Días pasados, tabique por medio, en un lechería con
pretensiones de «reservado para familias», escuché un diálogo que se me quedó
pegado en el oído, por lo pelafustanesco que resultaba. Indudablemente, el
individuo era un divertido, porque las cosas que decía movían a risa. He aquí
lo que más o menos retuve:
El Tipo. —Decime, yo no te juré amor
eterno. ¿Vos podés afirmar bajo testimonio de escribano público que te juré
amor eterno? ¿Me juraste vos amor eterno? No. ¿Y entonces…?
Ella. —Ni falta hacía que te jurara,
porque bien sabés que te quiero…
El Tipo. —Un… Eso es harina de otro
costal. Ahora hablemos del amor eterno. Si yo no te juré amor eterno, ¿por qué
me hacés cuestión y me querellás?…
Ella. —¡Monstruo! Te sacaría los ojos…
El Tipo. —Y ahora me amenazás en mi
seguridad personal. ¿Te das cuenta? ¿Querés privarme de mi libertad de
albedrío?…
Ella. —¡Qué disparates estás diciendo!…
El Tipo. —Es claro. Vos no me querés
dejar tranquilo. Pretendés que como un manso cabrito me pase la vida
adorándote…
Ella. —¿Manso cabrito vos?… Buena pieza…,
desvergonzado hasta decir basta…
El Tipo. —No satisfecha con amenazarme
en mi seguridad personal, me injuriás de palabra.
Ella. —Si no me juraste amor eterno, en
cambio me dijiste que me querías…
El Tipo. —Eso es harina de otro
costal. Una cosa es querer… y otra cosa, querer siempre. Cuando yo te dije que
te quería, te quería. Ahora…
Ella (amenazadora). —Ahora, ¿qué?
El Tipo (tranquilamente). —Ahora
no te quiero como antes.
Ella. —¿Y cómo me querés, entonces?
El Tipo (con mucha dulzura). —Te
quiero… ver lejos…
Ella. —Un descarado como vos no he
conocido nunca.
El Tipo. —Por eso siempre te recomendé
que viajaras. Viajando se instruye uno. Pero no vayas a viajar en ómnibus, ni
en tranvía. Tomá un vapor grande, grandote, y andate… andate lejos.
Ella (furiosa). —¿Y por qué me
besabas, entonces?
El Tipo. —Ejem… Eso es harina de otro
costal…
Ella. —Parecés panadero.
El Tipo. —Yo te besaba, porque si no
te besaba vos ibas a decir con tus amigas: «Ven qué hombre más zonzo; ni me
besa»…
Ella (resoplando). —¡Yo no sé como
no te mato! ¿Así que vos me besabas por gusto de besarme?
El Tipo. —No exageremos. Algo también
me gustaba… Pero no tanto como vos creés…
Ella. —Se puede saber, decime, ¿dónde te
has criado? Porque vos no tenés vergüenza. No la has tenido nunca. Ignorás lo
que es la vergüenza.
El Tipo. —Sin embargo, yo soy muy
tímido… Ya ves cuánto cavilo antes de mandarte al diablo… No, al diablo, no,
querida; no te disgustés… es una forma de decir.
Ella (agarrándose al tema). —De modo
que vos me besabas a mí…
El Tipo. —¡Dios mío! Si uno tuviera
que dar cuenta de los besos que ha dado, tendría que estar en presidio
quinientos años. Vos parecés norteamericana.
Ella. —¡Norteamericana! ¿Por qué?
El Tipo. —Porque allá le pegás un beso
a un palo de escoba y ¡zas!, la única indemnización tolerada es el casamiento…
de modo que a los besos no les des importancia. Ahora, si yo hubiera echado a
perder tu inocencia, sería otra cosa…
Ella. —Yo no soy inocente. Inocentes son
los locos y los bobos…
El Tipo. —Convengamos que decís una
verdad grande como una casa. Y luego me reprochás de ser injusto. Te doy la
razón, querida. Sí, te la doy ampliamente. ¿Qué pecado me reprochás, entonces?
¿El que te haya dado unos besos?…
Ella. —¿Unos besos? Si fueron como
cuarenta.
El Tipo. —No… Estás mal, o tengo que
suponer que vos no entendés de matemáticas. Pongamos que son diez besos… Y
estaremos en la cuenta. Y tampoco llegan a diez. Además no valen porque son
ósculos paternales… Y ahora, después de enojarte que te haya besado, te enojás
porque no quiero seguir besándote. ¿Quién las entiende a ustedes las mujeres?
Ella. —Me enojo porque me querés
abandonar infamemente.
El Tipo. —Yo no te di más que unos
besos para que vos no les dijeras a tus amigas que yo era un tipo zonzo. No
tengo otro pecado sobre mi conciencia. ¿Qué me recriminás? ¿Se puede saber? A
mí no me gusta hacer comedias. Vos te aburrís en tu casa, te encontrás conmigo
y te me pegoteás como si yo fuera tu padre. Y yo no quiero ser tu padre. Yo no
quiero tener responsabilidades. Soy un hombre virtuoso, tímido y tranquilo. Me
gusta abrir la boca como un papanatas frente a un pillo que vende grasa de
serpiente o cacerolas inoxidables. Vos, en cambio, te empeñás en que te jure
amor eterno. Y yo no quiero jurarte amor eterno ni transitorio. Quiero andar
atorranteando tranquilamente solo, sin una tía a la cola que me cuenta
historias pueriles y manidas… y que porque me des un beso de morondanga me
hacés pleitos que si me hubieras prestado a interés compuesto los tesoros de
Rotschild.
Ella. —Pero vos sos imposible…
El Tipo. —Soy un auténtico hombre
honrado.
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