En una noche de intensa tormenta en la que yo me encontraba solo en
mi casa, no había nadie y me estaba por ir a dormir. Había estado
jugando al fútbol durante la tarde y estaba realmente agotado. Hacía
muchísimo calor a pesar del horrible clima con lluvia y relámpagos, así
que quise acostarme apenas llegué a mi hogar sin comer ni un pedazo de
pan ni tomar un poco de agua.
Al instante que apoyé la cabeza
sobre la almohada, a los pocos segundos me quedé profundamente dormido.
Pero senté algo en mí interiormente que me hizo despertar
repentinamente. Lo curioso y extraño de esta distinta e incomprensible
situación, fue no reconocer mi cuarto; me levanté de una cama, mas no
era la mía, las paredes eran totalmente diferentes, había cuadros muy
raros y unos dientes postizos sobre la mesita de luz. Este último
detalle me impactó sorpresivamente y me pregunté dónde me hallaba. Salí
del cuarto y me di cuenta que era imposible que esta sea mi casa. Por un
instante, me había vuelto loco pensando cómo había llegado ahí y creí
que había entrado a otro lugar de manera sonámbula al estar
completamente dormido.
Llegué a un largo pasillo repleto de más
cuadros y pinturas con diferentes tamaños y dibujos; me llamó la
atención particularmente una de estas en la que había un hombre muy
mayor con su esposa pensé, en la que ambos se encontraban juntos en una
plaza que se me era muy familiar y conocida. Continué caminando hasta el
final de aquel pasillo y me topé con un cuarto cerrado, quise abrir la
puerta pero no logré hacerlo.
Entonces al lado de esa habitación
había una escalera y bajé. En el momento que llego abajo, escucho una
voz de un señor, un poco ronca y avejentada. El ruido de aquella voz
provenía de ese cuarto al que no pude entrar y subí. Es inexplicable lo
que sentí y pensé cuando volví arriba y vi o que vi. En frente
mío
había un anciano de aproximadamente unos ochenta años con pelo canoso,
mucha barba y sostenido por un bastón. Claramente, el sorprendido no fui
yo únicamente, esta persona asombradísima me preguntó me preguntó quién
era; yo no sabía cómo explicarle cómo había llegado a su casa pero le
conté como pude ya que era algo muy complicado. Ninguno de los dos
entendía ni sabía nada. Sólo puedo decir que ese hombre mayor que
habitaba en esa casa era yo, no sé cómo explicar por qué estoy tan
seguro pero lo sentí así. Seguramente en unos sesenta años o más me veré
tal cual a él.
Finalmente, mi persona en modo anciano se rió de
lo que le había contado yo y me dijo su nombre. En algún momento lo
presentía, antes que me lo diga él claro, y terminé convenciéndome de
aquel increíble pensamiento. Se llamaba Julián Santoro.
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