Oscuridad y espejo, la doble dimensión de lo femenino y la palabra en Aura, Antonio Sustaita


En Aura de Carlos Fuentes es posible encontrar una doble dimensión de la palabra y lo femenino que, aprovechando la oscuridad reinante en la antigua casa de la calle Donceles, se mezclan proyectando un barroco juego de reflejos y simulacros. Teatro de sombras que, fatalmente, termina por eliminar lo real en beneficio de una realidad totalmente fantástica. Dice Bachelard que, a un tiempo, la casa brinda imágenes dispersas y un cuerpo de imágenes, de modo que “la imaginación aumenta los valores de la realidad”. Si esto resulta cierto para toda casa, en el caso de Felipe y su estancia en la casa de Consuelo hay un incremento de la imaginación por la falta de luz. Partiendo de lo anterior, en este artículo se desarrollarán las siguientes ideas principales: la bidimensionalidad de la palabra, la bidimensionalidad de lo femenino, los juegos de alteridad y la función del traductor en un proceso fantástico de síntesis del pasado y el presente.


I. El relato como casa

Aura es un espacio lleno de reverberaciones y ecos. El ejercicio de la palabra en la narración produce reflejos que, aunque lentos, no dejan de ser inesperados, así como respiraciones contenidas y murmullos que le indican al lector que se encuentra en un espacio donde prima la oscuridad. Como la casa de la anciana Consuelo Llorente—viuda del General Llorente, cuyas memorias desea publicar y para lo cual contrata al joven historiador Felipe Montero—pequeña y sumida entre construcciones que, elevándose, la han ido ahogando, la prosa de Fuentes se condensa y se vuelve obscura aquí: escritura más para el olfato y el tacto que para los ojos. Aunque en toda casa, como lo afirma Bachelard, prima una voluntad de verticalidad, aquí nos encontramos más bien con la casa como sótano, como sitio de la catástrofe. “El sótano es entonces locura enterrada, drama emparedado” (Bachelard 50). A eso se arriesga Felipe, a una locura de espacios interiores, cuando se entera del drama añejo y cíclico que se halla aherrojado entre esos muros.

Después de tres páginas, el campo de visión es destruido no más cruzar el zaguán marcado con el número “815, antes 69” (Fuentes 14) y adentrarse Felipe Montero, torpe y afanosamente, con la lentitud propia de quien acaba de perder la vista, en un patio oscuro donde la vista es cancelada en beneficio del olfato.

A partir de ese momento se provoca una ralentización que dominará las palabras, las imágenes y la forma de respirar del texto, texto orgánico: “El olor de la humedad, de las plantas podridas te envolverá mientras marcas los pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente” (Fuentes 14).

Uno mismo, como lector, acusa ese retardo.
Orgánico, el texto respira y tiembla, se agita. No es un espacio que brinde seguridad; más bien la sustrae, pues, al igual que Felipe, uno como lector no tiene la seguridad de lo que ve. Surge, entonces,
producto de esta escritura orgánica, un régimen escópico que nos permitirá mirar lo oculto, lo obsceno, aquello que no puede ni debe verse. Fuentes se refiere a la luz de la casa de Consuelo como a una nueva luz: grisácea, filtrada, opalina, que en los pocos lugares donde está presente apenas permite apreciar ciertos contornos de los objetos. Frente a esta luz, basta la luz del crepúsculo para cegar a Felipe. La casa le impone, muy pronto, nuevas costumbres. Ser femenino, Felipe se obliga a conocerla, como lo hará con Aura, mediante el tacto.

El tacto impone un mirar sin ojos, muy semejante al que describe Peter Sloterdijk:

Lo negro en el ojo ha de ampliarse si es que se quiere que la visión siga en lo oscuro. Si lo oscuro se hace tan profundo como en la noche elegida, sería de ayuda que la pupila pudiera volverse tan grande como el ojo mismo. Quizá un ojo esférico así estaría preparado para aquello que queda hora entre
nosotros: para el viaje a través de una monocromía negra. Si el sujeto en lo oscuro se hubiera convertido todo él en pupila, y la pupila toda ella en órgano del tacto, el órgano del tacto
todo él en cuerpos sonoros, la macicez compacta del globo negro podría desplegarse en paisajes imaginados. De improvisto comenzaría a insinuarse un mundo ante el mundo; se iría perfilando un vago universo de imágenes, semejante a un hálito, prediscreto. (313)

El nuevo espectador se verá forzado, como Felipe Montero, a ver, mediante otra luz, con otra mirada, de modo enigmático, una realidad obscena, abyecta y aterradora.
Aunque de entrada pudiera parecernos breve, nada más tenerla en las manos y la mirada, Aura es una novela que, como todo espacio privado de luz, muy pronto se desborda, se torna múltiple al punto que, como afirma Aura, “El cielo no es alto ni bajo. Está encima y debajo de nosotros al mismo tiempo” (Fuentes48). 

Se despliega el espacio construido en la narración por unas palabras que, en su acomodo preciso, hacen surgir rincones múltiples donde el sonido choca y nos hace dudar de la dimensión real de la casa y algo oculto, en la analogía establecida aquí, de la novela. La brevedad, como todo lo demás en este caso, es una trampa.

II. Palabra y mujer.

En el juego de proyecciones, dominado por reflejos y ecos, propio de esta novela, a la palabra le corresponde una doble función y un doble espacio. Hay una palabra externa y una interna.
La palabra externa, actual, es producto de una escritura maquinal, reproducida en offset es múltiple porque necesita dirigirse hacia incontables lectores para que sólo llegue a uno. Como dispositivo
de seducción es exterior y pública: se trata del anuncio en el diario que parece dirigido exclusivamente al joven historiador Felipe Montero.

Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días: Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más [...]. Sólo falta tu nombre. Sólo falta que las letras más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero.
Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares,
novecientos pesos mensuales. (Fuentes 11)

Por otro lado, palabra interior, oculta, encerrada en un arcón y resguardada por un vigilante, palabra encubierta que precisa ser exhumada mediante el trabajo minucioso de un historiador habituado a manejar documentos antiguos, frágiles, para revelarla mediante el ardid de la traducción como invocación y conjuro.

Cual conjuro: ésta es una de las hipótesis principales de este artículo: la palabra descansa en un espacio interior y su poder consistiría, precisamente, en una naturaleza secreta que se activará con el trabajo de traducción. Son las memorias del general Llorente: en tanto aristocrática la palabra es única, producto de una escritura manual. Palabra secreta que testimonia una historia de amor con un epílogo aterrador, la creación por medios mágicos del doble por parte de la amada del General: una joven que reluce una
belleza extraordinaria. En este sentido, recordando las palabras de Peter Sloterdijk, podríamos afirmar que a la cita de la calle de Donceles acuden Consuelo y Felipe, cada quien con su doble, ella con Aura y él con el General Llorente:

Todos los partos son partos de mellizos; nadie viene al mundo sin compañía y sin anexo. A todo el que sube a la luz del mundo le sigue una Euridice anónima, muda, no creada para verse.
Lo que quedará, el individuo, lo no-más-divisible, es el resultado de un corte de separación que disgrega en niño y resto lo antes inseparable. (Sloterdijk 375)

En este sentido se ocultan los personajes. La primera y tercera sección de la novela inicia con la misma
palabra: “lees.” La selección de este verbo en la primera palabra del relato tiene un efecto de mise en abyme que situará al lector junto al personaje Felipe Montero dentro de la novela; él lee, como el personaje. Esta puesta en abismo produciría una pequeña fractura por donde el lector se filtra en el texto, enganchándolo.

Provoca, también, un pliegue en el espacio narrativo que, a pesar de ir del inicio de la sección tres a la uno (pues hay que haber llegado a la sección tres para darse cuenta del subterfugio), es secundado por otras repeticiones semejantes que pliegan el texto aquí y allá. En el decir situado en la oscuridad que oculta tanto, donde domina la oralidad, el texto se ajusta una y otra vez poniendo
en duda la idea de un texto desplegado como un campo escópico total. Nos encontramos, auditivamente, con ecos y, espacialmente, con ángulos y rincones.


“Lees esa misma noche los papeles amarillos, escritos con una tinta color mostaza; a veces, horadados por el descuido de una ceniza de tabaco, manchados por moscas” (Fuentes 30). La del General Llorente es una escritura compleja por dos razones.

En primer lugar, porque la tinta y el papel son de un color semejante, lo cual implica una confusión pues no resulta sencillo leer aquellas letras del mismo color del papel en que han sido escritas.
Sin embargo, es un trabajo asequible para el historiador experimentado en la exhumación de tales documentos. Sobre papeles amarillentos el historiador se enfrenta a palabras escritas con una
tinta amarilla también: ataúd de ámbar para conservar en su interior un organismo proveniente de un pasado remoto para que el entorno actual no pueda destruirlo. ¿De qué organismo se trata?
Es el significado oculto de un fenómeno que escapa a toda lógica y comprensión bajo el riesgo de dislocar a quien ose desentrañarlo.
El significado de algo atroz, aunque después del haber leído el primer folio el historiador, acostumbrado a hurgar en documentos valiosos, considere insignificante. Muy pronto, porque en aquella casa el espacio y el tiempo están descompuestos, muy pronto comprenderá que se ha equivocado, como en cada uno de los supuestos que se hizo al llegar a esta casa y aceptar el trabajo.
Como conjuro, la palabra secreta actúa en un espacio interior y su poder descansaría, precisamente, en su naturaleza secreta, oculta. Las memorias del general Llorente toman una desviación de los acontecimientos comunes y corrientes del momento histórico, pues frente al secreto guardado todo lo demás resultará insignificante, para adentrarse súbitamente en el bosque umbroso del amor donde lo siniestro no tarda en manifestarse: recuerdos de una historia de amor con un epílogo aterrador, la creación por medios mágicos, necesariamente sobrenaturales, del doble, que conserva la belleza y la juventud por parte de la amada. “—Yo le informaré de todo. Usted aprenderá a redactar en el estilo de mi esposo. Le bastará ordenar y leer los papeles para sentirse fascinado por esa prosa, por esa transparencia, esa, esa” (Fuentes18). 

Claro que habrá fascinación, pero obedecerá a otros motivos, no al ejercicio de escritura del General Llorente sino al resultado de las prácticas mágicas de su esposa. Fascina lo que aquellas palabras encierran y resultan, en su naturaleza enigmática, capaces de explicar: explican lo inexplicable, lo oculto, aquello que Felipe presenciará en su corta estancia en aquel domicilio.

Como se ha visto, a las figuras masculinas les corresponde en su doble proyección un ejercicio de la palabra escrita. Es el General Llorente el responsable de una escritura que sirve de testimonio,
a un tiempo, de un momento histórico y de un fenómeno paranormal. El racionalismo francés, simbolizado por la escritura y la estrategia militar, choca contra el exotismo de la joven Consuelo,
representado por la práctica de la brujería, poniendo de manifiesto una ambigüedad presente en la cultura francesa de finales de siglo XIX: la unión de la mujer salvaje y la prostituta. A Felipe Montero
le corresponderá traducir el texto, tarea que, en sus propias palabras, no exige mucho de alguien como él, antiguo becario en la Sorbona. Si lo propio de lo masculino es el ejercicio de la palabra, a lo femenino le corresponde, en cambio, su atesoramiento y transmisión.
Como en el caso de la palabra, en términos corporales encontramos una proyección bidimensional de lo femenino. Una parte exterior, visible, atractiva y seductora que, como la palabra expuesta, busca atraer al joven traductor: Aura. La parte interior, por oposición, resulta obscena, oculta, repulsiva y abyecta: la señora Consuelo. Su aspecto repugnante, como uno más de los signos de degradación de la vieja casa que vio su esplendor en el siglo XIX, no provocaría la estancia de Felipe por más elevada que
fuera la paga para realizar el trabajo.

Para Pedro Cruz Sánchez (Cruz) la visión arquitectónica del cuerpo se opone categórica y frontalmente a la visión abyecta—propia del desprendimiento. Estas visiones corresponden, en la novela, a Aura y Consuelo. Si aquella nos brinda un cuerpo unitario y estable, hermoso, la visión que nos brinda la última es fragmentaria e inestable. En el proceso de descomposición fisiológica y formal, el cuerpo de la anciana y el cuerpo de la casa no encuentran acomodo ni arreglo.

Doña Consuelo, parte nuclear de lo femenino, proviene de un pasado remoto, tan lejano que pareciera imposible su existencia actual. “Hay un momento en el cual ya no es posible distinguir el
paso de los años: la señora Consuelo, desde hace tiempo, pasó esa frontera” (Fuentes 30). Se trata de un ser cuya existencia, continua, en oposición a la existencia discreta de Aura, ha superado por mucho el tiempo de sus congéneres. Aunque pareciera haber escapado del tiempo, lleva inscrito en su cuerpo todos los efectos de su paso: la carne sin temperatura, arrugada, colgante, la mirada vidriosa, la piel seca, la espalda doblada.

Aura, la Aura de Felipe Montero, por su parte corresponde a un presente que ha iniciado justo en el momento en que él puso un pie en la casa. Su existencia no está sujeta al transcurso del tiempo
ordinario. Ser de excepción, frente a la piel reseca de Consuelo, la suya es lisa: “Tienes, al fin, el valor de acercarte a ella, tomar su mano, abrirla y colocar el llavero, la prenda, sobre esa palma
lisa” (Fuentes 26). 

Mano lisa como un guante, sin líneas, para queFelipe haga de ella escritura: la escritura de un deseo como nunca había conocido.

    Si a lo masculino le corresponde el dominio escrito, lo femenino se desenvuelve en la dimensión auditiva. Felipe lee, escribe, traduce. Consuelo habla, murmura, canturrea; Aura toca una campana. Apenas habla la muchacha. “Te dará la espalda, se irá tocando esa campana, como los leprosos que con ella pregonan su cercanía” (Fuentes 54). Su voz, en la mayoría de los casos, como cada uno de sus actos, no es más que la copia de los de la anciana. A pesar de funcionar en la dimensión espectacular frente a Felipe en ciertos momentos, la existencia de Aura es más bien adivinada a partir del sonido de la campana que la precede en la casa donde la oscuridad se ha quedado suspendida. Tal vez por eso el estudio de Felipe, inundado de luz, detente el simbolismo del presente y la razón. Y la renuncia por parte suya a este espacio, que podría entenderse como renuncia a la luz natural y a la razón, al logos, ocurra una vez que ha hecho el amor con Aura en su habitación.


III. Doble y espejo.

Esta bidimensionalidad de la palabra y lo femenino se manifiesta en los personajes en un complejo juego de alteridad. Dos escenas resultan claves para entender la manifestación del doble en Aura.
Una es la que corresponde al intercambio de llaves. “La vieja se llevará las manos al cuello, lo desabotonará, bajará la cabeza para quitarse ese listón morado, luido, que ahora te entrega: pe-
sado, porque una llave de cobre cuelga de la cinta” (Fuentes 29).


Este acto de entrega de la llave encierra un simbolismo poderoso y tiene una importancia enorme para el desarrollo del relato por tres razones. En primer lugar, por el gesto de bajar la cabeza, que puede interpretarse como un gesto de sumisión y mansedumbre inicial de parte de un personaje tan central y poderoso en la historia. En segundo lugar, porque, siendo la palabra clave en esta historia—una palabra que para ser debe traducirse, es decir, volverse reflejo mediante el espejo que es el traductor—la llave que permita el acceso a ella tiene una importancia capital, en tanto permite el acceso a estos hechos ocultos. Por último, mucho hay de cuerpo en ese pedazo de metal, a pesar de que muy poco cuerpo tenga ya la señora Consuelo. Se adivina la temperatura, aunque sea poca, de la llave que antes de ser extraída se encontraba resguardada entre las ropas y la poca carne de aquel cuerpo, muy cerca del pecho, latiendo como otro corazón. O tal vez sea el único corazón que le queda a la mujer que ha traspasado ya, por mucho, el período de vida permitido a todo ser humano.
Brindar la llave implicaría, necesariamente, brindar el cuerpo, el corazón o aquello que queda de ellos.
Por su parte, Felipe, en un acto que podría entenderse como reflejo especular de éste, le brinda a Aura en la cocina la llave que resguarda sus documentos, el llavín que abre el cajón de su mesa de trabajo. Lo descubre súbitamente en el bolsillo del saco. Y la entrega de este objeto simboliza, como en la otra entrega, compromisos capitales: por un lado, su renuncia a salir de la casa, la pérdida de la libertad y del exterior debido a la existencia de ese cuerpo que está frente al suyo; por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, inicia un intercambio carnal pues aprovecha la ocasión para acariciar—verbo tan importante en aquella casa donde si se desea conocer algo debe ser por el tacto—su mano,
esa piel lisa. Cuerpo nuevo para el visitante. Una piel lisa para escribir en ella, las líneas que hablan de esa historia de amor total y fatal. No habría traducción sin este intercambio, pues la traducción
total no será ir de un texto a otro, ni de un tiempo a otro, sino transitar de un cuerpo a otro cumpliendo cabalmente los deberes de una práctica erótica total, dialéctica, radical, que recorra las
dos proyecciones de lo femenino que habitan aquella oscuridad.

La otra escena corresponde a un hecho oculto en el cual Felipe, como en el caso de los textos de Llorente, sirve sólo de testigo.
En la cocina encuentra a Aura degollando un macho cabrío. No es la Aura dulce y recatada, modesta, que él ha visto. Va mal vestida, con el cabello revuelto, y suda copiosamente por el esfuerzo de carnicero. No es la Aura que conoce, sino un ser hasta entonces oculto, y ella lo mira sin conocerlo. Este hecho basta para que él, sintiendo que su obligación es salvarla del encierro y la servidumbre
impuesta por la vieja, acuda a la alcoba de Consuelo para reclamarle. Allí presencia algo extraordinario, de significado oculto: a la vieja la encuentra “detrás del velo de luces, de pie, cumpliendo
su oficio de aire,” y entonces la ve con las manos en movimiento, extendidas en el aire: una mano extendida y apretada, como si realizara un esfuerzo para detener algo, la otra apretada en torno a un objeto de aire, clavada una y otra vez en el mismo lugar. En seguida, la vieja
se restregará las manos contra el pecho, suspirará, volverá a cortar en el aire, como si—sí, lo verás claramente: como si despellejara una bestia. (Fuentes 43)

Desesperado, Felipe corre de la cocina a la alcoba y de vuelta, presenciando aquel doble espectáculo complementario y aterrador. Se siente atrapado en una realidad oculta, especular e insustancial.
Seres de aire, sin consistencia, se mueven en aquella casa proyectándose espectralmente. Ya no es historiador ni real pues ha perdido los puntos de referencia, principalmente el del tiempo: no
vive ya él en un presente desde el que pueda apoyarse para ver, sino que se ha perdido en el espacio laberíntico de aquella casa donde el tiempo, pervertido por la magia, hierra sin sentido. Él
mismo se siente irreal, símil, de aire.
Dos hechos nos hablan del proceso de desdoblamiento de Felipe en cuanto habla con Consuelo. En primer lugar, la señora le pide ponerse de perfil para verlo. El perfil es un símbolo del
desdoblamiento. El otro signo es la conversación en francés: un hombre que habla otro idioma es un hombre doble. Con respecto al desdoblamiento de Consuelo en Aura, en un principio Felipe
cree que los actos de la vieja eran una copia de los de la joven. En la segunda ocasión que presencia a ambos cuerpos reunidos en la cocina, se da cuenta que los movimientos autómatas de
Aura son, en realidad, una copia de los de Consuelo. Cada vez que está frente a las dos mujeres presencia lo mismo, quedando atónito. Y si no actúa como doble de la señora Consuelo, copiando
sus movimientos con un retardo apenas apreciable, los movimientos de la muchacha tienen un componente onírico evidente, dando cuenta de una realidad oculta que acontece más allá de la
realidad ordinaria.

Las dos se levantarán a un tiempo. Consuelo de la silla, Aura del piso. Las dos te darán la espalda, caminarán pausadamente hacia la puerta que comunica con la recámara de la
anciana, pasarán juntas al cuarto donde tiemblan las luces colocadas frente a las imágenes, cerrarán la puerta detrás de ellas, te dejarán dormir en la cama de Aura. (Fuentes 50)

Por último, cuando termina de hacer el amor con Aura, comprende que Consuelo ha estado siempre allí, junto a ellos. Con este encuentro erótico se cierra la sección IV. Antes Felipe ocupó el
lugar de Aura, la silla en la cocina, ahora la cama. Fuentes insiste en esto, en que Felipe Montero deviene, como Aura, un símil más de Consuelo, una más de las proyecciones que se antojan muchas,
a lo largo de una historia de vuelta incesante hacia una juventud
que se escapa vertiginosamente. En este proceso el papel del historiador/traductor resultaría imprescindible, me parece, por dos razones: porque cuenta con una conciencia histórica y es capaz
de brindarle a los fenómenos del pasado una dimensión que un simple traductor sería incapaz de realizar. Por primera vez en la vida del joven ex-becario la realidad histórica no es un fenómeno
discursivo, la belleza de Consuelo a los 15-20 años, sino que se trata de algo que puede constatar con el tacto, el aliento y los besos. Por otro lado, porque resulta capaz de decir la historia, mientras la lee y la traduce, para que pueda ocurrir nuevamente, como invocación mágica, como conjuro.


Bibliografía:

Bachelard, Gaston. La poética del espacio. México: FCE, 1986.
Impreso.
Fuentes, Carlos. Aura. 48a reimpresión. México: Era, 2007. (1a
edición, 1962). Impreso.
Sloterdijk, Peter. Esferas I. Madrid: Siruela, 2003. Impreso.

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