, pequero, extorsionista, encubridor, agente
de investigaciones, ayudante de pequero porque me exoneraron de
investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial,
convencional, he vendido quinielas, he sido, a veces, padre de pobres y madre
de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de
otro bolichito que tuve… Señores, si no me creen, vayan al Departamento… verán
ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al
país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra
argentina… Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o
casa de departamento en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad
es que no hay justicia, señores…».
Con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República.
No hay comentarios:
Publicar un comentario