Caperucita Roja


Caperucita Roja y el lobo (Roald Dahl) 1982


Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
¿Puedo pasar, Señora?, —preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando:—¡Este me come de un bocado!.
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
Sigo teniendo un hambre aterradora…
¡Tendré que merendarme otra señora!.
Y, al no encontrar ninguna en la heladera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!”
que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: —¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡Me impresionan tus orejas!.
—Para mejor oírte, que las viejas—
¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!”.
Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto,
el oculista,—dijo el animal
mirándola con gesto angelical,
mientras se le ocurría que la chica,
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente.
De repente
Caperucita dijo: —¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!”.
El Lobo, estupefacto, dijo: —¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo…?
Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa”.
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡Pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque…¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba colocado?
Pues nada menos que un tapado
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.




Responder:

1- ¿Conocían esta versión?
2- ¿En qué difiere respecto de la versión que ustedes conocían?
3- Caractericen al personaje de Caperucita, en la versión de Roald Dahl





El cuento de la abuela*

Había una mujer que acababa de cocer pan. Le dijo a su hija: 



Ve a llevarle esta hogaza calentita y esta botella de leche a tu abuelita.
Y la niña partió. En la encrucijada se topó con un hombre lobo, que le dijo:
– ¿Adónde vas?
– Le llevo esta hogaza calentita y esta botella de leche a mi abuelita.
– ¿Qué camino tomarás? – le preguntó el hombre lobo- ¿el de las agujas o el de los alfileres?
– El camino de las agujas, le dijo la niña.
– De acuerdo, entonces yo tomaré el de los alfileres. 

La pequeña niña se distrajo recogiendo agujas. Mientras tanto, el hombre lobo llegó a la casa de la abuela, la mató y puso un poco de su carne en la despensa y una botella de su sangre en el estante. La niña llegó y llamó a la puerta.

– Empuja- dijo el hombre lobo- está cerrada con paja mojada.
– Buenos días, abuelita. Te traigo una hogaza calentita y una botella de leche.
– Ponlo en la despensa, mi niña. Toma la carne que está allí, y bebe de la botella de vino que hay sobre el estante.
Mientras ella comía, un pequeño gato decía:
¡Que puerca! Se come la carne de su abuela y se bebe su sangre.
– Desvístete, mi niña- dijo el hombre lobo- y échate aquí, junto a mí.
– ¿Dónde dejo el delantal?
-Tíralo al fuego, mi niña, ya no te va a hacer ninguna falta.
Y cada vez que le preguntaba dónde dejaba todas sus otras prendas, el corpiño, el vestido, las enaguas, las largas medias, el hombre lobo respondía:

-Tíralas al fuego, mi niña, no las necesitarás nunca más.

Cuando se tumbó en la cama, la niña dijo:
– Ay, abuelita, ¡qué peluda eres!
– Así no paso frío, mi niña.
– Ay, abuelita, ¡qué uñas tan largas tienes!
– Así me rasco mejor, mi niña.
– Ay, abuelita, ¡qué hombros tan anchos tienes!
– Así puedo cargar la leña para el fuego, mi niña.
– Ay, abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!
– Así te oigo mejor, mi niña.
– Ay, abuelita, ¡qué agujeros de la nariz tan grandes tienes!
– Así aspiro mejor el aroma de mi tabaco, mi niña.
– Ay, abuelita, ¡qué boca tan grande tienes!
– Es para comerte mejor, mi niña.
– ¡Oh abuelita, me he puesto mala! Déjame salir.
– Mejor háztelo en la cama, mi niña.
– Ay, no, abuelita, quiero ir afuera.
– De acuerdo, pero no tardes mucho.

El hombre lobo le ató un cordón de lana al pie y la dejó salir. Cuando la niña estuvo afuera, ató el cordón a un ciruelo que había en el jardín. El hombre lobo se impacientó y dijo:

– ¿Estás haciendo mucho? ¿Estás cagando?

Cuando vio que no le respondía nadie, salió de la cama de un salto y vio que la niña había escapado. La siguió pero llegó a su casa justo cuando ella cerraba la puerta tras de sí, poniéndose a salvo.


* Relato oral tradicional, recogido hacia 1885.


Responder:
1- ¿Cómo caracterizarían al lobo de esta versión?
2- ¿Cuál es la estrategia que utiliza Caperucita para salvarse?




Querido don Lobo:

Cuántos años han pasado ¿no? Seguramente Ud. está entrecano y con algún diente postizo, igual que yo. Seguramente tendrá nietos. Yo tengo una que se llama Sidonia. Tuvimos varias discusiones de familia para que no la llamaran con un sobrenombre, Gordi, por ejemplo. Porque tenía unos rollitos que Ud. se hubiera almorzado con fruición.
Hablé con mi hija y mi yerno y les conté lo feo que fue para mí darme cuenta, ya de grande, que mi nombre real se borró de un saque porque a mi abuela se le ocurrió llamarme para siempre como a esa capucha roja hecha por sus propias manos. Y lo peor es que yo no me daba cuenta. Y el mundo entero la apoyó.
Ud. se preguntará por qué le escribo. Bueno, ya que no lo maté cuatro o cinco veces como por momentos tuve ganas, hoy quiero atar algunos hilos sueltos de nuestra historia.
Quiero contarle por ejemplo que yo fui al bosque porque mi mamá, con esa maldita costumbre que suelen tener muchos grandes, me mandaba de delegada frente a mi abuela en lugar de ir ella. ¿No le parece arbitrario que mamá (sin motivos conocidos) mande a nena chica a que atraviese bosque con lobo para llevar manteca y tortas a abuela enferma? No entiendo por qué, si Ud. estaba en el bosque y ella lo sabía y también sabía de su apetito, esa mamá mía no me acompañó o me enseñó a defenderme.
¿A Ud. le enseñaron algo sobre las chicas que iban al bosque? Seguro que le dijeron que yo solamente era ‘comida’ y que para ser un buen lobo había que comerse una chica.
Bueno, ahí andaba yo, sola. Pero el bosque estaba lleno de otras cosas. Además de las flores con las que mi mamá me dijo que no me entretuviera, había pájaros, escarabajos que hacían divertidas pelotas, cañas para hacer flautas, olores misteriosos. Me llené de preguntas. ¿Por qué las palomas hacían nidos tan pero tan chatos que los huevitos se les caían? ¿Por qué el pino y su fruto, la piña, tenían la misma forma puntiaguda? Si se lo preguntaba a mamá o a mi abuela me contestaban: ‘Porque sí’ o ‘Porque Dios lo quiso’, o que una chica debe estar ocupada y no andar preguntando pavadas. Alguna vez el leñador me enseñó a orientarme en el bosque mirando de qué lado crecía el musgo en los árboles. Pero no lo terminé de entender, y lo veía tan poco…
Yo sentía que tanto mi mamá como mi abuela siempre tenían razón. Y esa mala costumbre de que no se me escaparan pensamientos me ponía bastante mal. Cuando me encontré con Ud. sólo recordé la advertencia de mamá: ‘Cuidado con el lobo’. Pero –me dije atolondrada- ¿cuidado de qué?
Encima me había entretenido con las flores, dos pecados juntos, pensar si la vieja no estaría equivocada y tirarme una canita al aire. Para colmo Ud. era amable, poderoso y pícaro. Con una sola pregunta, con tres frases que me dijo, logró que yo le ubicara la casa de mi abuela que fuéramos los dos para allá, y encima, Ud. por el camino más corto y yo por el más largo. La muy mamerta sólo hizo lo que sabía: obedecer.
Después, cuando entré a la casa y mi abuela salió con esa idea de que me sacara la ropa y me acostara con ella, me sentí para el diablo, pero a los mayores no se los contradice y menos si están enfermos.
A partir de ahí poco y nada recuerdo. Sólo el miedo y la oscuridad.
Dicen que Ud. me comió entera. Gracias, eso ayudó a que saliera bien parada. El leñador se portó, hizo lo suyo ese muchacho. La que salió muy enojada fue mi abuela que repetía todo el tiempo: ‘Yo le dije a tu madre, yo le dije a tu madre.’
En fin, don Lobo, pasó mucho tiempo. Pero cuando yo salí de su panza y pude sacudirme un poco el susto, me dije: ‘A éstas ya no les hago más caso.’ No sé si Ud. seguirá tan bestia como antes o cambió un poco después de semejante experiencia. Lo que sí sé es que sigue vivito y coleando y tiene hijos y nietos como yo. Y que algo podría haber pensado sobre estas cosas.
Mi mamá y mi abuela siguen diciendo que verdades eran las de antes y que las mujeres no tenemos que pensar pavadas porque ésa es la voluntad de Dios y si no, nos come el lobo. También es cierto que mi mamá a veces me mira con curiosidad y una chispa verde parecida a la envidia.
La historia, para mí, siguió para adelante con mi hija, con la nieta. Cada tanto la pequeña Sidonia tiene que cruzar el bosque. Eso es inevitable, ni siquiera es noticia. Siempre se encuentra con todo lo probable de encontrar en un bosque. Pero ella sabe algo sobre esas cosas. ¡Con los tiempos que estamos viviendo!
La última vez se encontró con un lobito bastante piola y se hicieron tan pero tan amigos que no dan para personajes de cuentos como el que vivimos nosotros. Me alegro. Aunque parezca mentira, algo cambió en este mundo y por lo menos esta nieta mía necesita un cuento diferente.
Desde todos estos años que me sirvieron para mirarme mejor, lo saluda atte.
Caperucita Roja1
1Laura Devetach. “Oficio de palabrera”. Ediciones Colihue. 2005.


Reflexionar:

1- ¿Por qué motivos Caperucita está enojada con su mamá?
2- ¿Qué cosas le reprocha Caperucita al lobo?
3- ¿Qué se reprocha a sí misma?
4- Caperucita afirma que su mamá a veces le tiene envidia. ¿Qué les parece que le envidia?







No hay comentarios: