La inteligibilidad narrativa, de Iván Almeida

Iván Almeida, en Seminario Internacional. Comunicación, discursos, semióticas UNR Editora, Rosario, 1993.

Un relato, además de ser un hecho del lenguaje ofrecido al análisis es, en sí mismo, una interpretación, un análisis del mundo.
Y el plurisemantismo y la declinación temporal de sus figuras, no es un simple hecho de lenguaje, sino una dimensión de la experiencia cognoscitiva.
En otras palabras, las figuras narrativas, antes de constituir paquetes lingüísticos, nacen como forma primordial de la experiencia. La experiencia humana, entonces, sería, antes que nada, de naturaleza narrativa y el relato sería la forma en que dicha experiencia llega a la inteligibilidad.
Abordar esa inteligibilidad narrativa es otra forma de preguntarse ¿Por qué hay relatos?.
Una primera respuesta es que “se cuentan historias para pasar el tiempo”.
Pero, ¿qué significa ese “pasatiempo” que, generosa, nos prodiga la narratividad?
Para entender la respuesta, será preciso que hagamos la distinción entre dos tipos de temporalidades.
El tiempo de nuestra historia vivida en primer grado es una temporalidad abierta, por la imposibilidad de situarnos en un principio o fin absolutos.
En esta primera temporalidad, el tiempo existe como pasado, presente y futuro.
La segunda temporalidad, cerrada, está constituida por las categorías del antes y el después, y es la del tiempo de la narratividad, que en cierto modo se absolutiza.
Sin embargo, desde el momento en que esa temporalidad cerrada y absoluta de la narratividad es relatada se nos aparece igualmente como una forma de “pasar” la temporalidad primera, como un discurso que avanza convirtiendo el futuro en pasado. Esa posibilidad de “pasar” el tiempo abierto incorporándole burbujas de temporalidad cerrada se comprende mejor con la noción de intervalo, que, al dilatar los instantes como si fueran unidades completas, permiten el análisis de la historia.
Ahora bien, considerando que el momento presente se ve siempre asistido por la memoria de un pasado y la espera de un futuro, advertimos que toda experiencia presente hace entrar en funcionamiento la memoria y la expectativa. Pero dado que es el pasado el que "descontrae" y el futuro el que produce tensión, la narratividad dilata la tensión del futuro en la evocación de historias que ya han acabado. Eso es lo que puede significar la expresión “narrar para pasar el tiempo”.
Dando un paso adelante, concluimos en que la dilatación del instante en la memoria produce las “figuras” que no son un efecto de lenguaje sino una condición de la temporalidad narrativa.
La evocación
Para demostrar que figura y temporalidad pertenecen al mismo registro del conocimiento, no olvidemos que existe la “semiótica del mundo natural”. En el sentido de Peirce, todo lo que nos es dado a conocer, lo conocemos como algo que nos envía (que evoca) a otras cosas, a algo diferente. Si el discurso narrativo convoca significados y referentes, los objetos que constituyen ese referente son elementos de una “evocación”. Y eso es lo que constituye la figura.
Tomemos ahora el camino que va de la noción de evocación a la de figura. Para ello, comencemos interrogando el “cómo” del proceso de evocación que nos muestra que conocemos reconociendo, es decir que conocemos una cosa permitiéndole evocar otra. Así vemos que la matriz de significaciones nace de la naturaleza temporal de la experiencia cognoscitiva que lleva siempre un ingrediente de memoria y de proyecto.
Y es eso la figura: una serie de recorridos de evocación que me ofrece cada objeto que conozco. Y de la figura como modo de conocimiento, nace el relato como forma de discurso.
Así, por ejemplo, si introduzco en un relato un automóvil entro en el mundo de los valores determinados por la figura del automóvil sin los cuales el automóvil mismo no podría ser pensado.
Un relato es, pues, un ordenamiento de recorridos figurativos, y los recorridos figurativos son la expansión temporal de una figura, que nace de la forma temporalizada del conocimiento que hace coexistir memoria, visión y proyecto en una misma experiencia. Así, hay temporalidad narrativa porque hay figura, hay figura porque hay evocación y hay evocación porque hay temporalidad cognoscitiva.
Lo posible
Nuestro privilegio de lectores es el de conocer el fin de una historia aunque no conocemos el fin de nuestro propio tiempo como hombres. (En cada encrucijada tomamos solo una dirección de las tantas posibles e ignoramos cómo hubiera continuado nuestra existencia)
En cambio, la narratividad existe para darnos a habitar posibles de existencia que ya no son nuestros, definiendo el sentido de lo posible como la facultad de pensar todo lo que igualmente podría ser y de no acordar más importancia a lo que es que a lo que no es. La categoría de lo posible se instala en el relato no como lo que se opone abiertamente a lo real, ni como lo que se encamina hacia lo real, sino como eso que lo difiere bajo la forma de un “así, pero todavía no”. Si concebimos la realidad como el conjunto de la existencia y la no existencia, la existencia no agota la realidad. De hecho, la existencia pragmática es siempre un ejercicio de reducción: la idea que se tiene corrientemente de realidad es un adelgazamiento abstracto de la figura.
Conciliar y diferir
La lógica del antes y el después del relato permite delinear el itinerario de la identidad de las cosas. Pero esa lógica no solo muestra la emancipación de la identidad. También posee una virtud conciliadora. Porque a través de ella los contrarios no se excluyen, sino que conviven polemizando. El relato pone a los opuestos en tensión transformadora, les concilia difiriéndolos, estableciendo la distancia espacio-temporal que los liga separándolos. El discurso que toma a cargo la diferencia es conciliador, puesto que es gracias a su opuesto que cada término puede afirmar su propia identidad.
Todo lo anterior se refiere a la manera en que el mundo es visto por las historias que relatamos. Ahora abordaremos lo que las historias hacen con aquellos que las cuentan.
Breve semiótica de la nostalgia
El tiempo del contenido narrativo es un tiempo cerrado según las categorías del antes y el después, mientras que el tiempo de la enunciación es el tiempo humano, regido por las categorías abiertas del pasado, presente y futuro.
Pero ¿cómo conciliar la concepción del relato en cuanto puesta en marcha del lenguaje en su temporalidad abierta, y esa idea del relato como memoria cerrada?
Cabe preguntarse aquí si la narratividad no es entonces una condición natural de nuestra experiencia.
El que los relatos tengan como referente nuestra experiencia, deriva de su propia naturaleza discursiva. Pero la experiencia a la que se refieren está hecha, a su vez, de elementos significantes. Quiere decir que los relatos nos descubren que la experiencia misma tiene un referente o un horizonte de evocación. Y que ese referente está hecho de relatos. Los relatos se refieren a la experiencia y la experiencia se refiere a los relatos. Una experiencia presente se vuelve signo de ella misma, signo del relato que será luego. En cierto modo, esta experiencia aspira a morir para poder ser contenida en la temporalidad definitiva de un relato. Pero no solo el presente del que experimenta desaparece en la perspectiva nostálgica del pasado, sino que ese mismo pasado nadie lo ha vivido como lo vive esa persona. Así, pues el sujeto no vive ni su presente ni el ajeno.
Poco a poco llegamos a sospechar que hay en la condición narrativa de nuestra experiencia, ciertos indicios que podrían revelarnos el origen de toda semiosis: ¿Qué es lo que hace que las cosas signifiquen? Lo que hace significantes las cosas es su incompletez y su postulación de una totalidad imaginaria. Toda semiosis es infinita. No existe un objeto tematizable capaz de situarse como referente último. El mundo de referencia e inventado: en él se encuentra lo que se crea y solo se crea encontrando.
La posesión de pasado
Finalmente, ¿por qué existen los relatos?
La operatividad a la que aspiran todos los relatos del mundo consiste en abrir un abanico de mundos posibles en los que el cuerpo pueda inscribirse como citación, elegir la memoria que hará vivir su presente.
Nuestra realidad no es más que un vocabulario para construir sueños. Aunque también, hay momentos en los que nuestra memoria no puede más que contar historias melancólicas. A través de ellas tratamos de domesticar el sufrimiento. Es decir que, si puedo contarme lo que he perdido, he encontrado una forma distinta de poseerlo para siempre.


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