Con el
propósito de determinar una estética de afiliación a la emergencia de una
literatura nacional en el siglo XIX, se hará un recorrido por algunas obras
claves que surgieron a partir del período postrevolucionario. Se partirá desde
los trabajos de Esteban Echeverría como prototipo del romanticismo, el
“Facundo” de D. Sarmiento como folletín
antirosista, y finalmente trataremos
la obra de J. Hernández , “El gaucho
Martín Fierro” y su segunda parte.
Hacia una literatura nacional
Cuando
fue convocado para formar la primera cátedra de literatura argentina, el
profesor Ricardo Rojas tuvo que afrontar el desafío de especificar
primero a qué se podría llamar literatura argentina. Al principio comenzó por
considerar todo tipo de producción
literaria realizada en territorio argentino, pero rápidamente advierte que
Argentina no siempre estuvo constituida por el mismo territorio, que fue variando en relación a los conflictos
bélicos que daban a lugar cambios fronterizos, por lo cual este razonamiento se
tornaba inadmisible. Otros de los criterios que intentó seguir fue el de la
autoría, es decir considerar argentina a toda literatura producida por
argentinos, pero allí se topa con otra dificultad: ¿qué sucedería con aquellos
autores que deciden adoptar idiomas extranjeros para sus obras en lugar del
español?[1]
Si bien en este caso el idioma estaría operando como un factor de alejamiento, desde
el contenido se abordan temas de índole nacional. Finalmente la resolución al
conflicto llega con la introducción del concepto de “argentinidad”, con el que
define a todo aquello que desde la estética,
forma y contenido, hace a una obra argentina.
Quien desee ahondar este tema, ligeramente presentado aquí, puede leer “Orígenes”,
primera parte del primer tomo de su célebre “Historia de la literatura
argentina”, en este trabajo sólo ha servido de marco referencial a la
problemática que se abordará en los próximos apartados.
El joven Echeverría y el salón literario de 1837
Es
necesario comenzar por esclarecer brevemente cual era la situación política de
nuestro país tras la revolución que le dio la independencia y los hechos que acontecieron en los años
subsiguientes hasta la formación del círculo literario. Tras el congreso de
Tucumán, en 1816, surgen en nuestro país dos facetas enfrentadas, denominadas
“unitarios” unos y “federales” otros. Los unitarios tenían la vista en las
emergentes naciones europeas, buscaban importar fórmulas que habían sido
eficaces en aquellas tierras como: el libre cambio, la instrucción pública, el
sufragio universal. Los federales, con una tendencia más conservadora a las
tradiciones propias, renegaban del extranjero y se mostraban hostiles a
legislaciones que razonablemente cambiarían (como de hecho sucedió) su estilo
de vida. Sin ahondar demasiado en un terreno que cuya competencia concierne a
otra disciplina, quiero determinar, a fin de facilitar la comprensión de este
trabajo, algunos momentos claves: la renuncia del unitario Rivadavia (1827), el
fusilamiento de Manuel Dorrego -su gran rival en el congreso-por parte de Juan
Lavalle (1828), el triunfo del federal Juan Manuel de Rosas, la suma del poder
público y la consecuente tiranía (1835).
La
“Asociación de la Joven Argentina” llamada posteriormente “Asociación de Mayo”
contaba entre sus miembros a los porteños: Echeverría, Alberdi, Gutiérrez,
Vicente Fidel Lopez, y a los provincianos: Quiroga, Rosas, Sarmiento,
Abeastain, Cortínez, Villafañe y Marco Avellaneda. Serán ellos quienes desde
las letras emprendan la lucha contra Rosas, y en una primera instancia
reproducen el pintoresco modelo de los cenáculos franceses (recordemos donde
tenían puestos los ojos los unitarios) que funcionaba en la trastienda de la
librería de Don Marcos Sastre, pero a medida que el régimen se encrudece, estas
reuniones dejan de ser posibles, incluso la mayoría de las obras de este grupo fueron
producidas en el exilio.
La Cautiva y el Matadero
Dos
años después de regresar de Francia, donde el joven Echeverría había
procurádose algunas formaciones en artes, publica anónimamente Elvira o La novia del Plata, que es
considerada la primera obra romántica en lengua española, marcando un tendencia
estética que continuarán los de su grupo. La
Cautiva, su poema más reconocido, persigue también este modelo europeo heredado
de poetas como Victor Hugo o Lord Byron, con la salvedad que por primera vez es el
continente americano, más precisamente el desierto pampeano, el que se ve
reflejado en los versos del poema. La elección de esta estética romántica y
europeísta[2] no sólo respondía a los ideales de
civilización y progreso unitarios, sino que también se alejaba del modelo
hispánico, y por lo tanto respondía a los ideales de los héroes de la
independencia con los que el grupo se identificaba.
El
poema narra las peripecias de María, una mujer blanca cautiva que rescata a su
marido Brian (este a su vez había intentado rescatarla a ella), en su huída de
la tierra de salvajes. El desenlace del poema es trágico y al indio americano se lo muestra como un ser
vil, cruel y sanguinario, el enemigo de toda civilización. Esta visión también
la compartirá Hernandez como veremos más adelante.
Puede
considerarse en cambio, El Matadero, un cuento, género discursivo que todavía no
estaba para nada popularizado en nuestras tierras. Hay una anécdota acerca del
desconcierto de Gutierrez durante el
hallazgo de los manuscritos de Echeverría, llegando a considerar el cuento
completo como el borrador de un poema en construcción. La obra fue leída como
una metáfora de lo que acontecía en el país durante el régimen rosista, donde
un elegante unitario es prácticamente violado por la chusma enfurecida por el
solo hecho de montar en silla inglesa. Otra anécdota refiere a que el pulso de
Echeverría se mostraba tembloroso de furia en donde había narrado la escena
final de la obra. Los sectores populares están retratados casi como salvajes y
no escatima el autor en denunciar los adoctrinamientos bajados desde el poder
en gritos como “Viva la federación” o “ Mueran los salvajes y bárbaros
unitarios” por parte de los “bárbaros” trabajadores del matadero. Aunque se lo supone escrito entre el 38 y el
40 no vio la luz hasta mucho tiempo después[3],
así que al menos durante el gobierno del
Rosas fue una obra completamente estéril, a diferencia de la Amalia de Mármol o
el Facundo que , aunque escritas desde el exilio, agitaban los vientos para que
se produjese la ansiada caída del tirano.
Sarmiento, sombra terrible
Siguiendo
la estética romántica y continuando este proyecto de literatura iniciado por
Echeverría surge la figura de Domingo Faustino Sarmiento para combatir a Rosas
como nadie había podido hacerlo hasta entonces. Y no es para menos, la
habilidad prodigiosa[4]
del periodista sanjuanino era elogiada hasta por sus más acérrimos enemigos[5],
incluso especialistas de la actualidad como Ricardo Piglia lo compara en
grandeza con un escritor de la talla de Flaubert[6].
Dada
esta sucinta pero necesaria introducción, podríamos preguntarnos qué tipo de
libro es Facundo para luego continuar
con su análisis. ¿Se trata de la biografía de un caudillo? ¿Un panfleto político?
¿Una novela? ¿Un tratado de moral? Noe Jetrik ha abordado estas cuestiones en
su Muerte y Resurrección de “Facundo”
y expone: “Al romper esquemas preceptivos rígidos, intenta y consigue infundir
un tono y un sentido únicos a tan diversos cauces intelectuales, a tan peculiares
formas del pensamiento y de la expresión”
Justamente
la indeterminación en su clasificación literaria deriva directamente de estos
rasgos de originalidad formal. No obstante, esto sucede –según explica más
adelante- dadas las necesidades y las
circunstancias en las que iba entregando su trabajo, movido por la urgencia,
para ser publicado.
La obra está dividida en una introducción, donde se presenta y se esbozan los objetivos del panfleto, así como también la posición del autor ante un conflicto; una primera parte donde se dan detalles de las características geográficas de nuestro país además de una tipología de sus habitantes[7]; y finalmente una segunda parte que constituye la biografía del caudillo, totalmente aderezada para alcanzar el propósito por el cual fue concebida la obra: atacar a su enemigo Rosas y abrirse paso hacia la presidencia.
La obra está dividida en una introducción, donde se presenta y se esbozan los objetivos del panfleto, así como también la posición del autor ante un conflicto; una primera parte donde se dan detalles de las características geográficas de nuestro país además de una tipología de sus habitantes[7]; y finalmente una segunda parte que constituye la biografía del caudillo, totalmente aderezada para alcanzar el propósito por el cual fue concebida la obra: atacar a su enemigo Rosas y abrirse paso hacia la presidencia.
Hay un
trabajo[8]
donde se recopilan varias de las cartas escritas por Sarmiento hacia los
funcionarios del caudillo y sus respuestas. Es apabullante la agudeza ofensiva
del autor como también llama la atención la insuficiencia intelectual de sus contrincantes. En una carta
dirigida al general Ramirez fechada en 26 de mayo de 1848 finge ser su aliado y
más sincero amigo (además le insinúa que lo va apoyar en el caso de insurrección)
solamente considerando la posibilidad de que la correspondencia[9]
podría ser requisada, y de este modo, el general condenado.
Volviendo
a Facundo, es en el último capítulo,
“Barranca Yaco”, donde todavía da un paso más, dejando entrever la posibilidad
de que haya sido el propio Rosas el asesino intelectual de Quiroga, de Ortiz y
del inocente niño que los acompañaba.
La obra
fue publicada en 1845, tuvo una segunda edición en 1851 y continuó circulando
hasta que finalmente cayó Rosas en 1853. Claro que se necesitó también del
ejército de Urquiza[10]
para que esto sucediese.
El gaucho Martín Fierro, su recepción y su legado
La
mera mención del nombre Martín Fierro trae aparejado consigo calificaciones tales como:
“Obra máxima de la literatura argentina”. Algunos de sus versos han sido
repetidos hasta el hartazgo, y se puede
afirmar que prácticamente no hay
argentino que no conozca directa o indirectamente alguno. Cabe aclarar, tal lo
hace en su estudio preliminar Eduardo Romano, que en realidad esta denominación
genérica de “Martín Fierro” es un tanto abusiva, por lo que será necesario
diferenciar El gaucho Martín Fierro
(1872), del otro poema La vuelta de
Martín Fierro (1879) ya que se trata de obras con rasgos desiguales. El
primero da cuentas de los padecimientos que un gaucho trabajador, dueño de su
hacienda y con una familia tiene que tolerar, a causa del abuso de poder por
parte de los representantes de la ley de la nación que se está conformando. Tal
es así, que tras ser víctima de abusos en la frontera donde se vio obligado a
trabajar, perder hacienda y familia, asesinar a un hombre inocente, se vio
forzado al destierro, cruzar la frontera y convivir con los indios (visto desde
la óptica de Hernández como representantes de la barbarie[11]).
El discurso tiene tono confesional, el yo-lírico le habla directamente a un tú. En La vuelta, en cambio, encontramos una
obra totalmente adulterada. Tenemos a un gaucho más viejo, menos anárquico y
hasta arrepentido, payando para una audiencia en un lugar específico que es la
pulpería, contando sus experiencias, dando consejos y dejando que sus hijos, el
hijo del ahora ya fallecido Cruz y hasta el hermano del negro[12]
que matara en la primera parte hagan sus intromisiones para terminar de cerrar
lo que diez años antes -según la cronología de la obra- había empezado.
Martín
Fierro, más allá de su disposición
artística, es el ejemplo vivo de cómo tantas veces el valor de una obra
es determinado por su recepción. Nos interesa destacar, en primera instancia,
la lectura hecha por Miguel de Unamuno. No por considerarla superior a otras,
sino porque da cuentas de esta “lucha” de modelos estéticos que se propuso al
comienzo de este trabajo. El célebre autor español asegura que salvo un
“brevísimo glosario” puede ser leído y comprendido en todos los países de habla
hispana, (pues su léxico y sus modismos provienen de conquistadores y
colonizadores). Lo mismo corre para sus aspectos formales, semejante al
romancero, con la salvedad de llevarse a cabo en otro tiempo y espacio. Es que
en realidad, este modelo artístico ya había tenido su génesis en literaturas de
antaño como la de Bartolome Hidalgo, Ascasubi o Estanislao del Campo, solo que
el momento en que Hernández realiza su publicación las condiciones para la
recepción por parte de un público popular ya estaban dadas.
“El
Martín Fierro asimila y ensambla todas las formas fragmentarias de la tradición
payadoresca que vengo analizando. Por su técnica nada ha creado o introducido
en el género que no estuviese ya empleado en alguno de los poemas anteriores”[13]
De
hecho, puede decirse que el gaucho tal como es presentado por Hernandez no deja
de ser una invención inspirado –quizá- en las mencionadas literaturas. Es un
gaucho anacrónico, como el que pudo haber existido años atrás.
Otro
momento y otras lecturas que a su vez reafirma esta mencionada tradición
payadoresca, son las realizadas por Rojas y Lugones, en cierta forma –y
especialmente Lugones- hijos de los tiempos en que les tocó vivir. Un retrato
posible para acercarnos a la problemática es que realiza Adolfo Prieto[14].
Allí podemos observar cuales fueron las condiciones socioculturales durante los
procesos inmigratorios fomentados por las políticas nacionales de aquellos
tiempos, los planes de alfabetización masiva y la literatura folletinesca[15]
que surge para la masas. Para los grupos dirigentes de nativos, ese criollismo
pudo significar el modo de aproximación a su propia legitimidad y el rechazo al
extranjero. Para el habitante rural que se desplazaba a la ciudad una expresión de nostalgia de su
tierra idealizada, para el extranjero, una forma de asimilación cultural y por
la tanto, un modo de integrarse a la nueva tierra.
Lugones
que pertenecía a este primer grupo de nativos (que rechazaba al inmigrante)
propone una lectura de la obra como poema épico[16]
de nuestro pueblo, del mismo modo que la Iliada
lo fue para los griegos o la Eneida para
los romanos.
Un dato
curioso y complementario que cabe mencionar, fue la fundación de la primera
revista anárquica en el año 1905 por parte de Albero Ghiraldo. La publicación
se llamó “Martín Fierro” y el nombre fue escogido precisamente por los
atributos anárquicos del personaje. Es decir que mientras algunos lo leían como
el héroe nacionalista, otros resaltaban su desacato a la autoridad. Casi 20
años después llegaría la publicación literaria homónima fundada por Evar
Menéndez, momento en el que el criollismo ya había sido superado por las
vanguardias que llegaban de la Europa de la postguerra.
Para
finalizar, y cuyo descubrimiento ha sido fruto de la investigación que realicé
para escribir este trabajo, quiero mencionar el libro de Miguel D. Etchbarne: Juan Nadie, vida y muerte de un Compadre,[17] que valiéndose del modelo hernandiano y
de un lenguaje propio del guapo compadre narra la vida de un orillero, sus
amores y su muerte.
[1] Francia era la cuna de la
cultura europea donde tenían puestos los ojos los intelectuales argentinos.
Ricardo Rojas cita “Les Races Aryennes du Perou” de F. Lopez, “Les Origines
Argentines” de Roberto Leviluer y “Simplement” de Delfina Bunge de Galvez.
[2] Sin ir
demasiado lejos, al comienzo de El Matadero el autor manifiesta “tener muchas
razones” para no seguir el ejemplo de los antiguos historiadores españoles.
[3] En
la Revista del Río de la Plata (1871). Más tarde, Juan María Gutiérrez lo
incorpora a su edición de las Obras completas de Echeverría
(1870-1874).
[4] La pluma
de Sarmiento escribe con belleza incomparable. Nótese la función estética en su
prosa y la sonoridad lograda mediante el uso de figuras retóricas: “Allí, la
inmensidad por todas partes: inmensa las llanura, inmensos los bosques,
inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la
tierra entre los celajes y vapores (…)”
[5] En “La
Lectura Enemiga” puede leerse lo que Rosas decía de su enemigo: “Así se ataca, señores, a ver si alguno de
ustedes es capaz de defenderme del mismo modo”, claro está que esta anécdota la
contaba el propio Sarmiento.
[6] En el mismo trabajo Piglia dice
que Sarmiento y Flaubert son los dos escritores que mejor escriben en su
lengua, pero marca también la diferencia de que mientras Flaubert en su
laboratorio de formas emprende la quimérica busca de una obra sin contenido,
puramente formal, la panfletaria samientina tiene un propósito bien
definido.
[7] El
rastreador, el baqueano, el gaucho malo, el cantor. Es notable como la obra está dirigida en gran
parte a un lector europeo, por esto la necesidad del autor de realizar esta
rauda diferenciación. Sarmiento lleva su libro a Francia en su viaje. Por otra
parte nótese que la mayoría de los epílogos y citas en la obra corresponden a
autores franceses, los mismos que eran ponderados entre los intelectuales del
círculo de Echeverría.
[9] Los extensos epítetos que
aparecen en estas correspondencias son también un interesante objeto de
estudio, ya que van aumentando en cantidad y calidad según el enojo de los
agraviados. Transcribo algunos de los que me han parecido más interesantes:
inmundo, protervo, envilecido, traidor, infame, impío, rebelde despreciable,
salvaje, loco, logista.
[10] Rosas fue vencido en la batalla
de Caseros, pidió asilo al cónsul británico, y vivió los últimos años de su
vida en Southampon, Inglaterra, acompañado de su hija Manuelita. Desde allí,
escribía a Mitre diciéndole que lo que más le convenía a Buenos Aires era
separarse del resto del país y formar una nación independiente. Claro está, que
esta afirmación pudo haber sido una difamación de sus opositores.
[11] El retrato que hace del indio es
aun más vil y sanguinario que el presentado por Echeverría o Sarmiento. En una
de las escenas no solo asesinan a un niño delante de su madre cautiva, sino que
el indio asesino utiliza las tripas del cadáver para atar las muñecas de la blanca
prisionera.
[12] El hermano del negro se muestra
tan manso ante el asesino de su hermano que resulta incomprensible, Borges no
contento con este final escribió su cuento El
fín donde los acontecimientos cambian de curso.
[13] Rojas, R. La literatura argentina: ensayo filosófico sobre la evolución de la
cultura en el Plata.
[14] El
discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Sudamericana
(1988)
[15] Me refiero al “Moreirismo”
inagurado por Gutierrez, con varios puntos en común a la obra de Hernandez y
que da lugar a verdaderas bibliotecas criollas con decenas de títulos. De este criollismo
se nutrió el joven Borges, la pasión que despertara en él permanecerá a lo
largo de toda su vida, tal como lo confirman los cuentos publicados en el Informe de Brodie.
[16] Esta
lectura puede ampliarse consultando El
Payador, Lugones L., dejando
a un lado la carga ideológica, se trata de una lectura apasionante.
[17] El trabajo fue premiado por
Borges en un certamen nacional, pero solo alcanzo el tercer premio. No
obstante, en su conferencia Poesía y
Arrabal, el célebre autor insistió
en el valor artístico de este libro y recomendó su lectura.
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