Gatos divinos y la cultura egipcia

 En el Antiguo Egipto, los gatos eran considerados criaturas divinas y ocupaban un papel central en la vida religiosa y cotidiana. Bastet, la diosa con cabeza felina, era adorada como protectora del hogar, guardiana de las mujeres y símbolo de fertilidad y armonía. Se creía que su presencia mantenía alejados a los malos espíritus y aseguraba la prosperidad familiar. En la ciudad de Bubastis, los templos dedicados a ella recibían ofrendas constantes, y cada año se celebraban festivales multitudinarios en su honor.

La relación de los egipcios con los gatos no se limitaba a lo simbólico. Estos animales, además de ser guardianes espirituales, cumplían una función práctica esencial: protegían los graneros de los roedores y preservaban el alimento de toda la comunidad. Este beneficio tangible reforzaba la percepción de que los felinos eran enviados por los dioses para mantener el equilibrio entre la naturaleza y la sociedad.

El respeto hacia ellos era tan grande que herir a un gato estaba penado por la ley. Heródoto relata que, si un gato moría, incluso de manera accidental, las familias guardaban luto, a veces afeitándose las cejas en señal de duelo. Algunos animales eran momificados y enterrados con honores, como si se tratara de personas. Esta práctica revela hasta qué punto los egipcios veían en los gatos no simples mascotas, sino compañeros espirituales con un lugar propio en el más allá.

Esa sensibilidad, aunque surgida hace miles de años, no ha perdido vigencia. Hoy, los rescatistas que recogen a un cachorro abandonado, alimentan a un gato callejero o curan a un animal herido, continúan, de otra manera, aquel antiguo culto a Bastet. La empatía hacia los seres vivos constituye un acto de civilización: una forma de medir la grandeza de una sociedad no solo por sus templos y conquistas, sino también por el cuidado que brinda a los más vulnerables.

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