La abandonada a las fieras,  malvado Teseo, todavía vive. ¿Querrías 
aceptar esto con mente ecuánime? Más agradable que tú encontré a toda 
raza de fieras. Confiada a cualquiera no estaba peor que confiada a ti. 
Lo que lees, Teseo, te lo envío desde aquel litoral desde donde las 
velas se llevaron tu nave sin mí, en donde de mala manera me traicionó 
mi sueño y tú, criminalmente tendiste una trampa a mi sueño.
Era el tiempo en el que la tierra por primera vez es salpicada de 
cristalina escarcha y las aves se quejan ocultas en las frondas. Medio 
despierta y lánguida por el sueño moví las manos para abrazarme a Teseo 
medio tendida. ¡No había nadie! Alargo las manos y de nuevo lo intento, y
 muevo los brazos por todo el lecho. ¡No había nadie! Los miedos 
expulsaron al sueño. Me incorporo aterrada, y del lecho vacío se 
precipitan mis miembros. Al punto resonó mi pecho con los golpes de mis 
palmas, y me arranqué mis cabellos, tal y como estaban despeinados del 
sueño. Había luna. Miro, por si viera algo más allá de la costa. Mis 
ojos no tienen nada que contemplar excepto la costa. Ora aquí, ora allá,
 de un lado a otro sin orden corro; la profundidad de la arena retrasa 
mis pies de muchacha. Y mientras tanto gritaba en la costa: ¡Teseo! Me 
devolvían tu nombre las cóncavas rocas, y cuantas veces yo te llamaba, 
otras tantas el lugar mismo te llamaba. El mismo lugar quería ofrecer su
 ayuda a la desdichada. Había un monte (escasos arbustos aparecen en su 
cima). De allí pende un peñasco desgastado por el ronco oleaje. Lo subo 
(el ánimo me daba fuerzas) y así mido con mi vista a lo lejos el ancho 
mar. Desde allí yo –pues también gocé de vientos crueles– vi tus velas 
tendidas por el impetuoso Noto. Ya las viera o pensara que las había 
visto, me quedé más fría que le hielo y medio muerta. El dolor no me 
permite languidecer largo tiempo; con él me reanimo, me reanimo y llamo a
 gritos a Teseo. “¿A dónde huyes?”, grito, “¡vuelve, malvado Teseo! Vira
 tu nave, no tiene aquella su número!”. Estas cosas dije yo. Lo que 
faltaba a mi voz, lo suplía con mis gemidos. Los golpes se mezclaron con
 mis palabras. Por si no me oías, para que pudieras verme a lo lejos, 
hacia señales con mis manos agitadas a lo lejos. Puse un velo blanco en 
una rama larga para que te avisara de que sin duda te habías olvidado de
 mí. Y ya habías sido arrebatado a mis ojos. Entonces al fin me puse a 
llorar. Antes mis tiernas mejillas se habían embotado por el dolor. ¿Qué
 más podían hacer mis ojos que llorar, después que habían dejado de ver 
tus velas? Y yo viajaba sola con los cabellos revueltos, como una 
bacante agitada por el dios Ogigio, o me senté en una roca, fría, 
mirando al mar, y yo misma era tan de piedra como mi asiento. Muchas 
veces volví al lecho que nos había acogido a los dos, pero que no iba a 
tenernos juntos de nuevo, y toco tus huellas en lugar de a ti, lo único 
que puedo hacer, y las sábanas que abrigaron tus miembros. Me acuesto y 
rebosando la cama lágrimas derramadas, exclamo: “¡Dos nos acostamos, 
devuélveme a dos! Aquí venimos dos, ¿por qué no salimos los dos? Pérfido
 lecho, ¿dónde está la parte más importante de mi vida?”.
¿Qué puedo hacer? ¿A dónde seré llevada sola? La isla no está cultivada.
 No veo rastros de hombres ni labores de bueyes. El mar rodea la tierra 
por todas partes; en ninguna parte hay marineros, ninguna nave que vaya a
 ir por caminos inseguros. Imagina que se me dan compañeros, vientos y 
una nave: ¿para qué seguirlos? La tierra paterna me niega la entrada. 
Aunque me deslizara en feliz nave por aguas en calma, aunque Eolo 
templara los vientos– ¡seré una desterrada! Y yo, no te veré, Creta, 
distribuida en mil ciudades, tierra conocida por Júpiter niño, puesto 
que mi padre y la tierra gobernada por mi justo padre fueron 
traicionadas, nombres queridísimos, por mí acción, cuando a ti, no fuera
 ser que, vencedor, no murieras en las retorcidas moradas, te di un hilo
 para que dirigieran tus pasos como guía. Entonces me decías: “Juro por 
estos mismos peligros que tú serás mía, mientras los dos estemos vivos”.
 Estamos vivos, Teseo, y no soy tuya –si es que está viva una mujer que 
ha sido sepultada por el engaño de un pérfido marido. ¡Ojalá me hubieras
 sacrificado, malvado, con la misma maza que a mi hermano; hubieras 
cumplido con mi muerte la palabra que me diste. 
Ahora yo no sólo voy a recordar lo que tendré que sufrir, sino lo que 
puede soportar cualquier mujer abandonada: mil formas de morir se viene a
 mi mente, y la muerte supone menos castigo que la espera de la muerte. 
Supongo que ya estarán al llegar los lobos por un lado o por otro, que 
me desgarraran las entrañas con ávidos dientes/su ávida dentellada. 
¿Quién sabe si esta tierra cría rubios leones? ¿O quizá crueles tigresas
 tiene esta isla? ¡Y se dice que los mares expulsan enormes focas! 
¿Quién impide que también  espadas me atraviesen mi costado? Sólo que no
 se me ate con crueles cadenas cautiva ni arrastre grandes lotes de lana
 con mi mano esclava, a mí que tengo a Minos de padre, a la hija de Febo
 de madre y lo que más recuerdo, ¡que te he sido prometida a ti! Si el 
mar, si las tierras y el alargado litoral veo, mucho me amenaza la 
tierra, mucho las aguas. Quedaba el cielo –¡temo las estatuas de los 
dioses!. Quedo abandonada como presa y alimento de fieras rabiosas. Si 
viven y habitan hombres, desconfío de ellos. De mis heridas he aprendido
 a recelar de varones extranjeros. 
¡Ojalá viviera Androgeo! No hubieras expiado tus hechos con tus muertos,
 impía tierra de Cécrope; ni tu diestra, Teseo, no habría sacrificado 
con la nudosa maza al que era en parte hombre, en parte toro, ni yo te 
habría dado los hilos para que te mostraran el camino de vuelta, los 
hilos recogidos por tus manos aplicadas sin parar. La verdad es que no 
me sorprende que la victoria esté de tu lado, ni que la bestia, abatida,
 se derrumbara en tierra cretense. No podían ser atravesadas tus férreas
 vísceras con un cuerno; aunque no te hubieras cubierto tú, hubieras 
estado seguro con tu pecho. Ahí llevas pedernales, ahí llevas acero, ahí
 tienes a Teseo, que puede vencer al pedernal.  Crueles sueños, ¿por qué
 me tuvisteis dormida? Por una vez tenía que haberme hundido en una 
noche eterna. Crueles también vosotros, vientos, demasiado propicios y 
vosotras, brisas indulgentes, para llanto mío. Diestra cruel, que me 
mató a mí y a mi hermano, y lealtad, nombre vano, dada a quien la pedía.
 Contra mí se conjuraron el sueño, el viento y la lealtad: ¡yo, una sola
 joven, he sido traicionada por tres causas! 
Así que, ¿no veré yo, a punto de morir, las lágrimas de mi madre, ni 
habrá quien cierre mis ojos con sus dedos? ¿Mi desgraciado espíritu 
marchará a brisas extranjeras y no ungirá una mano amiga mis miembros 
yacentes? ¿Sobre mis huesos sin enterrar se posarán aves marinas? ¿Este 
es el sepulcro digno de mis oficios? Irás al puerto de Cécrope y serás 
recibido en tu patria, cuando te detengas altivo en presencia de tu 
gente y le cuentes la muerte del hombre-toro, y sobre la morada de 
piedra cortada por dudosos caminos, cuenta también que me abandonaste en
 una tierra desierta: no se me debe excluir de tus títulos. Ni tu padre 
es Egeo ni eres hijo de Etra, hija de Piteo: tus padres son las piedras y
 el mar. 
Quisieran los dioses que me vieras desde lo más alto de la nave; mi 
triste figura habría conmovido tu expresión. Ahora también no con los 
ojos, sino con lo único que puedes, con la mente, mírame agarrada a una 
roca que golpea el vaivén del agua. Mira mis cabellos, sueltos en señal 
de duelo y la túnica pesada por las lágrimas, como si fuera por la 
lluvia. Se estremece mi cuerpo, como las espigas golpeadas por los 
aquilones, y las letras se deslizan llevadas por dedos temblorosos. No 
te imploro por mis méritos, ya que tan mal me ha ido; ningún merito sea 
debido a mis hechos. Pero tampoco castigo. Y si no he sido yo causa de 
tu salvación, no tienes por qué ser la causa de mi perdición. Estas 
manos cansadas de golpear mi lúgubre pecho las extiendo desgracidas a 
través del ancho mar. Estos cabellos que me quedan te los muestro 
entristecida. Por las lágrimas que tus acciones han provocado, te 
suplico: vira tu nave, Teseo, y, al cambiar el viento, vuelve. Si antes 
he muerto, tú al menos llevarás mis huesos.
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario