Kryptonita - Capítulo 16

XVI

Y de todos los relatos de jinetes en el cielo,
Incluso el de los Space Cowboys del viejo Clint
Doctor, ¿usted se acuerda de lo que hizo el viernes 13 de noviembre de 1992? ¿De tardecita? ¿En dónde estaba? ¿Y con quién? ¿Cuáles fueron sus sentimientos ese día? ¿Lo que comió? ¿Si se acostó temprano o tarde? ¿Si pudo dormir? ¿Puede acordarse alguien de todo esto? ¿De un día específico en su vida? ¿De cada uno de esos detalles? ¿Más si pasaron ya casi veinte años? Si me lo preguntaran a mí; yo creo que sí. Se puede. Y eso depende de lo que haya ocurrido. Porque a veces parece solo un día más. Y de repente por algo nos queda marcado. Y al recordar como se dieron los hechos, al rememorarlos, aparece todo. Con lujo de detalles. Por ejemplo, nosotros nos acordamos bien de qué fue lo que hicimos ese viernes 13 de noviembre de 1992, de tardecita, y de lo que también estaba pasando en ese mismo momento en Los Eucaliptus.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. El Federico, antes de entrar a laburar en el turno noche, había ido a ver Los Imperdonables. Solo. El día estaba luminoso. Soleado. Pero él prefirió la oscuridad de una sala de cine en la calle Lavalle, una pizza personal y una Quilmes.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Ráfaga, cagándose en la calcomanía advirtiendo «Tengo estéreo y soy ingeniero», era perseguido de forma implacable por un carnicero del barrio El Arco; fuertemente armado y dueño del pasacassette de un XR-4 al que le rompió la ventanilla para birlarlo.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. El Faisán, con las sedas preparadas y con más chala que un tamal para empezar, se estaba guardando en un aguantadero que él se ocupó muy bien de que nosotros no lo conociéramos para pasar tres días y tres noches de caravana inmaculadamente fumado.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Juan Raro estaba esperando que fueran las seis de la tarde y cerraran las puertas del cementerio de Morón para despedirse de su mujer y de su hijo hasta el próximo viernes…
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. La Cuñataí Güirá, recién llegada del jardín, tomaba la merienda frente al televisor viendo el programa para chicos de Manuel Wirtz. La hacía reír. Y le gustaban los jardineros de jean que él usaba y su pelo largo y lacio. Ella tenía una remerita gris con la cara de Bugs Bunny ese día.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Yo estaba en la peluquería haciéndome el service completo; preparándome también física y psicológicamente para romperla esa noche y todo el fin de semana… Mientras me hacían las uñas tarareaba Canción de amor para un vampiro, de Annie Lennox. La tarareaba y la silbaba.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Estábamos tan ensimismados en nuestras cosas que cuando nos enteramos de lo que estaba pasando en casa había sido tarde. Demasiado tarde cuando llegamos. ¿Sabe lo que nos pesa eso? Aunque no nos resignáramos a que terminara así. Y por suerte no nos equivocamos. Pero ¿puede creerlo, doctor? La única vez que le fallamos… y el Pini se nos muere.
Para ser jefe, lo primero de lo primero, hay que saber pelear. Mano a mano y usando bien todo tipo de armas. Ya sea una escopeta Franchi SPAS-12 como un tenedor. Incluso ser capaz de ponerse al volante de cualquier cosa. Mmm, ¿A ver? ¿Qué más? ¡Ya sé! Haber cometido varios delitos importantes. Y desde lo físico tener algo distintivo. Más allá de los tatuajes o el músculo trabajado. Mostrar que sangramos igual. Y que las heridas sanan pero las cicatrices quedan.
Un buen líder es aquel que se la pasa ayudando a los familiares y hasta a las mascotas de los integrantes de la banda que perdieron. Ya sea en la tumba o bajo tierra. Porque todos tenemos estudios. Todos pasamos en algún momento por la universidad. Y tanto en el correccional como en la cárcel aprendimos cosas nuevas o perfeccionamos algo que veníamos manejando. Y desde lo que hacemos, nosotros educamos a la gente en que nada les pertenece. Todo pasa.
El capo de una banda es el que sabe invertir el dinero robado o el del cobro de peajes o protección de negocios, o lo que sea a lo que nos dediquemos. Invertir la plata en más y mejores armas. Y en algo que la haga multiplicarse. Generalmente frula. Un buen jefe es el que sabe hacer buenos negocios. Con el que prosperás en el delito. Todo esto es Pinino. ¡Perdón! Todo esto es también Pinino. Alguien con las pelotas bien puestas. Capaz de sacrificarse por los suyos. Como lo hizo. Su famoso: «Para eso estoy acá».
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Nunca supimos cómo llegó. Ni siquiera podemos afirmar que lo haya mandado alguien. Incluso ahora mismo no podemos estar seguros si de verdad es policía o no, aunque esté usando uniforme. Parece un GEO. Y también parece que debajo del casco y el equipo de protección, por debajo de la armadura, hay un hombre. Un hombre sin rostro. Pero no es así. ¡Ni en pedo, doctor! Porque un hombre, por más hijo de puta que sea, no hace lo que este monstruo le hizo a Los Eucaliptus y a Pinino.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Aterrizó sobre el rancho de los Pinedo haciendo mierda la casilla. Menos mal que la familia no estaba. Los restos de chapa, cables y reboque ni siquiera se los sacudió. Se fue desprendiendo de ellos mientras caminaba en busca de su verdadero objetivo. Le había errado al hueco, al pasillo y a la cuadra. Lo que el Cabeza de Tortuga quería hacer mierda era la casa de Doña Ina para que viniera a su encuentro el Pini. Y si no se aparecía destruir la villa casilla por casilla. Pero lo que el reverendo conchudo no sabía era que el plan igual le había funcionado. Porque si alguien se mete con cualquiera de Los Eucaliptus, se está metiendo con Pinino y con nosotros.
El Pini, cuando escuchó el bardo, cuentan los vecinos, vino volando. Se le apareció de atrás al Cabeza de Tortuga y le hizo una llave. Metiéndole los brazos por debajo de los sobacos y atenazándole la nuca. El sorete logró zafar y me lo revoleó al Pini contra unos alambrados que arrancó a la mierda. Cuando se estaba poniendo de pie para buscar revancha en un segundo round sintieron el olor a gas. El Cabeza de Tortuga, entre todo lo que destrozó en lo de los Pinedo, sin darse cuenta había dejado una garrafa perdiendo.
La exploción hizo una reacción en cadena: que reventaran cuatro garrafas más de otras casillas cercanas. Si no hubo heridos, y mucho menos muertos, fue porque los dueños de casa ya habían salido para ver la pelea entre Pinino y el coso este unos minutos antes. Para cuando las llamas y el humo negro se elevaron bien alto, toda la gente de la villa había salido para averiguar lo que estaba pasando. Y al enterarse, alentar y rezar por su campeón.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Doña Ina no estaba en Los Eucaliptus. Justo había ido a la casa de una hermana a la que siempre amagaba con ir a visitar. Pero vio lo que estaba pasando por televisión, en vivo y en directo, a través de un flash informativo que interrumpió la programación habitual de Canal 9. ¿Cómo se enteró tan rápido Nuevediario de lo que estaba pasando acá? Fácil. Porque un informante de la policía por una coima les anticipó lo que iba a suceder en una villa de La Matanza esa tarde. Que venían a hacer cagar a un forajido precoz antes de que se convirtiera en leyenda. Otra no queda. Otra no compro.
Don Olleta cuenta que Pinino le dio con todo. Que de una patada le hizo saltar de las manos el bastón y el escudo. Y que también alcanzó a darle de lleno una trompada que le movió el casco pero que, finalmente, no se lo pudo quitar. Don Barla lo que afirma es que Pinino lo hubiera derrotado antes, si peleaban donde estaban. Pero que el Pini le pegaba en las costillas o en la cara y retrocedía provocándolo para hacerlo salir de los ranchos. Para llevarlo afuera y así evitar seguir destrozando casillas.
Y lo logró. Haciendo lo que nunca había hecho en su vida. Mucho menos cuando peleaba. Yendo para atrás lo sacó. Sin adivinar que le estaba dando una distancia que el Cabeza de Tortuga recorrió primero al trote y después a toda velocidad para lanzarse con toda la furia contra Pinino; estrolándolo contra la tierra dura y seca de la calle.
El Cabeza de Tortuga lo dejó de castigar y se levantó dándole espacio. Como provocándolo para que volviera a intentar pegarle. El Pini se quiso levantar también. Y como estaba medio mareado se cayó sobre su derecha después de haber dado un paso en falso. Clavó la rodilla y después el codo y evitó quedar desparramado. La palma de su mano agarró algo de tierra que vio como se le escurría entre los dedos. Y cuando alzó la vista, la reconoció entre toda esa gente que también él conocía.
Lu estaba llorando. Con las dos manos agarrándose el pecho.
Pinino le guiñó un ojo. El que no tenía cerrado por la inflamación del párpado. Y encaró al Cabeza de Tortuga y se dieron de lo lindo y con todo lo que tenían.
Doña Pocha vino corriendo a la peluquería para avisarme lo que estaba pasando. Yo también salí volando para Los Eucaliptus. Pero, como ya le había anticipado, llegué tarde, doctor. Demasiado tarde.
Fue una carnicería.
Pini alcanzó a lastimarlo bastante fulero también al hijo de puta. Y el Cabeza de Tortuga fue el primero en caer. A unos metros del GEO muerto también cayó Pinino.
Viernes 13 de noviembre de 1992. De tardecita. Abriéndome paso entre la gente; ese también es mi primer recuerdo de la Cuñataí Güirá: el de una nena, en ese momento para mí desconocida, de cinco años con corte carré llorando. Sus lágrimas salpicando la remera gris de Bugs Bunny.
La Cuñataí Güirá y después Lu.
Lu sentada en la calle teniéndolo en brazos a Pinino.
Rogándole que aguante.
Rogándole a los gritos que se quede con ella.
A la noche, Lu en la cochería me iba a comentar, nos iba a comentar, que las últimas palabras de Pinino habían sido si lo paró. Si lo había hecho cagar al Cabeza de Tortuga. Cuando Lu le dijo que sí, cuando ella llorando con los ojos cerrados al oído, después de besárselo, le confirmó y le agradeció que los hubiera defendido a todos en Los Eucaliptus; él repitió una vez más su «para eso estoy acá»… Y ahí se nos fue el Pini.
Doña Ina me contó que solo hizo dos promesas en toda su vida. Porque las dos cosas eran lo que ella más quiso en este mundo. La primera fue para poder tener un hijo. La segunda, cuando lo perdió, fue para que vuelva.
Doctor: vio que cuando uno es chico y pregunta de dónde vino siempre nos dicen que de un repolllo o que nos trajo de París la Cigüeña… Doña Ina, cuando el Pini quiso saber, le dijo que él venía de las estrellas. Y le juró por lo más sagrado que no le había mentido. Y a eso, a lo más sagrado, le rogó por intermedio de San Pancracio para que su hijo todavía no se muera.
¿Qué quiere que le diga? Creímos que en ese momento había enloquecido del dolor. Pero ninguno salió a corregirla o decirle: «Doña Ina, Pinino murió. Déjelo ir». Sí, la gente en Los Eucaliptus salió a ayudarla a conseguir perejil. Porque hay que ponerle perejil al santo. Tiene algo del Gauchito porque a él también lo mataron. Le cortaron la cabeza. Tenía solo 14 años. Pancracio. Dicen que significa «el que lo sostiene todo». Que es defensor de las bandas. Y que es un sanador poderoso. Sí, la gente en Los Eucaliptus salió a ayudarla a conseguir perejil y también se puso a rezar con ella.
Cuando la ambulancia de la casa velatoria fue a buscar el cuerpo de Pinino a la morgue no lo encontró. También faltaba el del Cabeza de Tortuga. No sabe el escándalo que armamos. Pensamos que lo habían cremado o descuartizado para que la tumba del Pini no se convirtiera en santuario. Para que ahora que lo habían matado no se armara una religión nueva en torno de él.
El Federico no dejó de tocar ninguno de sus contactos en las fuerzas. Ráfaga y el Faisán hicieron lo mismo en la calle. Todos obteníamos las mismas respuestas: los cuerpos simplemente habían desaparecido.
Pero Doña Ina no se resignaba. Doña Ina y la gente creyente de Los Eucaliptus. Ellos rezaban el rosario todos los viernes. No decían por qué. Pero rezaban el rosario y seguían trayéndole perejil a San Pancracio.
Y entonces, en la víspera de noche buena, el viernes 24 de diciembre de 1992; a cuarenta días y cuarenta noches de haber desaparecido, ni bien terminaron de rezar el último misterio, Pinino volvió.
Estaba cambiado.
El pelito un poco más largo.
Con barba.
Algunos desconfiaron; Lu incluida.
La gran mayoría solo nos dedicamos a festejar.
Durante semanas juntamos coraje hasta que finalmente lo encaramos.
Le preguntamos cómo era.
Del otro lado.
Estar muerto.
Nos contó que se la pasa fulero.
Muy fulero.
Bastante fulero.
Básicamente porque no hay ni cerveza ni tetas.
Eso fue todo lo que dijo.
Y ya no volvimos a hablar del asunto.
Nunca.
¡¿Será de Dios?! Cómo si no tuviéramos de sobra con el Pelado, la yuta, Sabiola o su gente, siempre hay alguien con quién pelear. Aparece mucho loco agitándola de maldito porque el hecho de enfrentarse con Pinino, con el legendario Nafta Súper, ya les da chapa. Ni hablar si lo llegaran a tumbar. ¿Sabe cómo estamos cansados de ver pelotudos que de espaldas van haciendo sapito por la calle o la vereda después de los mamporros que les hace comer el Pini? Generalmente es así: a lo Tyson en sus mejores momentos. Un round y a la lona. Les apunta derecho a la nariz. Un espectáculo cuando los emboca. Todos tienen un plan hasta que se morfan una mano.
Otro cantar es si nos vienen a querer romper las bolas a la Cuñataí Güirá, al Faisán, a Ráfaga o a mí. Si es por nosotros, el que quiera ligar cañonazos que haga fila. Nos hacemos tiempo para atenderlos a todos. Es como dice el Faisán: si tienen la posta de que de enero a enero nosotros andamos gatillando dejando damnificados, ¿para qué se nos ponen al lado queriendo estar a nuestra altura? Es boluda la gente, doctor. Si saben que somos pistoleros, dígame, ¿por qué? A la pendeja, al negro, al Ráfaga, a Juan Raro, a mí… conviene evitarnos. Un cuetazo y gatitos abran paso.
Pero al Fede y al Pini les cabe. Ir a las manos. El Federico sabe boxear. A la hora de pelear es pillo, ágil; te pone la zurda y sale. El Pini, no. Pinino te chupa las trompadas. Se las morfa de frente. Como si las mereciera. Busca el castigo. Hasta que algo lo hace reaccionar. ¿Odio será? Pero la jeta no la tiene así de las piñas que se come: la trompa la tiene fea y larga por la tristeza. Porque es infeliz. Está deprimido. No le gusta su vida. Ni siquiera sabe si quiere seguir haciendo esto… lo que nosotros hacemos desde siempre. Se siente frustrado. Está triste. Muy triste. Para él es más de lo mismo en Los Eucaliptus.

«¿Qué te dije?», era lo que más le sabía repetir a Pinino su papá en la adolescencia. Lo volvía loco con el qué te dije. Que ojo con quién se juntaba, que no se quedara haciendo esquina, que estudiara, que fuera alguien en la vida, que ganara plata y mucha. No cómo él, que se tenía que romper el lomo levantándose religiosamente todos los días a las cinco de la mañana.
«Si terminás haciendo lo mismo que yo, a ver como te la aguantás.»
«¿Qué te dije?», le decía apretándose los dientes cuando se mandaba alguna. Cuando Pinino lo defraudaba. No lo hacía a propósito. Simplemente le salía. Se comportaba como lo que era. Un adolescente, sí. Un hijo. Su hijo. Su hijo que no tenía que repetir su historia.
Pobre el papá del Pini. Pobre, pobre Doña Ina. Cuando se dieron cuenta cómo venía la mano, sufrieron tanto y en silencio. Doña Ina a veces no podía evitar contener las lágrimas. Y en la mirada del papá de Pini volvía a aparecer esa expresión de «¿Qué te dije? A ver AHORA como te la aguantás».
Era, y es, muy difícil poder hacerles entender a ellos —y a mucha gente que estaba y que está alrededor— que salimos a pelearla y a ganarla como sea. Hacer plata de un modo diferente no está bien visto, doctor. Porque por trabajo se entiende otra cosa. No lo que nosotros hacemos. Aunque estemos orgullosos. Todo lo que tenemos nos lo ganamos con lo que somos. No vivimos de prestado ni mendigando al Estado.
Pero al Pini le siguen retumbando en la cabeza esas palabras del viejo; el:
«¿Qué te dije?»
«¿Qué le dije al pibe?»
«Que la cosa no pasa por cómo uno golpea al otro. Que el asunto está en cómo vos asimilás el golpe. A ver cómo te lo aguantás.»
«A ver cómo te la aguantás.»
Lo mismo que le decía el papá al Pini se lo preguntaba Rocky a su hijo.
¿No vio la última de Rocky, doctor? ¡Ma-Má! Las veces que me habré tocado con Stallone en todos estos años… Rambo… Cobra… Halcones de la noche… Año 2000: carrera mortal… Condena brutal… Tango & Cash… Riesgo total… El demoledor… El especialista… Asesinos… Rocky lo único que sabe hacer es pelear. Arriba y abajo del ring. Es lo que quiere hacer. Siempre. Por eso necesitaba ese último combate.
«A ver cómo te lo aguantás.»
Lo que sos. Lo que tenés que hacer. Lo que sea necesario para estar en paz con vos mismo. Es lo que hacía el papá del Pini ejerciendo su rol de padre. Y es lo que se está pensando Pinino ahora.
Como Rocky, Pini tiene un hijo varón. También fue papá después de los treinta. Monchi va a crecer y le va a pasar factura por muchas cosas. En la mayoría va a tener razón. Alguna Pini se las va a poder pelear, seguro. Van a discutir. Como todo padre lo hace con su hijo… Monchi va a tener la misma edad del Pini en treinta y dos años. Para esa época, Pinino va a tener la edad actual de Stallone. Y la verdad, doctor, quiero y espero que el Pini siga «boxeando». Dando pelea.
Sí, antes de que Rocky se lo dijera a su pibe se lo dijo primero su papá al Pini. Pero esa es una lección para todo el mundo. Cuando Rocky hincó una rodilla en la lona, después del tremendo gancho en la cara que se morfó de ese negro, y se volvió a parar; en la cabeza lo único que se repetía era el «¿Qué te dije? A ver cómo te lo aguantás». Y eso es lo que hace Pinino; el secreto de su éxito: ir de frente y aguantar.
Lady Di, observando los movimientos que hacía afuera la policía, suspiró y me preguntó y hasta arriesgó:
—¿Qué es la felicidad, doctor? ¿Un ascenso en el laburo? ¿Un trabajo nuevo? ¿Comprarse un auto? ¿Formar otra vez pareja? ¿Ser famoso?
Lo pensé un instante antes de responderle.
—La tendencia general en nosotros, los seres humanos, es sentirnos descontentos. O hacer que la felicidad dependa de concretar algunos objetivos como los que usted mencionó. Ya sean laborales o personales.
Por lo que me contestó se ve que mucho no me escuchó.
—Pinino no es un héroe. Tampoco un santo. Pero tiene sus planes. No puede terminar así.
Y también se tomó su tiempo para pensar antes de pronunciar en voz alta:
—Lo que no te mata te termina haciendo más fuerte. Pero al Pini ser de donde es lo está matando. A lo Valeria Lynch: despacito, suavemente… Y ese hijo de puta, el Cabeza de Tortuga, lo mató y no lo mató aquella vez. Y me lo hizo más fuerte. Y justo ahora… así como está… Va a ser también a lo Rocky lo nuestro contra el Cabeza de Tortuga, ¿sabe? «A ver cómo te lo aguantás.» A ver cómo lo aguantamos. Y pase lo que pase de algo estoy segura: todos nosotros, también la señora y usted, si salimos vivos de esta, hasta el día en el que finalmente nos llegue la hora, nos vamos a acordar con lujo de detalle cuáles fueron nuestros sentimientos, en dónde estábamos, con quién y qué es lo que hicimos el lunes 29 de junio de 2009; de madrugada.

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