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Cómo están todos, nos volvemos a encontrar en este espacio. Hoy por fin ya hemos completado nuestra lectura de Aura, así que podemos volver a tener una clase sobre esta gran novela mejicana que ahora ya podríamos enfocar más desde lo global. Ya todos hemos recorrido con atención los cinco capítulos, por lo tanto podemos empezar a desarrollar algunos de los conceptos que surgen de la lectura de los textos teóricos, ya podemos discutirlos con mayor claridad.
Empecemos por Oscuridad y espejo: la doble dimensión de la palabra y lo femenino, el texto de Sustaita que habíamos leído en una de las primeras clases. Doble dimensión de la palabra porque Felipe Montero habla, se comunica, interactua con Aura y Consuelo pero también escribe, traduce los documentos del general Llorente, su contraparte.
Esto lo podemos ver al comienzo del tercer capítulo, primera vez en la que el historiador Felipe Montero accede a las memorias de Llorente, dicho de otra manera, a las memorias de su yo en el pasado. Escuchémoslo en las voz de Carlos Fuentes.
ES ESA MISMA NOCHE, los papeles amarillos escritos con una tinta color mostaza; a veces, horadados por el descuido de una ceniza de tabaco, manchados por moscas. El francés del general Llorente no goza de las excelencias que su mujer le habrá atribuido. Te dices que tú puedes mejorar considerablemente el estilo, apretar esa narración difusa de los hechos pasados: la infancia en una hacienda oaxaqueña del siglo XIX, los estudios militares en Francia, la amistad con el Duque de Morny, con el círculo íntimo de Napoleón III, el regreso a México en el estado mayor de Maximiliano, las ceremonias y veladas del Imperio, las batallas, el derrumbe, el Cerro de las Campanas, el exilio en París. Nada que no hayan contado otros. Te desnudas pensando en el capricho deformado de la anciana, en el falso valor que atribuye a estas memorias. Te acuestas sonriendo, pensando en tus cuatro mil pesos.
Esta nueva caracterización del general Llorente es bastante más pronunciada que la referida por la viuda Consuelo. Se nos revelan varios indicios cronotópicos que nos llevan a reconstruir la biografía del General. También tenemos la apreciación de Felipe quien más adelante y este mismo capítulo resolverá:
Revisas todo el día los papeles, pasando en limpio los párrafos que piensas retener, redactando de nuevo los que te parecen débiles, fumando cigarrillo tras cigarrillo y reflexionando que debes espaciar tu trabajo para que la canonjía se prolongue lo más posible. Si lograras ahorrar por lo menos doce mil pesos, podrías pasar cerca de un año dedicado a tu propia obra, aplazada, casi olvidada. Tu gran obra de conjunto sobre los descubrimientos y conquistas españolas en América. Una obra que resuma todas las crónicas dispersas, las haga inteligibles, encuentre las correspondencias entre todas las empresas y aventuras del siglo de oro, entre los prototipos humanos y el hecho mayor del Renacimiento. En realidad, terminas por abandonar los tediosos papeles del militar del Imperio para empezar la redacción de fichas y resúmenes de tu propia obra. El tiempo corre y sólo al escuchar de nuevo la campana consultas tu reloj, te pones el saco y bajas al comedor.
A partir de aquí, en este mismo capítulo podemos conectar con la otra idea expuesta en el texto teórico, la idea de lo doble en lo femenino, hay muchos estudios que hablan del eterno femenino, esa figura arquetipica que representa a la mujer en el pensamiento colectivo. Sondeando brevemente, y sólo a través de la carga simbólica de los personajes y lo que los circundan, nos percatamos que una de las inquietudes de la novela de Aura, gira en torno a esa necesidad de perpetuarse. Esa necesidad de juventud convocada por el desdoblamiento del deseo, para no dejar de ser lo que se fue y es. Hay una búsqueda del tiempo cíclico entre las proyecciones de ambas. La vieja Consuelo y la joven Aura constituyen esta entidad. Escuchemos el fragmento y visualicemos mentalmente las figuras de Aura y Consuelo, verán que ambas se desenvuelven en una perfecta simetría, a esta altura de nuestro recorrido ya empezábamos a preguntarnos si la joven Aura no es otra cosa que la proyección de la anciana Consuelo.
Aura ya estará sentada; esta vez la cabecera la ocupará la señora Llorente, envuelta en su chal y su camisón, tocada con su cofia, agachada sobre el plato. Pero el cuarto cubierto también está puesto. Lo notas de pasada; ya no te preocupa. Si el precio de tu futura libertad creadora es aceptar todas las manías de esta anciana, puedes pagarlo sin dificultad. Tratas, mientras la ves sorber la sopa, de calcular su edad. Hay un momento en el cual ya no es posible distinguir el paso de los años: la señora Consuelo, desde hace tiempo, pasó esa frontera. El general no la menciona en lo que llevas leído de las memorias. Pero si el general tenía cuarenta y dos años en el momento de la invasión francesa y murió en 1901, cuarenta años más tarde, habría muerto de ochenta y dos años. Se habría casado con la señora Consuelo después de la derrota de Querétaro y el exilio, pero ella habría sido una niña entonces…
Las fechas se te confundirán, porque ya la señora está hablando, con ese murmullo agudo, leve, ese chirreo de pájaro; le está hablando a Aura y tú escuchas, atento a la comida, esa enumeración plana de quejas, dolores, sospechas de enfermedades, más quejas sobre el precio de las medicinas, la humedad de la casa. Quisieras intervenir en la conversación doméstica preguntando por el criado que recogió ayer tus cosas pero al que nunca has visto, el que nunca sirve la mesa: lo preguntarías si, de repente, no te sorprendiera que Aura, hasta ese momento, no hubiese abierto la boca y comiese con esa fatalidad mecánica, como si esperara un impulso ajeno a ella para tomar la cuchara, el cuchillo, partir los riñones —sientes en la boca, otra vez, esa dieta de riñones, por lo visto la preferida de la casa— y llevárselos a la boca. Miras rápidamente de la tía a la sobrina y de la sobrina a la tía, pero la señora Consuelo, en ese instante, detiene todo movimiento y, al mismo tiempo, Aura deja el cuchillo sobre el plato y permanece inmóvil y tú recuerdas que, una fracción de segundo antes, la señora Consuelo hizo lo mismo.
Permanecen varios minutos en silencio: tú terminando de comer, ellas inmóviles como estatuas, mirándote comer. Al cabo la señora dice:
—Me he fatigado. No debería comer en la mesa. Ven, Aura, acompáñame a la recámara.
La señora tratará de retener tu atención: te mirará de frente para que tú la mires, aunque sus palabras vayan dirigidas a la sobrina. Tú debes hacer un esfuerzo para desprenderte de esa mirada —otra vez abierta, clara, amarilla, despojada de los velos y arrugas que normalmente la cubren— y fijar la tuya en Aura, que a su vez mira fijamente hacia un punto perdido y mueve en silencio los labios, se levanta con actitudes similares a las que tú asocias con el sueño, toma de los brazos a la anciana jorobada y la conduce lentamente fuera del comedor.
Solo, te sirves el café que también ha estado allí desde el principio del almuerzo, el café frío que bebes a sorbos mientras frunces el ceño y te preguntas si la señora no poseerá una fuerza secreta sobre la muchacha, si la muchacha, tu hermosa Aura vestida de verde, no estará encerrada contra su voluntad en esta casa vieja, sombría. Le sería, sin embargo, tan fácil escapar mientras la anciana dormita en su cuarto oscuro. Y no pasas por alto el camino que se abre en tu imaginación: quizás Aura espera que tú la salves de las cadenas que, por alguna razón oculta, le ha impuesto esta vieja caprichosa y desequilibrada. Recuerdas a Aura minutos antes, inanimada, embrutecida por el terror: incapaz de hablar enfrente de la tirana, moviendo los labios en silencio, como si en silencio te implorara su libertad, prisionera al grado de imitar todos los movimientos de la señora Consuelo, como si sólo lo que hiciera la vieja le fuese permitido a la joven.
El ambiente y la manera en que el autor lo torna desconocido y misterioso. En donde el tiempo y el amor juegan un papel principal dentro de la vida de los personajes. El ambiente hostil, sombrío y escalofriante en determinados momentos, combinado con la humedad y la oscuridad de los escenarios, atrae la atención del lector introduciéndolo en la historia más rápido. se puede ver que existe una insistencia en la inmovilidad de las cosas y el tiempo ya que, afuera de la casa, todo avanza indiferenciado y agresivo; en cambio, dentro de la casa, se crea un espacio para la preservación del ayer y la inmovilidad de la historia. Creo que por esta clase hemos avanzado lo suficiente, la idea es cerrar Aura en la siguiente, por lo tanto les voy a pedir que realicen la tarea correspondiente a esta clase y que vayan pensando para la siguiente en la producción de un trabajo que de cuentas del recorrido personal que cada uno haya podido hacer. Recibo consultas y trabajos a mi correo. Nos encontramos la siguiente clase.
Tarea
Escribe un relato de tu invención utilizando la segunda persona. Este relato ficcional tendrá que ocurrir en una casa misteriosa como la de Aura o como la de alguna otra narración que conozcas.
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