I. La playa de los vencidos
El mar golpeaba con su ritmo implacable las costas de Tracia, indiferente a la desgracia humana. Allí, sobre la arena ennegrecida por el humo de la ciudad recién arrasada, los vencedores griegos reunieron a las mujeres de Troya. Ya no eran reinas, sacerdotisas o esposas, sino botín de guerra. Atadas, cubiertas de polvo y ceniza, aguardaban la decisión de sus dueños.
En medio de ellas se erguía Hécuba, antaño la orgullosa esposa de Príamo. Sus cabellos, que habían conocido la púrpura de los tronos, ahora estaban enmarañados de ceniza. Sus ojos habían llorado hasta secarse, y en su rostro se leía el peso de cincuenta partos y cincuenta duelos. “La que fue madre de una nación entera se encontraba reducida a esclava de nadie”, pensaban algunos. Y sin embargo, en su silencio había algo más fuerte que el llanto: una dignidad que ni las lanzas ni las cadenas podían quebrar.
II. El reparto del botín
Los jefes griegos, henchidos de gloria, trataban a las troyanas como si fueran monedas de oro a repartir. Agamenón, arrogante, reclamó para sí a Casandra, hija de Hécuba, la virgen consagrada a Apolo. Ella, con la frente en alto y los labios encendidos por la fiebre de la profecía, gritaba que nuevas desgracias caerían sobre la casa del Atrida. Nadie la escuchó: “¿Quién cree en la voz de una esclava delirante?”, murmuraban los guerreros.
Andrómaca, la fiel esposa de Héctor, era objeto de disputas. Su belleza intacta despertaba la codicia de Neoptólemo, el hijo del asesino de su esposo. La mujer bajaba la cabeza, pero su cuerpo entero temblaba al pensar en el destino que la aguardaba. “Me arrebataron al esposo, me robarán al hijo, y yo debo seguir respirando”, pensaba mientras abrazaba con fuerza al pequeño Astianacte.
Hécuba observaba en silencio el espectáculo, y cada reparto era una nueva puñalada: no eran prisioneras, eran sus hijas, sus nueras, sus nietos. El banquete de los griegos era la carnicería de su sangre.
III. La muerte de Astianacte
El decreto llegó como un trueno: el hijo de Héctor debía morir. Los griegos temían que un día el niño creciera y levantara contra ellos la espada de su padre. Ningún futuro debía brotar de la estirpe de los troyanos.
Andrómaca gritó, se aferró al niño como si sus brazos fueran murallas más altas que las de Troya. Los soldados la arrancaron de su lado. El pequeño, inocente, extendía las manos hacia su madre. Los vencedores lo llevaron hasta las murallas, y desde allí lo arrojaron. El cuerpo frágil se estrelló contra las piedras. “Así mueren los futuros héroes antes de aprender a hablar”, dijo uno de los aqueos con sonrisa cruel.
El grito de Andrómaca desgarró el aire. Hécuba cayó de rodillas, golpeando la arena. No había dios que respondiera. “¿Dónde están, Zeus, Apolo, Atenea, que permitís esto?”, clamó la anciana. El mar devolvió como único eco un rugido indiferente.
IV. El descubrimiento de Polidoro
Aquel horror aún ardía en su corazón cuando llegó la noticia que completaría su desgracia. Polidoro, el menor de sus hijos, había sido confiado al rey tracio Poliméstor junto con un tesoro de oro, para que lo protegiera en caso de que Troya cayera. Pero la codicia pudo más que la lealtad: Poliméstor asesinó al niño y arrojó su cuerpo al mar para quedarse con el oro.
Cuando el cadáver fue hallado en la playa, las mujeres cubrieron el rostro de Hécuba. Ella, en silencio, tocó la piel helada de su hijo y supo que ya no quedaba nada: ni esposo, ni patria, ni descendencia. “He parido hijos para que el mar los devore y los hombres los despedacen”, dijo con voz hueca. En su interior, el dolor se convirtió en piedra, y la piedra en furia.
V. La venganza contra Poliméstor
Hécuba fingió obediencia, fingió sumisión, y pidió ver al rey tracio. Lo atrajo con promesas de oro aún oculto y de secretos que solo ella conocía. Cuando él se presentó, confiado, fue rodeado por las esclavas. La anciana, con fuerza que no parecía humana, lo derribó y gritó: “Mataste a mi hijo por codicia, ahora yo mataré tu luz”.
Con sus manos temblorosas, guiadas por la furia, arrancó los ojos de Poliméstor. La sangre brotó como torrente, y el rey ciego aulló en la arena mientras las esclavas lo sujetaban. La playa entera resonó con sus gritos, pero para Hécuba fue música: la primera justicia en medio de tanto crimen. El verdugo había sido vencido por la madre.
VI. La metamorfosis de Hécuba
Después de aquel acto, los griegos se apartaron de ella con espanto. Ya no era una anciana derrotada, sino una fiera consagrada a la venganza. Algunos afirmaron que los dioses, incapaces de soportar tanto dolor humano, la transformaron en perra: que su cuerpo se encorvó, que de su garganta brotó un aullido eterno, y que sus ojos se llenaron de fuego animal.
Otros decían que Hécuba no murió nunca, que su voz se mezcló con los vientos del mar Egeo, y que cada vez que una madre llora por un hijo perdido, el eco es el lamento de la reina de Troya.
Sea como sea, su tragedia quedó grabada en la memoria de los hombres como ejemplo del dolor de los vencidos. Porque la ruina de Troya no terminó con la caída de las murallas, sino con el llanto de sus mujeres, y en ese llanto, Hécuba fue la más grande de todas.
Preguntas
-
¿Cómo se presenta a Hécuba en la playa tras la caída de Troya y qué simboliza su figura en ese contexto?
-
¿Qué destinos reciben Casandra y Andrómaca, y cómo reflejan la condición de las mujeres troyanas vencidas?
-
¿Qué significa la muerte de Astianacte dentro de la lógica de los vencedores y cómo es representada en la tragedia?
-
¿De qué manera reacciona Hécuba al descubrir la traición de Poliméstor y cómo convierte su dolor en venganza?
-
¿Qué simboliza la metamorfosis final de Hécuba y cómo se relaciona con el tema del sufrimiento de los vencidos?
Respuestas
-
Hécuba es descrita como “una estatua erosionada por el dolor, con el porte de una reina y el destino de una esclava”. Su figura concentra la ruina de Troya y simboliza la resistencia silenciosa frente a la humillación. Aun sin hijos ni patria, conserva una dignidad que la convierte en emblema del sufrimiento de los vencidos.
-
Casandra, entregada a Agamenón, representa el destino de la profetisa condenada a decir verdades que nadie cree: “sus labios ardían con la llama de Apolo, pero los griegos la tomaban por delirante”. Andrómaca, reducida a esclava y despojada de su hijo, encarna la brutalidad de los vencedores. Ambas muestran cómo las mujeres se convierten en botín, “arrancadas de su rol de esposas y madres para ser convertidas en trofeos de guerra”.
-
La muerte de Astianacte, arrojado desde las murallas, significa la aniquilación de cualquier futuro para Troya. En palabras de los griegos, “ningún brote de Troya debe sobrevivir”. Este acto no es solo militar, sino genocida: convierte la guerra en exterminio, y su crudeza lo hace uno de los momentos más desgarradores de la tragedia.
-
Ante la traición de Poliméstor, Hécuba deja de ser víctima pasiva. Su grito: “Mataste a mi hijo por codicia, ahora yo mataré tu luz”, marca el paso de madre doliente a vengadora. Al arrancarle los ojos al rey tracio, convierte su dolor en justicia sangrienta, demostrando que incluso una esclava anciana puede aterrorizar a los poderosos.
-
La metamorfosis final de Hécuba simboliza la deshumanización que provoca el dolor extremo. Convertida en perra o en voz errante junto al mar, encarna la transformación del sufrimiento en lamento eterno. Para los griegos, su destino es una advertencia: “el grito de los vencidos nunca se extingue, sino que permanece como eco en la memoria de los hombres”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario