El desentierro de la angelita, Mariana Enriquez


A mi abuela no le gustaba la lluvia y antes de que cayeran las primeras gotas, cuando el cielo se oscurecía, salía al patio del fondo con botellas y las enterraba hasta la mitad, todo el pico bajo tierra. Yo la seguía y le preguntaba abuela por qué no te gusta la lluvia por qué no te gusta. Pero ella, nada, evasiva, con la palita en la mano, frunciendo la nariz para oler la humedad en el aire. Si finalmente llovía, fuera garúa o tormenta, cerraba puertas y ventanas y subía el volumen del televisor hasta tapar el ruido de las gotas y el viento –el techo de su casa era de chapa–, y si el aguacero coincidía con su serie favorita, Combate, no había quien pudiera sacarle una palabra porque estaba perdidamente enamorada de Vic Morrow.

Yo adoraba la lluvia porque ablandaba la tierra seca y permitía que se desatara mi manía excavatoria. ¡Qué de pozos! Usaba la misma pala que la abuela, una muy chica, del tamaño que usaría un niño para jugar en la playa, pero de metal y madera, no de plástico. La tierra del fondo albergaba pedacitos de botellas de vidrio color verde, con los bordes tan lisos que ya no cortaban; piedras suaves que parecían cantos rodados o pequeñas rocas de playa, ¿por qué estarían en el fondo de mi casa? Alguien debía haberlas sepultado. Una vez encontré una piedra ovalada, del tamaño y color de una cucaracha, pero sin patas ni antenas. De un lado era lisa, del otro unas muescas formaban los claros rasgos de una cara sonriente. Se la mostré a mi papá, enloquecida porque creía encontrarme ante una reliquia, y me dijo que las marcas formaban un rostro de casualidad. Mi papá nunca se entusiasmaba. También encontré dados negros, con los puntos blancos ya casi invisibles. Encontré restos de vidrios esmerilados verde manzana y turquesa. Mi abuela se acordó de que habían sido parte de una puerta vieja. También jugaba con lombrices y las cortaba en pedacitos bien chiquitos. No me divertía ver el cuerpo dividido retorciéndose un poco para al final seguir adelante. Me parecía que si picaba bien a la lombriz, como a una cebolla, sin dejar contacto alguno entre los anillos, no iba a poder reconstruirse. Nunca me gustaron los bichos.

Encontré los huesos después de una tormenta que convirtió al cuadrado de tierra del fondo en una piscina de barro. Los guardé en el balde que usaba para llevar los tesoros hasta la pileta del patio, donde los lavaba. Se los mostré a papá. Dijo que eran huesos de pollo, o a lo mejor de bifes de lomo, o de alguna mascota muerta que debían haber enterrado hacía mucho. Perros o gatos. Insistía con lo de los pollos porque antes, en el fondo, cuando él era chico, mi abuela tenía un gallinero.

Parecía una explicación posible hasta que mi abuela se enteró de los huesitos y empezó a arrancarse los pelos y a gritar; la angelita la angelita. Pero el escándalo no duró mucho bajo la mirada de papá: él admitía las “supersticiones” (así las llamaba) de la abuela siempre y cuando no se desbordara. Ella le conocía el gesto de desaprobación y se tranquilizó a la fuerza. Me pidió los huesitos y se los di. Después me pidió que me fuera a la habitación a dormir. Yo me enojé un poco porque no entendía la causa de la penitencia.

Pero más tarde, esa misma noche, me llamó y me contó todo. Era la hermana número diez u once, mi abuela no estaba demasiado segura, en aquel entonces no se les prestaba tanta atención a los chicos. Se había muerto a los pocos meses de nacida, entre fiebres y diarrea. Como era angelita, la sentaron sobre una mesa adornada con flores, envuelta en un trapo rosa, apoyada en un almohadón. Le hicieron alitas de cartón para que subiera al cielo más rápido, y no le llenaron la boca de pétalos de flores rojas porque a la mamá, mi bisabuela, le impresionaba, le parecía sangre. Hubo baile y canto toda la noche, y hasta hubo que echar a un tío borracho y reanimar a mi bisabuela, que se desmayó por el llanto y el calor. Una rezadora india cantó trisagios, y lo único que les cobró fue unas empanadas.

–¿Eso fue acá, abuela?

–No, en Salavina, en Santiago. ¡Hacía un calor!

–Entonces no son los huesos de la nena, si se murió allá.

–Sí que son. Yo me los traje cuando vinimos para acá. No la quise dejar porque lloraba todas las noches, pobrecita. Si lloraba con nosotros cerquita, en la casa, ¡lo que iba a llorar sola, abandonada! Así que me la traje. Ya era huesitos nomás, la puse en una bolsa y la enterré acá en los fondos. Ni tu abuelo sabía. Ni tu bisabuela, nadie. Es que nomás yo la escuchaba llorar. Tu bisabuelo también, pero se hacía el tonto.

–¿Y acá llora la nena?

–Cuando llueve, nomás.

Después le pregunté a mi papá si la historia de la nena angelita era cierta, y él dijo que la abuela ya estaba muy grande y desvariaba. Muy convencido no parecía, o a lo mejor le resultaba incómoda la conversación. Después la abuela se murió, la casa se vendió, yo me fui a vivir sola sin marido ni hijos; mi papá se quedó con un departamento de Balvanera, y me olvidé de la angelita.

Hasta que apareció al lado de la cama, en mi departamento, diez años después, llorando, una noche de tormenta.

La angelita no parece un fantasma. Ni flota ni está pálida ni lleva vestido blanco. Está a medio pudrir y no habla. La primera vez que apareció creí que soñaba y traté de despertarme de la pesadilla; cuando no pude y empecé a entender que era real grité y lloré y me tapé con las sábanas, los ojos cerrados fuerte y las manos tapando los oídos para no escucharla –porque en ese momento no sabía que era muda–. Pero cuando salí de ahí abajo, unas cuantas horas después, la angelita seguía ahí con los restos de una manta vieja puesta sobre los hombros como un poncho. Señalaba con el dedo hacia afuera, hacia la ventana y la calle, y así me di cuenta de que era de día. Es raro ver un muerto de día. Le pregunté qué quería, pero como respuesta siguió señalando como en una película de terror.

Me levanté y salí corriendo hacia la cocina, a buscar los guantes que usaba para lavar los platos. La angelita me siguió. Apenas una primera muestra de su personalidad demandante. No me amedrentó. Con los guantes puestos la agarré del cogotito y apreté. No es muy coherente intentar ahorcar a un muerto, pero no se puede estar desesperado y ser razonable al mismo tiempo. No le provoqué ni una tos, nada más yo quedé con restos de carne en descomposición entre los dedos enguantados y a ella le quedó la tráquea a la vista.

Hasta ese momento no sabía que se trataba de Angelita, la hermana de mi abuela. Seguía cerrando los ojos bien fuerte a ver si ella desaparecía o yo me despertaba. Como no funcionaba le caminé alrededor y vi, en la espalda, colgando de los restos amarillentos de lo que ahora sé era la mortaja rosa, dos rudimentarias alitas de cartón con plumas de gallina pegoteadas. En tantos años tendrían que haber desaparecido, pensé y después me reí un poco histérica y me dije que tenía un bebé muerto en la cocina, que era mi tía abuela y que caminaba, aunque por el tamaño debía haber vivido apenas unos tres meses. Tenía que dejar definitivamente de pensar en términos de qué era posible y qué no.

Le pregunté si era mi tía abuela Angelita –como no habían hecho tiempo de anotarla con un nombre legal, eran otros tiempos, la llamaron siempre por ese nombre genérico–; así descubrí que no hablaba pero contestaba moviendo la cabeza. Entonces mi abuela decía la verdad, pensé, no eran del gallinero, eran los huesitos de su hermana los que desenterré cuando era chica.

Lo que quería Angelita era un misterio, porque más que mover la cabeza afirmativa o negativamente no hacía. Pero algo quería con suma urgencia, porque no sólo seguía señalando, sino que no me dejaba en paz. Me seguía por toda la casa. Me esperaba atrás de la cortina del baño cuando tomaba una ducha; se sentaba en el bidet cuando yo hacía pis o caca; se paraba al lado de la heladera cuando lavaba los platos y se sentaba al lado de la silla cuando yo trabajaba con la computadora.

Seguí haciendo mi vida normal durante la primera semana. Creía que a lo mejor se trataba de un pico de estrés con alucinación, y que se iría. Me pedí unos días en el trabajo, tomé pastillas para dormir. La angelita seguía ahí, esperando al lado de la cama a que me despertara. Algunos amigos me visitaron. Al principio no quise atender los mensajes ni abrirles la puerta pero, para no preocuparlos más, accedí a verlos aduciendo agotamiento mental. Ellos comprendieron, estuviste trabajando como una negra, me decían. Ninguno vio a la angelita. La primera vez que me visitó mi amiga Marina metí a la angelita en el placard, pero para mi terror y disgusto, se escapó y se sentó en el brazo del sillón, con esa fea cara podrida verdegrís. Marina ni se dio cuenta.

Poco después saqué a la angelita a la calle. Nada. Salvo ese señor que la miró de pasada y después se dio vuelta y la volvió a mirar y se le descompuso la cara, le debe haber bajado la presión; o la señora que directamente salió corriendo y casi la atropella el 45 en la calle Chacabuco. Alguna gente tenía que verla, eso me lo imaginaba, seguramente no mucha. Para evitarles el mal momento, cuando salíamos juntas –mejor dicho, cuando ella me seguía y a mí no me quedaba otra que dejarme acompañar– lo hacía con una especie de mochila para cargarla (es feo verla caminar, es tan chiquita, es antinatural). También le compré una venda tipo máscara para la cara, de las que se usan para tapar cicatrices de quemaduras. La gente ahora cuando la ve siente asco, pero también conmoción y pena. Ven a un bebé muy enfermo o muy lastimado, ya no a un bebé muerto.

Si me viera mi papá, pensaba, él que siempre se quejó de que iba a morirse sin nietos (y se murió sin nietos, yo lo decepcioné en esa y muchas otras cosas). Le compré juguetes para que se entretuviera, muñecas y dados de plástico y chupetes para que mordiera, pero nada parecía gustarle demasiado, y seguía con el dichoso dedo apuntando para el Sur –de eso me di cuenta, era siempre para el Sur– mañana, tarde y noche. Yo le hablaba y le preguntaba, pero ella no se podía comunicar bien.

Hasta que una mañana se apareció con una foto de mi casa de la infancia, la casa donde yo había encontrado sus huesitos en el patio del fondo. La sacó de la caja donde guardo las fotografías: un asco, dejó todas las otras manchadas de su piel podrida que se desprendía, húmedas y pringosas. Ahora señalaba la casa con el dedo, bien insistente. Querés ir ahí, le pregunté, y me dijo que sí. Le expliqué que la casa ya no era nuestra, que la habíamos vendido, y me dijo que sí otra vez.

La cargué en la mochila con su máscara puesta y nos tomamos el 15 hasta Avellaneda. Ella no mira por la ventana en los viajes, tampoco mira a la gente ni se entretiene con nada, le da a lo exterior la misma importancia que a los juguetes. La llevé sentada a upa para que estuviera cómoda, aunque no sé si es posible que esté incómoda o si eso significa algo para ella; ni siquiera sé qué siente. Solamente sé que no es mala, y que le tuve miedo al principio, pero hace rato que no.

Llegamos a la que fue mi casa a eso de las cuatro de la tarde. Como siempre en verano, había un olor pesado a Riachuelo y nafta sobre la avenida Mitre, mezclado con tufos de basura; en las esquinas, helados caídos de cucuruchos que dejaban el suelo pegoteado. Hay muchas heladerías sobre la avenida y mucha gente torpe. Cruzamos la plaza caminando, después pasamos por el Sanatorio Itoiz, donde se murió mi abuela, y finalmente rodeamos la cancha de Racing. Atrás estaba mi casa vieja, a dos cuadras de distancia del estadio. Pero ahora que estaba en la puerta, ¿qué hacer? ¿Pedirles a los dueños nuevos que me dejaran pasar? ¿Con qué pretexto? Ni lo había pensado. Claramente me estaba afectando la mente andar para todos lados con una niña muerta.

Angelita fue la que se encargó de la situación. No hacía falta entrar. Era posible asomarse al fondo por la medianera, eso era lo único que ella quería, ver el fondo. Espiamos las dos, ella en mis brazos –la medianera era más bien baja, debía estar mal hecha–. Ahí, donde solía estar el cuadrado de tierra, había una pileta de natación de plástico azul, empotrada en un hueco del suelo. Evidentemente habían levantado toda la tierra para hacer el hoyo, y con esa acción habían tirado los huesos de la angelita vaya a saber dónde, los habían revoleado, se habían perdido. Me dio lástima, pobrecita, y le dije que lo sentía mucho, que no podía solucionárselo; hasta le dije que lamentaba no haberlos desenterrado otra vez cuando la casa se vendió, para sepultarlos en algún lugar pacífico, o cerca de la familia si a ella le gustaba así. ¡Pero si tranquilamente podría haberlos puesto adentro de una caja o un florero, y llevarlos a casa! Estuve mal con ella y le pedí disculpas. Angelita dijo que sí. Entendí que las aceptaba. Le pregunté si ahora estaba tranquila y se iba a ir, si me iba a dejar sola. Me dijo que no. Bueno, contesté, y como la respuesta no me cayó muy bien, salí caminando rápido hasta la parada del 15 y la obligué a corretear atrás mío con sus pies descalzos que, de tan podridos, estaban dejando asomar los huesitos blancos.


Minidiccionario y algunas referencias más:


garúa (sust. fem.): lluvia muy fina que cae con persistencia.

aguacero (sust. masc.): lluvia violenta, abundante, repentina y de corta duración.

Combate: serie de televisión estadounidense, emitida entre 1962 y 1967 y protagonizada por el actor Vic Morrow.

canto rodado (sust. masc.): piedra lisa y redondeada a causa de la fuerza del agua.

muesca (sust. fem.): corte o concavidad que hay o se hace en una cosa para encajar otra o como señal.

reliquia (sust. fem.): parte del cuerpo o de la vestimenta de un santo que se venera como objeto de culto.

angelito/a (sust. masc. y fem.): cadáver de un/a niño/a arreglado para el velatorio.

Salavina: departamento de la provincia argentina de Santiago del Estero.

trisagio (sust. masc.): himno de la Iglesia católica en honor de la Santísima Trinidad.

desvariar (verbo): delirar; decir locuras, incoherencias o despropósitos.

amedrentar (verbo): infundir miedo, atemorizar.

tráquea (sust. fem.): conducto del sistema respiratorio, situado entre la laringe y los pulmones y bronquios.

mortaja (sust. fem.): vestidura con que se envuelve un cadáver para enterrarlo.

rudimentario/a (adj.): muy simple y elemental.

aducir (verbo): presentar pruebas o razones para demostrar o justificar algo.

pringoso/a (adj.): grasiento, pegajoso.

tufo (sust. masc.): olor fuerte y muy desagradable.

pretexto (sust. masc.): motivo que se usa como excusa para hacer algo o por no haberlo hecho.

medianera (sust. fem.): muro o pared que está en medio de dos casas o propiedades.


 


Para tener en cuenta:


El velorio del angelito


En algunas zonas de Hispanoamérica, se creía que, cuando fallecía un/a niño/a pequeño/a, su alma no estaba contaminada. Por lo tanto, podría ascender directamente al cielo y transmitir mensajes de los vivos. Para asegurar esto, se realizaba un ritual fúnebre de carácter festivo, con música, baile, comida y bebida. El cuerpo del/de la pequeño/a difunto/a era cuidadosamente preparado: se lo ponía en una mesa, decorada con flores e imágenes religiosas; se colocaban alas de papel en sus brazos y pétalos en su boca. Además, se contrataba a una rezadora (mujer encargada de rezar en los velorios). Nadie debía llorar, para no mojarle las alas al/a la angelito/a e impedir su vuelo. Este ritual todavía se realiza en algunas zonas rurales de Santiago del Estero.


 


Actividades


1. La narradora y su abuela tienen reacciones diferentes cuando llueve. ¿Cuáles son estas reacciones? ¿Qué actividades realiza cada una los días de lluvia?

2. ¿Por qué creés que a la narradora le gusta excavar? ¿Cómo pensás que se siente ante las cosas que encuentra?

3. a. Un día, la narradora desentierra unos huesos. ¿Qué explicación propone su padre?

b. ¿Cómo reacciona la abuela cuando se entera de los huesos? ¿Por qué? ¿Cuál es la historia que cuenta?

4. Los dos adultos que aparecen en esta parte (el padre y la abuela de la narradora) son un poco diferentes entre sí. Si bien no tenemos una descripción explícita de ellos, podemos imaginar cómo son a partir de lo que dicen y de cómo actúan. Marcá estas pistas en el texto y, luego, proponé por lo menos tres adjetivos o frases para caracterizar a cada uno.

5. ¿Cuál es la explicación de que a la abuela no le guste la lluvia?

6. ¿Cómo reacciona la narradora ante la aparición del pequeño fantasma?

7. El día que aparece, la angelita sigue a la narradora a la cocina, dando “una primera muestra de su personalidad demandante”. ¿En qué comportamientos se manifiesta más adelante esa personalidad?

8. Angelita no puede hablar. ¿Cuál creés que es el motivo? ¿Cómo logra comunicarse con la narradora?

9. Aunque la mayoría de las personas no perciben a la angelita, algunas sí pueden verla. ¿Cómo reaccionan quienes la ven?

10. A lo largo del relato se nos ofrece una descripción de la angelita. Marcá en el texto las palabras o frases

que muestran cómo es y cómo actúa el pequeño fantasma. Luego completá el siguiente cuadro:


Frase/s del cuento

¿Cómo es físicamente?

¿Cómo se comporta? ¿Qué actitudes tiene?

¿Qué cosas le interesan

y cuáles no?

¿Qué efectos o reacciones

provoca en quienes pueden verla?

 


11. El fantasma de la tía abuela muerta se instala a vivir con la narradora. ¿Cómo afecta su vida cotidiana esta presencia?

12. ¿Qué quería realmente la angelita? Explicalo. ¿Lo logra? ¿Por qué?

13. La narradora nos dice que, después de un tiempo, dejó de tenerle miedo al pequeño fantasma. ¿Qué te parece que siente? Señalá en el cuento los fragmentos que nos permiten imaginar estos sentimientos.

14. ¿Qué sensaciones te produce a vos este personaje?


 


Ahora, lee atentamente el siguiente texto:


El cuento por su autor


“El desentierro de la angelita” viene de algunos pocos recuerdos obsesivos, esos recuerdos-murmullo que, de tanto pensarlos, dejan de parecerse a lo que realmente pasó. Mi abuela tuvo una hermana que murió antes de cumplir dos años y que fue enterrada en el fondo de su casa. Esa niña muerta en el patio me daba miedo. Si mi abuela contaba que la niña lloraba de noche, bajo la tierra, no lo sé, al menos no lo sé con certeza; recuerdo que lo contaba, pero dudo de que el recuerdo sea cierto. Esa niña nunca fue velada como angelita, eso es seguro.

A mí me gustaba cavar en el pequeño cuadrado de tierra del fondo de mi casa en Lanús: encontraba vidrios y dados y huesos, sobre todo muchos huesos de pollo –al menos eso me decían–. Es posible que haya desenterrado a una vieja mascota de la familia o los huesos de los animales de mi abuelo, que improvisaba zoológicos (llegó a tener un venado y un pavo real en la casa). De todos los hallazgos, el que más recuerdo es una piedra negra parecida a un escarabajo que tenía una cara tallada y conservé mucho tiempo. No sé cuándo la perdí.

Las excavaciones y la niña muerta se unieron para este cuento que escribí como si me lo dictaran. No me gusta leer prosa en voz alta –ni escuchar leer, para el caso–, pero cuando alguien me pide que lo haga y yo accedo por buena educación, suelo elegir este cuento, porque hace reír a la gente. Me dicen que tiene humor negro, pero yo creo que se ríen de nerviosos. También es el favorito de los adolescentes, por eso confío en él. Cuando lo escribí no me sentí ensañada, pero ahora me doy cuenta de que el relato guarda una sonrisa cruel. Es uno de los pocos cuentos de fantasmas que haya escrito, y Angelita es un fantasma bastante atípico, que se esconde muy poco –un fantasma gore–.

Supongo que “El desentierro de la angelita” es un cuento sobre los fantasmas familiares y los muertos sin tumba y los restos humanos sin nombre. Pero también es un homenaje a los niños fantasma que alguna vez me asustaron: Catherine Earn-shaw y su mano helada en Cumbres borrascosas, Toshio con su boca abierta en la película Ju-On, los niños que se esconden bajo la capa del Fantasma de las Navidades Presentes de Dickens (Ignorancia y Necesidad creo que se llaman, “Ignorance” y “Want”), Tomás, el niño de la máscara que oculta un rostro deforme en El orfanato de J. A. Bayona y el terrible Gage de Cementerio de animales, de Stephen King, rey de los niños muertos.


Minidiccionario y algunas referencias más:


hallazgo (sust. masc.): descubrimiento.

humor negro (sust. masc.): el que busca provocar la risa a partir de situaciones trágicas o dramáticas.

ensañado/a (adj.): que se muestra cruel, provocando el mayor daño posible.

gore (adj., voz inglesa): género en el que abundan la violencia y la presencia de sangre.

Cumbres borrascosas: novela de la escritora británica Emily Jane Brontë (1818–1848), publicada en 1847, cuya protagonista es Catherine Earnshaw.

Ju–On: saga japonesa de películas de terror. Uno de los personajes principales es Toshio, un niño de seis años que, luego de ser asesinado, se convierte en un espíritu vengador.

Fantasma de las Navidades Presentes: personaje de la novela Canción de navidad, del escritor británico Charles Dickens (1812–1870).

El orfanato: película hispano–mexicana estrenada en 2007. Tomás es un niño fantasma que usa un saco en la cabeza para ocultar una deformidad.

Cementerio de animales: novela de terror del escritor estadounidense Stephen King, publicada en 1983. Gage es un niño que resucita tras ser enterrado en un cementerio indio.


Actividades


1. ¿Cómo surgió la escritura de este cuento? ¿A partir de qué recuerdos?

2. Releé el primer párrafo. ¿A qué te parece que se refiere Mariana Enriquez con la expresión “recuerdos–murmullo”?

3.


a. La autora cuenta que, cuando le piden leer algo en voz alta, elige “El desentierro de la angelita”. ¿Por qué? ¿Qué reacción dice que provoca en la gente?

b. Cuando leíste el cuento, ¿te produjo esa reacción? ¿Qué otros sentimientos pensás que puede generar?


4. ¿Por qué, según la autora, la angelita es un fantasma atípico? ¿Estás de acuerdo? ¿Es diferente de otros fantasmas que conocés?

5. Propuesta de escritura. Elegí un fantasma que conozcas y comparalo con la angelita, en aproximadamente quince renglones. Usá el siguiente modelo para planificar tu escritura:


• Primer párrafo, en el que introduzcas a ambos fantasmas: ¿en qué cuento, novela, leyenda, película, serie, etc., aparecen? ¿Cómo llegaron a ser fantasmas?


• Segundo párrafo, en el que los describas: ¿cómo es su aspecto físico? ¿Cómo actúan o se comportan? ¿Qué les gusta y/o desean?


• Tercer párrafo, en el que te refieras a los sentimientos o sensaciones que generan: ¿cómo reaccionan los personajes que pueden verlos? ¿Qué efecto pensás que provocan en los lectores o espectadores (por ejemplo, miedo, asco, pena, etc.)?


Otras Actividades


1. Después de leer el cuento, respondé estas preguntas. Te van a servir para profundizar tu lectura y darles

sentido a algunos detalles.


a) ¿Quién era la angelita? ¿Por qué la abuela se sobresaltó cuando aparecieron sus huesos?

b) ¿Qué evento tenebroso sucedió cuando la protagonista se mudó tras la muerte de su abuela?

c) ¿Cómo se veía el espectro?

d) ¿Por qué la angelita apuntaba con su dedo al sur? ¿A dónde deseaba volver?


2. Cuando la niña encontró los huesos y se los llevó, la reacción del padre fue muy distinta a la de la abuela. Explicá por qué.

3. Releé este fragmento con atención y luego respondé las preguntas:


“… mi abuela se enteró de los huesitos y empezó a arrancarse los pelos y a gritar: la angelita la angelita. Pero el escándalo no duró mucho bajo la mirada de papá: él admitía las “supersticiones” (así las llamaba) de la abuela siempre y cuando no se desbordara. Ella le conocía el gesto de desaprobación y se tranquilizó a la fuerza.”


a) ¿Por qué se escandalizó la abuela?

b) ¿Por qué el padre llama “supersticiones” a las creencias de la abuela?


Para ayudarte a contestar esta pregunta, te dejamos la siguiente definición:


Superstición: f. Propensión a la interpretación no racional de los acontecimientos y creencia en su carácter sobrenatural, arcano o sagrado: la superstición está ligada al pensamiento mágico.


4. Cuando la protagonista llegó a su antigua casa de la infancia con la Angelita a cuestas, pensó que claramente le estaba afectando la mente andar para todos lados con una niña muerta.


a) ¿Por qué lo pensaba?

b) ¿Para vos su mente estaba afectada? ¿Por qué?


5. Es momento de expresar lo que fuiste pensando y sintiendo durante la lectura.


¿Qué parte te resultó más inquietante? ¿Cuál más repugnante? ¿En algún momento sentiste ternura? ¿Te gustó el final? ¿Te sorprendió? ¿Con qué sensación te quedaste?


6. “El cuento por su autor” es una sección del diario argentino Página 12 donde grandes escritores comparten,

además de sus cuentos, detalles interesantes que los inspiraron a escribirlos. En febrero de 2012, Mariana Enríquez contó algunos recuerdos de su vida que influyeron en “El desentierro de la angelita”.


Luego de leerlo contesta:


Enríquez habla del “humor negro” que atraviesa “El desentierro de la angelita” y señala que este cuento despierta “una sonrisa cruel”. A vos, ¿te despertó esa sonrisa cruel? Contá por qué.


Otras Actividades


1. ¿Cuál es la relación entre la narradora y la abuela? ¿Qué intereses e inquietudes las unen?

2. ¿Cuál es la historia de la angelita? ¿Cómo es su comportamiento?

3. Analiza las siguientes frases y su importancia en el cuento:


a) “La angelita no parece un fantasma. Ni flota ni está pálida ni lleva vestido blanco.”

b) “Es raro ver a un muerto de día.”

c) “No es muy coherente intentar ahorcar a un muerto, pero no se puede estar desesperado y

ser razonable al mismo tiempo.”

d) “Poco después saqué a la angelita a la calle.”

e) “También le compré una venda tipo máscara para la cara, de las que se usan para tapar

cicatrices de quemaduras.”

f) “Le compré juguetes para que se entretuviera (…) pero nada parecía gustarle demasiado.”

g) “ (…) salí caminando rápido hasta la parada del 15 (…).”


4. ¿Cómo termina el cuento?

5. Según tu interpretación y opinión, ¿cómo es el terror que aparece en el cuento de Mariana

Enríquez? Explica, también, en tu comentario si te gustó (o no) el relato y por qué.


 


Otras Actividades


Actividades de relectura y escritura


1. Lee el cuento completo y anota en una hoja o en los márgenes que emociones o sentimientos te produce cada parte. Busca palabras variadas para expresar tus emociones: Por ejemplo: curiosidad, angustia, ansiedad, preocupación, duda, vacilación, temor, ternura, rechazo, odio, bronca, temor, desprecio, intriga, lástima, compasión, piedad, asco, etc

2. Relee el primer párrafo. Imagina y cuenta qué experiencia de juventud de la abuela pudo hacer que odiara la lluvia.

3. Relee el segundo párrafo. Imagina y cuenta la historia de cada objeto encontrado por la narradora en el fondo de su casa:


a) Pedacitos de botellas de vidrio.

b) Piedras suaves que parecían cantos rodados.

c) Piedra ovalada del tamaño y color de una cucaracha con muescas en forma de cara sonriente.

d) Dados negros con los puntos casi invisibles.

e) Restos de vidrios esmerilados de una puerta vieja.


4. Imagina la personalidad del padre y narra por qué nunca se entusiasma con nada ni cree en las “supersticiones” de la abuela.

5. Inventa otra historia con la protagonista que corta a las lombrices como cebolla y dice que nunca le gustaron los bichos.

6. Al ir releyendo este cuento, vemos que su potencia radica en el hecho de que, detrás de lo que nos cuenta hay muchas otras historias interesantes que no se nos cuentan, que apenas nos son sugeridas. Cuenta a tu manera una, varias o todas las partes no contadas:


a) Lo que pasó, lo que sintió la bisabuela y la abuela niña el día del entierro de la Angelita bebé en Santiago.

b) Un día en que la abuela nena escuchó llorar a su hermanita muerta en Santiago.

c) El día que la abuela se tuvo que mudar y trajo los huesos de su hermanita y los enterró en el fondo.

d) El día que la abuela murió y el padre y la narradora se fueron de la casa (elegir si contarlo desde la visión de alguno de estos personajes o desde la Angelita).


7. Describe a la narradora protagonista desde la visión de la Angelita. Cuenta cómo se habrá sentido la muerta cuando la viva la ahorcó con los guantes de goma y no la reconocía.

8. ¿Qué te pareció el final? ¿Conoces otras historias de fantasmas parecidas a esta? ¿Todas terminan con el fantasma eliminado? ¿Cómo habrá seguido la vida de la narradora a partir del regreso a su departamento sin lograr lo que quería la Angelita?


Otras Actividades


1) Teniendo en cuenta las características del género fantástico, determiná cuál es el hecho sobrenatural expresado en este cuento.

2) El personaje de la angelita tiene en un principio un objetivo, pero al finalizar la historia cambia de idea. ¿Qué es lo que realmente termina haciendo este personaje?

3) La autora cuenta que esta historia la elabora debido a experiencias personales que le ocurrieron y le dieron miedo de pequeña. Extraé ejemplos de esas marcas textuales.

4) Actividad de cierre: El miedo que provoca un relato fantástico parte del terror que causa la falta de explicación natural ante un determinado fenómeno. Leé el siguiente texto y mencioná dos características que se aprecien en el cuento de Mariana Enríquez.


Ana María Barrenechea define a la literatura fantástica como «la que presenta en forma de problemas hechos anormales, no naturales o irreales en contraste con hechos reales, normales o naturales». Lo fantástico surge siempre por oposición con lo real y cotidiano, lo conocido y representativo de nuestro mundo. Lo sobrenatural, aparece como una ruptura del orden natural transformando la percepción del mundo de los personajes e incluso a ellos mismos, si es que logran salir ilesos de la experiencia. Se descubre que existe otro mundo regido por leyes que desconocemos totalmente.

Tanto el personaje como el lector se sumergen en una experiencia inolvidable y perturbadora. El equilibrio y la contención que impone una narración breve permiten moderar hábilmente la tensión; el lector es conducido por medio de una técnica depurada que basa su eficacia en la creación de una atmósfera fascinante, gracias a los mecanismos psicológicos que convierten lo tenebroso en un objeto de placer estético.

La descripción tiene un papel fundamental en el género de terror. La atmósfera, los personajes, los espacios, la situación, deben ser descritos con minuciosidad; los autores no ahorran detalles en estas descripciones, conscientes de su importancia en la narración. Para conseguir el impacto deseado, hacen una selección del léxico más adecuado, especialmente de la adjetivación que complemente la atmósfera que va surgiendo de las páginas.

Esta selección del material narrativo acrecienta de manera gradual la tensión, que acostumbra a alcanzar su clímax al final de la narración. El lenguaje es una mezcla de poesía y narrativa.

Una de las características del cuento de terror es que puede mantener un ambiente de suspenso con mayor facilidad y firmeza que una narración extensa. El suspenso es un elemento esencial para la literatura fantástica, Poe considera que todos los incidentes deben confluir en él; todo debe estar dispuesto para la sorpresa final… 


CONTEXTO:

Página/12 :: Verano12 :: El desentierro de la angelita (pagina12.com.ar)

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