El capítulo 116 de Rayuela representa el punto más explícito de la reflexión estética de la novela. Aquí, Morelli, alter ego teórico de Cortázar, pone en palabras la revolución narrativa que la obra ensaya desde el inicio: una literatura que rompa con las formas “hedónicas”, “premasticadas” y “psicológicas” de la novela tradicional.
El epígrafe de Georges Bataille ya introduce el tono del pasaje: “Il souffrait d’avoir introduit des figures décharnées, qui se déplaçaient dans un monde dément…”. Es decir, “sufría por haber introducido figuras descarnadas que se movían en un mundo demente”. Esa “descarne” es clave: Morelli también busca despojar a la literatura de toda grasa retórica, de toda ilusión complaciente. El escritor, dice, “sufre de a ratos, pero es la única salida decente”. Escribir, entonces, no es un placer sino una exigencia moral, una lucha contra la comodidad estética.
De allí su rechazo a las “novelas hedónicas, premasticadas, con psicologías”. El arte no debe ofrecerle al lector una experiencia digerida, sino obligarlo a ver. De hecho, Morelli invoca el ideal rimbaudiano del voyant: el escritor como vidente, no como voyeur. La distinción es profunda: el voyeur observa desde fuera; el voyant se lanza a la visión interior, arriesga su propia identidad.
Por eso propone “sentir la narración como sentiríamos el yeso que vertemos sobre un rostro para hacerle una mascarilla”. La imagen es brutal y exacta: el arte no consiste en adornar la realidad, sino en capturar su forma viva, aunque duela. Y ese rostro, aclara Morelli, “debería ser el nuestro”. Es decir, el escritor no debe narrar sobre otros, sino revelar su propia verdad a través del acto de creación.
La referencia a Manet y la Edad Media permite ampliar el argumento. Según Morelli, los artistas verdaderamente modernos no son los que buscan representar la realidad externa, sino los que crean figuras, signos cargados de sentido trascendente. “Error de postular un tiempo histórico absoluto”, dice. Los artistas auténticos habitan “otro tiempo”, un tiempo interior donde “todo accede a la condición de figura”.
En ese sentido, Cortázar-Morelli plantea que el arte genuino trasciende la cronología y se convierte en un medio para orientar al hombre hacia su sentido último: “una trascendencia en cuyo término está esperando el hombre”. El arte, entonces, no representa: revela. No imita la vida: la crea de nuevo.
Preguntas
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¿Por qué Morelli rechaza la “novela hedónica” y qué tipo de escritura propone en su lugar?
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¿Qué significa para Morelli que el arte deba ser “una máscara del propio rostro”?
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¿Cómo entiende Morelli la relación entre modernidad, tiempo y trascendencia en la creación artística?
Respuestas
1. ¿Por qué Morelli rechaza la “novela hedónica” y qué tipo de escritura propone en su lugar?
Morelli condena la “novela hedónica” porque la considera un producto de consumo, un objeto literario que busca agradar en lugar de despertar. Cuando dice “Basta de novelas hedónicas, premasticadas, con psicologías”, critica una literatura que pretende explicar al hombre a través de fórmulas psicológicas o argumentos complacientes. Para él, esa literatura convierte al lector en un espectador pasivo, en un simple consumidor de historias.
En cambio, propone una escritura de riesgo, en la que el escritor se “tienda al máximo, sea voyant como quería Rimbaud”. El verbo “tenderse” implica un esfuerzo, una tensión espiritual y moral. Ser voyant —vidente— es alcanzar una lucidez que nace del sufrimiento, no de la técnica. De ahí que afirme: “Se sufre de a ratos, pero es la única salida decente”.
La novela, entonces, debe ser un acto de conocimiento, no un entretenimiento. Morelli busca una literatura que rompa con los moldes narrativos, que no describa sino que revele. El arte, para él, es una forma de exploración interior, una búsqueda de sentido que no se acomoda al gusto del lector. Cortázar, a través de Morelli, exige un lector activo, dispuesto a participar en la creación del significado.
2. ¿Qué significa para Morelli que el arte deba ser “una máscara del propio rostro”?
Cuando Morelli dice: “Tal vez renunciando al supuesto de que una narración es una obra de arte. Sentirla como sentiríamos el yeso que vertemos sobre un rostro para hacerle una mascarilla. Pero el rostro debería ser el nuestro”, está planteando que la creación artística debe implicar una exposición personal.
El arte, en esta visión, no es un artificio, sino una forma de autorrevelación. El yeso que se endurece sobre la piel simboliza el proceso doloroso de enfrentarse con uno mismo. La máscara no oculta, sino que conserva la huella de lo auténtico. Así, Morelli rechaza las “técnicas descriptivas” o las “novelas del comportamiento”, porque en ellas el autor se disfraza detrás de una historia externa.
La narración, por el contrario, debería ser un espejo donde el escritor se reconozca. Cortázar, a través de Morelli, propone una literatura que funcione como una exploración del ser. Esa máscara del propio rostro es una metáfora de la autenticidad artística: el escritor no puede representar el mundo si antes no se representa —o se enfrenta— a sí mismo.
3. ¿Cómo entiende Morelli la relación entre modernidad, tiempo y trascendencia en la creación artística?
En el último tramo del capítulo, Morelli discute la idea de que el arte moderno deba ser “moderno” en sentido cronológico. “Error de postular un tiempo histórico absoluto”, advierte, y propone en cambio la existencia de “tiempos diferentes aunque paralelos”. De este modo, un artista contemporáneo puede compartir el mismo “tiempo interior” que un pintor medieval: ambos habitan el ámbito de lo trascendente.
Morelli cita a Lionello Venturi sobre Manet: en su intento de representar la realidad, el pintor terminó devolviendo el arte a su función simbólica. Lo que importa, entonces, no es la fidelidad al mundo externo, sino la capacidad de crear figuras —no imágenes, dice— que señalen un sentido más allá de lo visible.
Así, el artista verdadero no se somete al “tiempo superficial de su época”, sino que actúa “desde ese otro tiempo donde todo vale como signo y no como tema de descripción”. Ese es el tiempo del arte auténtico, el que orienta al hombre “hacia una trascendencia en cuyo término está esperando el hombre”. La modernidad de Morelli, por tanto, no consiste en ser contemporáneo, sino en ser consciente del misterio.
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