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Como están queridos estudiantes, bienvenidos a una nueva clase virtual de literatura. Estamos trabajando una magnífica novela llamada Aura. Una novela escrita por el autor mejicano Carlos Fuentes de la que ya hemos leído los primeros tres capítulos. Leeremos y analizaremos entonces algunos fragmentos de estos primeros tres capítulos pero también compartiremos algunas reflexiones con relación a nuestra lectura de algunos de los textos teóricos que circulan sobre esta obra. En este nuevo recorrido que hago este año sobre esta novela me llamó mucho la atención la presencia que tiene entre circuitos de jóvenes lectores, booktubers y ese tipo de formato en la que la literatura se está expresando.
Aura es una novela gótica publicada en 1962 y es considerada una de las grandes piezas dentro del contexto que fue ese movimiento que estamos estudiando llamado el Boom de la literatura americana. Carlos Fuentes se apropia de mitos, leyendas, supersticiones populares para verterlos después dentro de las estructuras formales que le proporcionan las convenciones de la novela gótica. Es tal la centralidad de lo gótico en Aura que creo conveniente definir lo que entendemos por novela gótica. Hasta bien entrado ya el siglo veinte, dicha novela ha compartido la marginación a la que el canon literario había relegado toda una serie de géneros novelísticos que como la novela policial, la rosa o la erótica eran desdeñadas por su afiliación a la literatura popular. El menosprecio hacia la novela gótica en particular se justificaba por su aparente fantasía y superficialidad, es decir, por su falta de verismo histórico. La crítica más reciente ve en ella sin embargo un tipo de narración que refleja los miedos de la sociedad dentro de la que se produce. La ficción gótica es una literatura de desestabilización porque inspira a sus lectores a interrogarse sobre sí mismos, su sociedad y el cosmos que les rodea. Sirve como un artefacto cultural que refleja las preocupaciones y miedos no sólo del momento en que fue escrito sino también del momento de su lectura. Si el texto gótico muestra las preocupaciones y miedos sociales latentes es precisamente porque funciona como un “espejo que reproduce el lado oscuro".
En su origen, la novela gótica designaba un tipo de ficción cuyas historias, saturadas de terror, se desenvolvían dentro de un ambiente medieval amenazador. Hoy día sin embargo el género ha evolucionado y tal vez sea más fácil definirlo por medio de sus características más comunes, el énfasis en describir lo terrorífi co; ambientes ruinosos, abandonados, arcaicos o misteriosos y lúgubres; prominencia de lo sobrenatural y fantasmagórico; personajes estereotipados y planos; suspenso creciente; edificios y lugares medievales, extranjeros y exóticos, con nombres también raros y exóticos; laberintos, espacios secretos y cerrados. En las variantes más actuales del género, se aprecia una presencia notable de lo diabólico y del satanismo. No cabe duda que esta lista parece estar hecha con Aura en mente, en especial en cuanto al énfasis en lo demoníaco se refiere. Lo gótico de esta novelita nunca ha estado en duda, el mismo autor lo señaló en varias oportunidades. Hay un libro de Carlos Fuentes que se llama "Como escribí Aura" donde el autor señala los recorridos de lectura de textos góticos clásicos que tomó para modelar a los personajes de Aura y Consuelo.
Podríamos a este punto concentrarnos en esta dupla de la que tanto podemos decir pero me gustaría también escuchar un poco al autor que lee para nosotros un fragmento donde se caracterizan muy bien estos personajes.
Lee Carlos Fuentes:
"No tienes tiempo de detenerte en el vestíbulo porque Aura, desde una puerta entreabierta de cristales opacos, te estará esperando con el candelabro en la mano. Caminas, sonriendo, hacia ella; te detienes al escuchar los maullidos dolorosos de varios gatos —sí, te detienes a escuchar, ya cerca de la mano de Aura, para cerciorarte de que son varios gatos— y la sigues a la sala: Son los gatos —dirá Aura—. Hay tanto ratón en esta parte de la ciudad.
Cruzan el salón: muebles forrados de seda mate, vitrinas donde han sido colocados muñecos de porcelana, relojes musicales, condecoraciones y bolas de cristal; tapetes de diseño persa, cuadros con escenas bucólicas, las cortinas de terciopelo verde corridas. Aura viste de verde.
—¿Se encuentra cómodo?
—Sí. Pero necesito recoger mis cosas en la casa donde…
—No es necesario. El criado ya fue a buscarlas.
—No se hubieran molestado.
Entras, siempre detrás de ella, al comedor. Ella colocará el candelabro en el centro de la mesa; tú sientes un frío húmedo. Todos los muros del salón están recubiertos de una madera oscura, labrada al estilo gótico, con ojivas y rosetones calados. Los gatos han dejado de maullar. Al tomar asiento, notas que han sido dispuestos cuatro cubiertos y que hay dos platones calientes bajo cacerolas de plata y una botella vieja y brillante por el limo verdoso que la cubre.
Aura apartará la cacerola. Tú aspiras el olor pungente de los riñones en salsa de cebolla que ella te sirve mientras tú tomas la botella vieja y llenas los vasos de cristal cortado con ese líquido rojo y espeso. Tratas, por curiosidad, de leer la etiqueta del vino, pero el limo lo impide. Del otro platón, Aura toma unos tomates enteros, asados.
—Perdón —dices, observando los dos cubiertos extra, las dos sillas desocupadas—. ¿Esperamos a alguien más?
Aura continúa sirviendo los tomates:
—No. La señora Consuelo se siente débil esta noche. No nos acompañará.
—¿La señora Consuelo? ¿Su tía?
—Sí. Le ruega que pase a verla después de la cena.
Comen en silencio. Beben ese vino particularmente espeso, y tú desvías una y otra vez la mirada para que Aura no te sorprenda en esa impudicia hipnótica que no puedes controlar. Quieres, aun entonces, fijar las facciones de la muchacha en tu mente. Cada vez que desvíes la mirada, las habrás olvidado ya y una urgencia impostergable te obligará a mirarla de nuevo. Ella mantiene, como siempre, la mirada baja y tú, al buscar el paquete de cigarrillos en la bolsa del saco, encuentras ese llavín, recuerdas, le dices a Aura:
—¡Ah! Olvidé que un cajón de mi mesa está cerrado con llave. Allí tengo mis documentos.
Y ella murmurará:
—Entonces… ¿quiere usted salir?
Lo dice como un reproche. Tú te sientes confundido y alargas la mano con el llavín colgado de un dedo, se lo ofreces.
—No urge.
Pero ella se aparta del contacto de tus manos, mantiene las suyas sobre el regazo, al fin levanta la mirada y tú vuelves a dudar de tus sentidos, atribuyes al vino el aturdimiento, el mareo que te producen esos ojos verdes, limpios, brillantes, y te pones de pie, detrás de Aura, acariciando el respaldo de madera de la silla gótica, sin atreverte a tocar los hombros desnudos de la muchacha, la cabeza que se mantiene inmóvil. Haces un esfuerzo para contenerte, distraes tu atención escuchando el batir imperceptible de otra puerta, a tus espaldas, que debe conducir a la cocina, descompones los dos elementos plásticos del comedor: el círculo de luz compacta que arroja el candelabro y que ilumina la mesa y un extremo del muro labrado, el círculo mayor, de sombra, que rodea al primero. Tienes, al fin, el valor de acercarte a ella, tomar su mano, abrirla y colocar el llavero, la prenda, sobre esa palma lisa.
La verás apretar el puño, buscar tu mirada, murmurar:
—Gracias… —levantarse, abandonar de prisa el comedor.
Tú tomas el lugar de Aura, estiras las piernas, enciendes un cigarrillo, invadido por un placer que jamás has conocido, que sabías parte de ti, pero que sólo ahora experimentas plenamente, liberándolo, arrojándolo fuera porque sabes que esta vez encontrará respuesta… Y la señora Consuelo te espera: ella te lo advirtió: te espera después de la cena…
Has aprendido el camino. Tomas el candelabro y cruzas la sala y el vestíbulo. La primera puerta, frente a ti, es la de la anciana. Tocas con los nudillos, sin obtener respuesta. Tocas otra vez. Empujas la puerta: ella te espera. Entras con cautela, murmurando.
—Señora… Señora…
Ella no te habrá escuchado, porque la descubres hincada ante ese muro de las devociones, con la cabeza apoyada contra los puños cerrados. La ves de lejos: hincada, cubierta por ese camisón de lana burda, con la cabeza hundida en los hombros delgados: delgada como una escultura medieval, emaciada: las piernas se asoman como dos hebras debajo del camisón, flacas, cubiertas por una erisipela inflamada; piensas en el roce continuo de la tosca lana sobre la piel, hasta que ella levanta los puños y pega al aire sin fuerzas, como si librara una batalla contra las imágenes que, al acercarte, empiezas a distinguir: Cristo, María, San Sebastián, Santa Lucía, el Arcángel Miguel, los demonios sonrientes, los únicos sonrientes en esta iconografía del dolor y la cólera: sonrientes porque, en el viejo grabado iluminado por las veladoras, ensartan los tridentes en la piel de los condenados, les vacían calderones de agua hirviente, violan a las mujeres, se embriagan, gozan de la libertad vedada a los santos. Te acercas a esa imagen central, rodeada por las lágrimas de la Dolorosa, la sangre del Crucificado, el gozo de Luzbel, la cólera del Arcángel, las vísceras conservadas en frascos de alcohol, los corazones de plata: la señora Consuelo, de rodillas, amenaza con los puños, balbucea las palabras que, ya cerca de ella, puedes escuchar:
—Llega, Ciudad de Dios; suena, trompeta de Gabriel. ¡Ay, pero cómo tarda en morir el mundo!
Se golpeará el pecho hasta derrumbarse, frente a las imágenes y las veladoras, con un acceso de tos. Tú la tomas de los codos, la conduces dulcemente hacia la cama, te sorprendes del tamaño de la mujer: casi una niña, doblada, corcovada, con la espina dorsal vencida: sabes que, de no ser por tu apoyo, tendría que regresar a gatas a la cama. La recuestas en el gran lecho de migajas y edredones viejos, la cubres, esperas a que su respiración se regularice, mientras las lágrimas involuntarias le corren por las mejillas transparentes.
—Perdón… Perdón, señor Montero… A las viejas sólo nos queda… el placer de la devoción… Páseme el pañuelo, por favor.
—La señorita Aura me dijo…
—Sí, exactamente. No quiero que perdamos tiempo… Debe… debe empezar a trabajar cuanto antes… Gracias…
—Trate usted de descansar.
—Gracias… Tome…
La vieja se llevará las manos al cuello, lo desabotonará, bajará la cabeza para quitarse ese listón morado, luido, que ahora te entrega: pesado, porque una llave de cobre cuelga de la cinta.
—En aquel rincón… Abra ese baúl y traiga los papeles que están a la derecha, encima de los demás… amarrados con un cordón amarillo…
—No veo muy bien…
—Ah, sí… Es que yo estoy tan acostumbrada a las tinieblas. A mi derecha… Camine y tropezará con el arcón… Es que nos amurallaron, señor Montero. Han construido alrededor de nosotras, nos han quitado la luz. Han querido obligarme a vender. Muertas, antes. Esta casa está llena de recuerdos para nosotras. Sólo muerta me sacarán de aquí… Eso es. Gracias. Puede usted empezar a leer esta parte. Ya le iré entregando las demás. Buenas noches, señor Montero. Gracias. Mire: su candelabro se ha apagado. Enciéndalo afuera, por favor. No, no, quédese con la llave. Acéptela. Confío en usted.
—Señora… Hay un nido de ratones en aquel rincón…
—¿Ratones? Es que yo nunca voy hasta allá…
—Debería usted traer a los gatos aquí.
—¿Gatos? ¿Cuáles gatos? Buenas noches. Voy a dormir. Estoy fatigada.
—Buenas noches".
Bueno, acabamos de escuchar una gran parte del segundo capítulo, buena parte de lo que veníamos diciendo en la primera parte de esta clase fue apareciendo. Pudo comprobarse la presencia de lo gótico en las descripciones de la casa, la penumbra, los terciopelos, los candelabros. Hay una parte muy impresionante que es cuando Felipe entra a la habitación de Consuelo y ella se encuentra arrodillada en un muro lleno de santos. El arcangel Miguel, los demonios que torturan a los condenados. Hay un procedimiento retórico que es la construcción de una obra de arte mediante el uso de las palabras. Hay un acercamiento a la devoción y a lo religoso tan presentes en Consuelo.
Por hoy vamos a detenernos acá, voy a dejarles una actividad para que trabajemos y les voy a pedir también finalizar con la lectura de la novela. Solo les quedan los dos últimos capítulos. A partir de la siguiente clase virtual todos tenemos que tener leída la novela completamente para que podamos abordar su estudio de una manera más integral. Hasta entonces me despido de ustedes, recibo consultas en mi correo gbelziti@hotmail.com
Tarea
1) Imitando la técnica narrativa de Aura para describir el cuadro de los santos y de los diablos (texto subrayado), escribí un texto o un poema que sea inspirado la siguiente imagen:
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