La cosmovisión trágica proviene de la antigüedad griega y sostiene que la vida humana está marcada por la inevitabilidad del destino. Los héroes trágicos se enfrentan a fuerzas que los superan, ya sean los dioses, el azar o su propia condición humana. La tragedia muestra que, por más que intenten resistirse, siempre llega el desenlace fatal. Lo característico no es solamente la muerte del héroe, sino el proceso de lucha, de dolor y de reconocimiento que atraviesa antes de caer.
En la tragedia griega encontramos conceptos esenciales. La hibris es la desmesura del héroe, su exceso de orgullo o de ambición que lo lleva a desafiar los límites impuestos por los dioses. La anagnórisis es el momento del reconocimiento, cuando el personaje comprende su error y descubre la verdad de su situación. Y la catarsis es la purificación que experimenta el público, que a través del sufrimiento del héroe reflexiona sobre su propia condición humana.
William Shakespeare, dramaturgo del Renacimiento inglés, hereda esa visión trágica pero la transforma. Sus personajes ya no dependen exclusivamente de la voluntad divina, sino de sus pasiones y de sus decisiones. En Hamlet, el príncipe queda paralizado por la duda, incapaz de decidir entre la venganza y la justicia, y esa indecisión lo conduce a la ruina. En Macbeth, la ambición es tan poderosa que lo empuja a asesinar al rey y, más tarde, a perder la razón en medio de la culpa y la desconfianza. En Otelo, los celos y la manipulación de Yago destruyen su amor y lo llevan al crimen más terrible: matar a quien amaba con todo su corazón.
Lo trágico en Shakespeare no es solamente un destino exterior que aplasta al héroe, sino la mezcla entre lo inevitable y las pasiones humanas. Sus personajes son libres de elegir, pero esa libertad se convierte en su condena, porque los errores, las debilidades y las pasiones los dominan. En esa tensión entre libertad y destino, entre grandeza y fragilidad, Shakespeare logra que la tragedia siga viva y actual, mostrando que el ser humano, en cualquier época, puede ser arrastrado por fuerzas que lo superan.
De este modo, la cosmovisión trágica no es un simple tema literario, sino una forma de comprender la existencia: todos estamos expuestos a la caída, y en ese límite se revela lo más profundo del alma humana.
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