Cosmonauta en la tierra, Clarice Lispector

19 de agosto
COSMONAUTA EN LA TIERRA

Extremadamente atrasada, reflexiono sobre los cosmonautas. O, mejor, sobre el primer cosmonauta. Casi un día después de Gagarin, nuestros sentimientos ya estaban atrasados en contraposición a la velocidad con la que el acontecimiento nos superaba.
Entonces, ahora, atrasadísima, vuelvo a pensar en el asunto. Es un asunto difícil de sentir.
Un día un niño, advertido de que la pelota con la que jugaba caería en el piso y molestaría a los vecinos de abajo, respondió: oye, el mundo ya es automático, cuando una mano arroja la pelota al aire, la otra ya es automática y la atrapa, no se cae, no.
La cuestión es que nuestra mano todavía no es lo bastante automática. Fue con susto que Gagarin subió, pues si lo automático del mundo no funcionara, la pelota llegaría a más que sólo trastornar a los vecinos de abajo. Y fue con susto que mi mano poco automática tembló ante la posibilidad de no ser bastante rápida y dejar que se me escapara el «acontecimiento cosmonauta». La responsabilidad de sentir fue grande, la responsabilidad de no dejar caer la pelota que nos habían arrojado.
La necesidad de volver todo un poco más lógico —lo que de algún modo equivale a lo automático— me hace intentar criteriosamente el buen susto que me asaltó:
—De ahora en adelante, al referirme a la Tierra, no diré más indiscriminadamente «el mundo». Consideraré «mapa mundial» una expresión no apropiada; cuando diga «mi mundo», me acordaré con un susto de alegría de que también mi mapa necesita ser transformado, y de que nadie me garantiza que, visto desde afuera, mi mundo no sea azul. Consideraciones: antes del primer cosmonauta, sería correcto que alguien hubiera dicho, al referirse a su propio nacimiento, «vine al mundo». Pero sólo hace poco tiempo nacemos para el mundo. Casi avergonzados.
—Para ver el azul miramos el cielo. La Tierra es azul para quien la mira desde el cielo. ¿Azul será un color en sí, o una cuestión de distancia? ¿O una cuestión de gran nostalgia? Lo inalcanzable es siempre azul.
—Si yo fuera el primer astronauta, mi alegría sólo se renovaría cuando un segundo hombre volviera allá desde el mundo: pues también él lo habría visto. Porque «haber visto» no es sustituible por ninguna descripción: haber visto sólo se compara con haber visto. Hasta que otro ser humano también hubiera visto, yo tendría dentro de mí un gran silencio, aun cuando hablara. Consideración: supongo la hipótesis de que alguien en el mundo ya haya visto a Dios. Y nunca haya dicho una palabra. Pues, si ningún otro lo vio, es inútil decirlo.
—El gran favor del acaso: todavía estar vivos cuando el gran mundo comenzó. En cuanto a lo que viene: necesitamos fumar menos, cuidar más de nosotros para tener más tiempo y vivir y ver un poco más; además de pedir prisa a los científicos —pues nuestro tiempo personal urge.

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