La Sueñera
16
En
la oscuridad confundo un montón de ropa sobre una silla con un animal informe
que se apresta a devorarme. Cuando
prendo la luz, me tranquilizo, pero ya estoy desvelada. Lamentablemente, ni siquiera puedo leer. Con la camisa celeste clavándome los dientes
en el cuello me resulta imposible concentrarme.
60
Apenas
me despierto, mi ropa se apresura a colgarse de las perchas. El espejo se abraza a la pared como si nunca
la hubiese abandonado y el velador vuelve a la mesita de luz con el paso
cansado de un noctámbulo a la hora del desayuno. Cuando abro los ojos, todos están más o menos
en su lugar. La cómoda, para disimular,
silba un tango bajito. Si no fuera por
el desorden de mi ropero, podría creer que aquí no ha pasado nada.
69
Despiértese,
que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace,
le contesto yo. Pero el muy obstinado me
sigue soñando.
70
Con
una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas
y desnuda los colmillos amarillos. Un
curioso zumbido perfora el aire. El
hombre lobo tiene miedo. El dentista
también.
111
Me
adelanto a una velocidad fulgurante, ya estoy en área penal, desbordo a los
defensores, el arquero sale a detenerme, me escapo por el costado, cruzo la
línea de gol, me voy contra la red. El
público grita enloquecido. Flor de
golazo, comentan los aficionados. Flor
de patada, pienso yo, dolorida, mientras me alzan para llevarme otra vez a la
mitad del campo.
117
¡Arriad
el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el
foque!, repite el segundo. ¡Orzad a
estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a
estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado
con el bauprés!, grita el capitán. ¡El
bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el
palo de mesana!, grita el capitán. ¡El
palo de mesana!, repite el segundo.
Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a
otro de la cubierta, desconcertados. Si
no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.
215
Compra
esta lámpara: puedo realizar todos los deseos de mi amo, dice secretamente el
genio al asombrado cliente del negocio de antigüedades, que se apresura a
obedecerlo sin saber que el genio ya tiene amo (el dueño del negocio) y un
deseo que cumplir (incrementar la venta de lámparas).
240
Los
hombres salen del saloon y se enfrentan en la calle polvorienta, bajo el sol
pesado, sus manos muy cerca de las pistoleras.
En el velocísimo instante de las armas, la cámara retrocede para mostrar
el equipo de filmación, pero ya es tarde: uno de los disparos ha alcanzado a un
espectador que muere silencioso en su butaca.
Ana María Shua
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