Kryptonita - Capítulo 7

VII

Salvo cuando nos pinta irnos bien a la mierda
(Como cada puta noche una y otra vez)
Pinino tuvo con Lu un chico, el Monchi. Y cuando el bebé nació, como suele pasar cuando viene a este mundo cualquier bebé, todo fue felicidad en sus vidas. Y también en las nuestras. Porque esa clase de sentimientos son los que se comparten, ¿no es cierto? Pero las cosas después se complicaron. Por ahí ya tenían asignaturas pendientes antes de que ella quedara embarazada. Y bajo el mismo techo no duraron mucho.
A lo que nosotros nos dedicamos, lo que nosotros somos… no es muy compatible con formar una familia hecha y derecha. Salvo que tu pareja también sea pistolera y se la banque. O no diga ni mu. O nunca pregunte nada. Y Lu será peleadora, bastante guerrera, pero ni ahí forajida. A no confundirse que no es lo mismo. Y tampoco ella es de las que se van a quedar en casa sola criando al hijo. Cuando se conocieron con Pini ya laburaba —en negro y todavía sigue así— en el Canal 26 y en Radio Planeta Disco, la FM de Johnny Allon. Sí, primero por portación de lomo; pero también porque tenía mucho más para pelar.
¿Qué se yo? Para mí está bien que se hayan separado. Porque así eran infelices. Ninguno de los dos iba a aflojar y cambiar lo que el otro pedía. Tampoco ninguno iba a resignar lo que eran. Pinino sabe muy bien cuál es la vida que le quiere dar a su hijo. Por eso se fue de esa casa. Por más que esperó a que se lo pidiera Lu. Porque como los hermanos de Valientes tiene un plan. De ahí a que se le dé es otra cosa. Y no piensa arrastrar al chico si algo le sale mal. Quiere que Monchi no crezca viendo todos los días la misma mierda. Nuestra mierda. Con la mamá vive en una casa linda. Con Pini se iban a quedar por acá. Y eso no iba a estar bueno. Pero para que Monchi algún día despegue, el que se tiene que tomar primero el palo es el Pini.
¡Uy, doctor! Si usted supiera la malasangre que nos hizo pasar esa criaturita cuando era más chiquito. Casi un bebé le diría. No gateó. Se largó a caminar de una. Antes de cumplir el año decía bien claro mamá, teta, Messi; porque había sido el Mundial de Alemania. Después cuando Pinino y Lu se separaron el Monchi medio como que se cerró. No volvió a decir una palabra. Y no habló hasta entrados los tres añitos. Primero los papás se recriminaron mutuamente que por las peleas que habían tenido, las mayorías delante de él, Monchi no hablaba. Como castigo. Por haberlo hecho parte de toda esa mierda. Después Lu algo intuyó y lo comprobó con una señorita de la guardería adonde mandaba al nene.
Tenía algo mal en los oídos. Monchi no escuchaba bien. Llegó a la casa y ella se puso a llamarlo cuando él estaba de espaldas. Primero lejos. Después cada vez más cerca. Por último prácticamente gritándole en la nuca. Pinino esa tarde pasó a visitarlo y se encontró con la mamá de su hijo llorando. Ella le contó. Pinino no le creyó. No es que la tratara de mentirosa. No lo podía entender.
Monchi jugaba con sus autitos de colección, con unos Hot Wheels, sentado en el piso de la cocina. Pini sacó del bajomesada un par de ollas, las alzó sobre su cabeza y las dejó caer detrás del chico. Hicieron un quilombo bárbaro. Lu se asustó y se cubrió las orejas con las manos. Monchi no se dio cuenta. Entonces Lu se tapó la boca y se largó a llorar con más dolor. Y Pinino, después de dar unas vueltas y sentirse impotente, la abrazó y se aguantó las ganas de llorar que él tenía mientras su hijo seguía haciendo correr carreras a un autito verde contra el coche del hermano de Meteoro.
Lo tuvieron que operar. ¿Sabe lo que uno tiene que pasar para una intervención quirúrgica como esta si no tiene obra social? ¡Qué le voy a contar yo justo a usted! Si Monchi pudo zafar de todo el manoseo y el tiempo largo, largo de espera para un turno fue porque Lu le pidió un favor al Pelado; porque él tenía los contactos para hacerle la gauchada. Lo que hayan arreglado entre ellos es asunto suyo. Yo quiero creer que ese hijo de puta es de todo. Incluso un caballero. Pero no voy a andar metiendo justo por él las manos en el fuego.
Pinino la sufrió mucho esta. Lo único que le quedó por hacer fue tener Fe. Le rezó a su santo y le pidió por su hijo. Y le hizo una epístola a Monchi. De un lado de una hoja que arrancó de un cuaderno de espiral escribió la oración con su pedido. Del otro, palabras suyas. Diciéndole a Monchi que era diferente no solo por ser su hijo, sino también por llevar su sangre. Que a veces lo iban a dejar de lado por eso. Pero que él lo que más anhelaba, además de que pudiera escuchar bien, obvio, era que cuando fuera grande se vaya lejos, muy lejos de donde rancheamos y de donde somos. Y como cantan los Iluminate, con el Sergio Sandoval de Los Cafres, le dijo que gracias a él veía en sus ojos las ventanas al mañana. Veía el futuro. Y también le escribió lo mucho que lo quería. Lo mucho que lo amaba. Llamándolo por su nombre. No por el apodo. Y dobló el papel en varios pedacitos hasta que quedara bien chiquito y se lo puso en el forro interno de un piluso con rayas de colores blancas, azules, naranjas y celestes que el Monchi no se sacaba de la cabeza por nada del mundo.
Y entonces lo operaron. Y sus colegas, doctor, dijeron que iba a tardar entre cuarenta y cinco días y tres meses en mostrar alguna mejoría. Así que no quedó otra que esperar y seguir rezando. A las dos semanas, casi tres, le suena el celular al Pini, justo antes de que hiciéramos un laburo. Era Lu. Otra vez estaba llorando. Pinino se desesperó al escucharla así. Pero ella le dijo que se tranquilizara. Que estaba llorando de la emoción, de la alegría. Y después le pidió que no cortara. Que alguien quería hablar con él.
—Pa-pá… Papi… Soy Mon-chi.
Esa fue la primera vez que su hijo le dijo papá. Y antes de hacer lo que teníamos que hacer, tuvimos que esperarlo a Pini. Dos veces. Primero bancándolo mientras hablaba con el hijo. Después, mirando para otro lado cuando hizo algo que nunca lo habíamos visto hacer. Cuando se fue hasta la esquina y detrás de un árbol se puso a llorar como lloran los hombres: a escondidas y una vez cada muerte de obispo; pero eso sí, cuando largan los mocos son un río.
¿Saben por qué alguien sin conocerlos se puede dar cuenta de que Monchi es hijo del Pini? Porque al nene le gusta bailar. Como al padre. Se empezó a largar escuchando una canción de esas que suenan hasta en la bocina de un avión. Esta era una de Katy Perry: Hot’n cold. Monchi escuchaba el naná-nananá-ná-nana-ná… ná-nana-ná… nánana-ná… y automáticamente se agachaba hacia adelante para agarrarse con las manitas de los tobillos y parando la colita empezarla a mover. Un plato, doctor. Todo un plato verlo al cachorrito bailando…
Pinino va a cumplir cuarenta en unos días. Toda su vida se la pasó por acá. Nunca se fue. Pero desde que nació Monchi, él dejó de vivir en Los Eucaliptus. «Casa» pasó a ser para él otra cosa. Tendrá dos metros y casi cien kilos, doctor; pero cuando se abrazan con el hijo, el que se pierde en los brazos del chico es él. Porque esos bracitos son su verdadera «casa».
Lady Di hizo mucha fuerza para contenerse y no llorar ella. Nilda no tuvo ningún reparo en aflojar.
Son muy amiguitos los dos. Monchi siempre le pide cococho. Ir sobre sus hombros. Le gusta que caminen en lugar de andar en una nave, en remis o en bondi porque según él así pasan más tiempo juntos. Bueno, ese caminar juntos es un decir, porque el nene va a caballito. Pero ahí se despacha a gusto. Y charla bastante con el padre. ¡Y las cosas que le dice!
Le preguntó a Pinino las otras noches si él era ladrón. Como sabe que trabaja de noche. Y por los tatuajes. Le dijo que a él no le importaba. Que lo iba a querer igual porque era su papá. También quiso saber si cuando él era bebé y vivían los tres juntos como había sido la cosa: si Pinino los había dejado o si Lu le había dado el boleo en el orto. Los chicos vienen cada vez más avivados, doctor.
La otra vez yo le estaba preparando el almuerzo y Monchi me comentó que de ahora en adelante no iba a comer más los sábados porque no quería crecer más. Yo, haciendo un escándalo, le dije que cómo iba a hacer eso, si él tenía que ser grande y fuerte como el papá; y él me respondió que no iba a crecer porque cuando los nenes crecen los papás y los abuelos se mueren y él no quería que eso pasara. Todavía no había picado la cebolla y los ojos se me llenaron de lágrimas. ¿Sabe cuál fue la última que se mandó? Quiso saber si el padre le daba besitos en las tetitas a la novia. Así, textual. ¿A usted le parece? Cuando nosotros éramos chicos no sabíamos nada de eso. Éramos unos opas… La culpa de todo la tiene la tele.
—Es lo que yo digo —estuvo de acuerdo Nilda.
Y nos reímos los tres.
—De ustedes, ¿quién más tiene hijos? —ahora estuvo curiosa mi enfermera.
La expresión de alegría que había ganado el rostro de Lady Di al hablar del nene de Nafta Súper se entristeció de golpe.
—Él —dijo sin poder mirar a Juan Raro, que seguía en la misma postura que había adoptado desde que entró en la guardia.
Yo también estuve tan o más curioso que Nilda y me animé a preguntar algo que hacía rato me venía dando vueltas en mis pensamientos:
—¿Cuál es su problema? ¿Drogas duras? ¿Con qué está enganchado?
Lady Di negó con la cabeza.
—El falopero de nosotros es el Faisán. Desde muy pibe. De ahí le viene el apodo. Empezó jalando Poxi y se metió y se mete de todo. Después ve y cree cada cosa… Juan… Juan quedó así cuando tuvieron el accidente la mujer y el hijo. Murieron en un incendio. Se les prendió fuego la casilla con ellos adentro.
—¡Qué horror! —habló Nilda por ella y por mí.
—Estaban durmiendo una siesta, así que no se dieron cuenta. Fue para un año nuevo. Unos pibes tiraron petardos que le habían robado a un repartidor en un descuido mientras charlaba con don Roberto, el kiosquero. Pusieron una cañita voladora en una botella vacía de sidra. Las chispas de la mecha, cuando la encendieron, tiraron la botella. Antes de que rodara en la calle, la cañita salió haciendo un vuelo rasante y entró por la ventana del rancho de Juan.
El tipo seguía duro. Como si estuvieran hablando de otra persona.
—Si alguien en este mundo sabe lo que es perder a un ser querido, ese es nuestro Juancito, que perdió a dos en un toque. Encima a un hijo.
—Pobre… Pobre hombre —se compadeció Nilda también por los dos.
—Formó una familia a los 16 años y antes de cumplir los 20 ya no la tenía más. Como para que no esté así.
Observé la Itaka que estaba empuñando. Seguro debajo del piloto azul llevaba algo más que mantenía oculto.
—Y encima después de vivir todo eso anda armado.
Lady Di me corrigió.
—Doctor: Juan sin la Itaka es mucho, pero mucho, más peligroso. Diga que lo manejamos nosotros.
—¿Y eso es mejor?
—¡Obvio que es mejor! Peor sería que lo controlaran otros: no me gustaría tener que enfrentarme a Juan. ¡Ni en pedo! Y eso lo digo precisamente no por el afecto que le tengo como amigo y como hermano, sino por lo que él es capaz de largar.
Mirándolo, y mordiéndose el labio inferior, con el mismo tono como si estuviera rezando en una iglesia pidió:
—Roguemos que no se pudra todo esta madrugada, sino por primera vez le vamos a tener que quitar la correa.
Por un momento creí haber notado que los ojos de Juan Raro se habían puesto totalmente blancos. Finalmente, observé que eran como los que le había visto desde que entraron en la guardia. Lady Di comentó:
—A ver qué pasa, doctor. A ver qué pasa. Que la noche todavía está en pañales.

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