Era una tarde como otra cualquiera en Munich , pero no era la ciudad que yo recordaba, aquella de
los edificios con una exquisita decoración, las calles limpias, las plazas llenas de niños corriendo de
aquí para allá. Esta tenía un olor muy característico, esta tenía olor a azufre, era tanta la desolación
de las calles, que costaba horrores pensar que yo caminaba por las mismas esquivando transeúntes.
Esta se veía azotada por las bombas de la guerra, la hambruna y la pena. Lo que recordaba, recuerdo y recordare de este momento es ver a uno de los niños caminando solos por el parque, este parque era de un color verde intenso, ahora era nada más que un cráter. Pero el niño buscaba a su madre. Este niño se encontraba a nada más que diez metros de su madre, madre que se hallaba boca abajo en el suelo. De repente se me congeló la sangre al ver que el niño corrió hacia ella y la intentó dar vuelta. Al ver esto me acerqué corriendo y lo ayudé. Esta señora se encontraba con los ojos cerrados y sin pulso esto lo sabía ya que había ejercido como enfermero durante mi servicio al frente oeste alemán, cuanto supe esto la di por muerta y con la cara llena de lágrimas del hijo pegado al pecho de su madre le dije que su madre no volverá a estar con él.
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