Francisco Rico habló del 'Lazarillo' al ingresar en la
Academia
El académico desarrolló tesis en torno a la 'invención de
la realidad' en la novela
Madrid 5 JUN 1987
La novela, la ficción realista en prosa, el género más
importante de la literatura moderna, es una creación de El Lazarillo de Tormes,
según afirmó ayer Francisco Rico en su discurso de ingreso en la Real Academia
Española. Hasta el Lazarillo (hacia 1552), la prosa de imaginación desarrollaba
tan sólo historias fabulosas, sin contrapartida en la realidad, y no existía
una narrativa que se propusiera contar ficciones verosímiles, inventar
personajes y situaciones reales; los presentaba según los mismos criterios de
probabilidad, experiencia y sentido común de la vida diaria. Respondió al nuevo
académico Fernando Lázaro Carreter.
Fernando Lázaro Carreter hizo en su discurso un elogio de la
filología, ciencia a la que se dedica Rico, que, por un lado, rescata y fija el
patrimonio literario, y, por otra, lo interpreta. "Tareas ambas de
primordial importancia en un país como el nuestro, cuya literatura es, en gran
medida, fundamento de su presencia y de su prestancia en el mundo",
dijo.Francisco Rico ingresó ayer tarde en la Academia, en una sesión solemne,
con la pompa habitual que la casa guarda para la ceremonia de ingreso. Rico, de
44 años, había sido presentado por los académicos Rafael Lapesa, Fernando
Lázaro Carreter y Gonzalo Torrente Ballester, y fue elegido el 13 de marzo de
1986 para ocupar uno de los sillones de nueva creación. El nuevo miembro de la
Academia fue conducido por los académicos Gregorio Salvador y Carlos Bousoño.
Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, presidió la sesión.
Inventar la realidad
El Lazarillo de Tormes se publicó como si fuera la
carta auténtica de un modesto pregonero de Toledo y sin ninguno de los rasgos
que en el Renacimiento caracterizaban las producciones literarias, explicó
Francisco Rico en su discurso. En especial, el autor quiso que su nombre no
figurara en ninguna parte de la obra, no tanto por guardar el incógnito como
para que nada impidiera pensar que el libro había sido redactado efectivamente
por Lázaro. Por otro lado, en las peripecias del protagonista, en sus amos, en
los lugares, en el lenguaje o en los procedimientos narrativos que emplea,
añadió Rico, tampoco hay nada que no fuera habitual en la época, nada que
sugiriera que se trataba de personas o cosas nacidas de la fantasía de un
escritor. Según esto, El Lazarillo... era un fraude: no un relato que
los lectores pudieran interpretar como ficticio, sino una falsificación, la
simulación de un texto real, de la carta verdadera ¿le un Lázaro de Tormes de
carne y hueso.Aceptar el Lazarillo como completamente auténtico
implicaba no percibir su aspecto más original, añadió el académico; porque,
explicó, el atractivo de la obra no estaba sólo en la trama chispeante, sino en
el hecho de que el libro constituía una especie de ficción hasta la fecha
desconocida en Europa: una narración en que todo podía ser verdadero y nada lo
era, un experimento de verosimilitud total que sólo podía ser adecuadamente
valorado si se era consciente de que se trataba de una fabulación y que, por
consiguiente, el gran logro del autor residía en haber inventado la
realidad, imaginando una historia falsa que no podía distinguirse de la
vida real.
Los lectores del siglo XVI, advirtió, no estaban
acostumbrados a buscar verosimilitud en un texto reconocido como ficticio, y si
se hubieran dado cuenta fácilmente de que el Lazarillo no era verdadero, se
habrían limitado a gustar las aventuras de Lázaro y no habrían prestado ninguna
atención a lo que el escritor había cuidado con destreza y tan innovador
resultaba en la literatura occidental: la absoluta apariencia de realidad.
Para que la obra fuera apreciada en todas sus dimensiones el
autor necesitaba que el Lazarillo fuera recibido a la vez como fidedigno
y como apócrifo, siguió Rico. Por ello, tras introducir en el ánimo del lector
una firme presunción de veracidad, le ponía ante los ojos, unos párrafos que le
obligaban a preguntarse por la condición, verdadera o falsa, del relato.
Lázaro, contaba allí que su madre había estado amancebada con un esclavo negro.
Pero ¿qué español de 1552 no procuraría esconder una infamia semejante? La
confesión era tan dura que por fuerza había de hacer dudar de la veracidad de
la carta. Esa duda no podía tener aún una respuesta tajante porque la narración
no había hecho sino empezar, pero bastaba para inquietar al lector. No otro era
el deseo del anónimo.
A partir de ahí, el lector se proponía escudriñar la
narración con cien ojos para descubrir si en algún lugar se traicionaba la
presunción de veracidad con que había comenzado el libro, explicó Rico. Pero
también a partir de ahí, y hasta el desenlace, el escritor no volvía a darle facilidades,
y disponía de todos los detalles del modo más realista, de forma que el lector
se encontraba en suspenso entre la verdad y la mentira, incierto de si aquello
era realidad o fantasía, porque cada vez que la duda le volvía no tenía más
remedie, que contestarse que, en cualquier caso, todo fluía como si fuera real.
La duda se desvanecía en las últimas líneas, cuando se
comprobaba que "el caso" cuya explicación había señalado Lázaro como
razón de ser de su carta autobiográfica consistía en un bochornoso "caso
de honra", en un asunto de cuernos que nadie se atrevería a hacer público
y que, por tanto, denunciaba a la obra como ficticia. Pero hasta llegar ahí el
lector no podía confirmar en ningún sitio las sospechas que el novelista le había
provocado al referirse a la madre de Lázaro, y se veía obligado a confrontar
con esas sospechas la aparente realidad del relato. El autor, explicó Rico,
conseguía que por primera vez una narración en prosa fuera leída a la vez como
ficción, con una exigencia de verosimilitud y realismo.
El Lazarillo, pues, concluyó Rico, transcurría en un
ámbito ignorado hasta entonces en Europa; el autor lo subrayaba mientras
invitaba a cotejar ciertos episodios con las versiones del mismo tema que todos
conocían en la tradición narrativa: un ámbito irreal que no se distinguía del
curso ni el discurso de la realidad. Era la verdad, no como hecho histórico,
sino como invención coherente con la experiencia, como ficción verosímil; o era
la mentira como si fuera verdad. Era un modo de escritura nuevo de raíz: la
novela.
"Hoy, en nuestro fin de siglo, en el fin de todos los
fines de siglo", concluyó Rico, "descreemos del ideal de la novela
realista. Sentimos o dudamos la novela en otros términos; y, sobre todo,
recelamos de las certezas y de las recetas del realismo. Quizá por eso nos
guste recordar que la novela realista nació, en El Lazarillo de Tormes,
como una falsificación, como una paradoja y como un juego".
Otras obras
En su discurso de respuesta Lázaro Carreter subrayó las
ediciones críticas realizadas por Rico de El Guzmán de Alfarache, El
caballero de Olmedo, las Novelas a María Leonarda. Además, sus
estudios sobre la literatura latina de la Edad Media y el período de orígenes
romance, como los titulados Un poema de Gautier de Chàtillon: forma, fuente
y sentido de 'Versa est in luctum' (1980), El primer siglo de la
literatura espanola (en prensa) o la monografía Predicación y literatura
en la España medieval (1975).Lázaro Carreter destacó igualmente el trabajo
hecho por Rico en la poesía y narrativa de los siglos XVI y XVII, como su
estudio De Garcilaso y otros petrarquismos o su estudio sobre el
destierro del verso agudo (1983). Destaca igualmente su obra La novela
picaresca y el punto de vista, en proceso de traducción al japonés y al
italiano. Sobre todo, Lázaro Carreter destacó "el señorío absoluto"
que ejerce Rico en El Lazarillo de Tormes, reflejado en numerosos
estudios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes,
5 de junio de 1987
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